En la nota del viernes pasado mencionamos la “inversión” anunciada por Toyota, para ampliar su planta en nuestro país. Ayer se conoció un reportaje publicado en el diario La Nación al CEO de la compañía para América Latina y el Caribe, Steve St. Angelo.
En el mismo, el empresario deja algunas afirmaciones que dejan tela para cortar. Cuando le consultan sobre cómo afrontar la producción en un país con inflación alta, contesta: …“Son muchas las cosas que conforman la competitividad. Soy responsable de 45 países y cada uno tiene sus propios problemas. Cómo lidiamos con eso, y qué tipo de cooperación tenemos de los gobiernos, sindicatos, gente de la planta, es el secreto”… “Si no podemos operar en países con estas condiciones, no podemos ser una compañía a nivel mundial”; “cooperación” de los gobiernos le llama este señor a los subsidios y exenciones que consiguen lo que, precisamente, es parte del trabajo social acumulado del que también se apropian estas empresas “a nivel mundial” que poseen tanto o más poder que los Estados mismos.
Otra afirmación fue: “Nosotros apoyamos a las «tres grandes» en esos tiempos difíciles (refieriéndose a GM, Ford y Chrysler). Nuestras plantas contactaron a funcionarios del gobierno para que apoyaran a esas tres compañías para que sobrevivieran. Lo hicimos porque nos gusta la competencia, porque hace que seamos mejores, y además, porque compartimos muchos de los proveedores y, si las tres grandes quebraban, también iba a pasar eso con los proveedores y se iba a ver impactada Toyota”. (N. de la R el subrayado es nuestro). Mucha “competencia” para “ser mejores”, pero la verdad del asunto es que la socialización de la producción a nivel mundial ha llegado a grados formidables por lo que la mínima sacudida de una de estas trasnacionales (como pasó con la caída de grandes bancos) significa una vuelta de tuerca en la crisis estructural capitalista; al mismo tiempo, desnuda hasta qué grado dependen estos “monstruos” del papel que juega la clase obrera aun en los procesos productivos más elementales, lo que dota de más poder al proletariado, al contrario de lo que mienten las usinas ideológicas de la burguesía.
Por último, Mr. St. Angelo confiesa: “Yo me comprometí ante la gerencia en Japón a ser tan competitivos como Tailandia”. Este compromiso conlleva, inexorablemente, a intentar que el obrero que trabaja en Toyota Argentina esté dispuesto a obedecer mansamente las políticas de la empresa en cuanto a salarios y productividad.
La clase obrera argentina pasa por un proceso de conquistas que ya lleva varios años y que ha derivado en un fortalecimiento de las organizaciones obreras. Este camino que está siendo transitado no tiene vuelta atrás; se va por defender lo conquistado y por conseguir más conquistas, y ya no sólo en le plano económico y reivindicativo, sino también en el político. De allí que toda medida que venga a intentar incrementar la explotación, tanto a nivel salarial como de los ritmos de trabajo, lleva de entrada la debilidad de encontrar un terreno de juego en el que la lucha está instalada. Ya pasó la época de la fábrica como una “gran familia” y lo que manda es la conquista.
Las promesas de este señor se terminan cuando la lucha de clases toma la palabra.
El proletariado no cree ni está dispuesto a cumplir promesas hechas en su nombre y esto debería saberlo Toyota y toda la burguesía monopolista.