La lucha por el poder es la lucha por la destrucción del Estado de la caduca y moribunda sociedad capitalista. Sólo sobre sus ruinas, será posible construir una sociedad socialista.
La existencia de la sociedad capitalista va a contramano del proceso histórico y, su sostenimiento, es lo que ahoga la posibilidad de desarrollo del ser humano. Lo cual ocurre en nuestro país, que forma parte del mundo dominado por la burguesía.
El ser humano es colectivo y nunca individual. La identidad humana no se encuentra fuera de la sociedad y por lo tanto el ser individual es dependiente del ser social. Eso se comprueba diariamente en cada acto que ejecutamos.
La producción de alimentos, vestidos, viviendas, caminos, redes eléctricas, hidráulicas, gasíferas, medios de locomoción, escuelas, hospitales y centros sanitarios, y cuantos bienes en general existen, se realizan en forma social.
Todos los días, millones de personas contribuyen en forma cooperativa a la fabricación de esos bienes. Ningún medio de producción de donde salen confeccionados los mencionados bienes puede ser puesto en funcionamiento por individuo aislado.
Sin embargo la sociedad capitalista toma al individuo aislado como prioritario por sobre el ser humano que es social por naturaleza y por virtud del desarrollo histórico de la fuerza productiva que ha alcanzado su mayor nivel en esta sociedad y que, contradictoriamente, al no poder avanzar hacia otra forma de organización social superadora, se constituye en traba de dicho desarrollo.
Esta contradicción insalvable es la que genera las tensiones sociales porque a la hora del goce de lo producido, en vez de que el producto vuelva socialmente a manos de quienes lo produjeron socialmente, va a parar a manos individuales de quienes no lo produjeron (la clase burguesa propietaria de los medios de producción).
Esta clase minoritaria dispone también de la distribución de los productos según su propia necesidad basada en la acumulación capitalista de dichos bienes (es decir, con el único objetivo de obtener más ganancias), dispone además del intercambio de dichos productos por otros (también para obtener ganancias) y, por último, rige el consumo de los mismos, reservándose la mayor parte de lo producido para volver a producir y acumular capital a costa del consumo de las mayorías populares que fueron quienes produjeron anualmente la masa gigante de productos, por ejemplo: 1.000.000 de automóviles, alimentos para 400 millones de habitantes, 60 millones de cabezas de ganado, y así podríamos seguir dando ejemplos de enormes volúmenes de productos. Altos niveles de producción que, orientados a cubrir las necesidades y aspiraciones del pueblo satisfarían, sin excepción de individuo alguno y sobrarían para generar una reserva a fin de ir desarrollando mejores condiciones futuras en una espiral ascendente de cuyo crecimiento nos beneficiaríamos todos.
Las leyes objetivas de este sistema de producción basado en el capital, han generado una serie de contradicciones sociales insoportables en donde las clases antagónicas (proletarios y burgueses) colisionan, se enfrentan y miden fuerzas en forma cotidiana.
Al tiempo que la burguesía pretende apropiarse de más trabajo acumulado, el proletariado pretende apropiarse de una parte mayor de la escasa porción que la burguesía le otorga como salario en la distribución del producto social y que, por orden de la legislación aprobada por parlamentarios y decretos gubernamentales, no puede ampliar.
Las instituciones del Estado protegen esa relación social injusta y ante el afloramiento del antagonismo, está presta a actuar en forma represiva para sostener el orden capitalista de la sociedad. La justicia se fundamenta en el individuo aislado por sobre el sujeto social (la humanidad), pretendiendo dar la idea de que ésta depende del hombre y no que el hombre depende de la humanidad. La educación emanada del sistema reproduce el ideario burgués, y así todas las esferas en las que el Estado rige el funcionamiento de la sociedad responden a la imagen y semejanza de la burguesía y más precisamente de la burguesía monopolista.
Los crímenes sociales que son los que a diario ejecuta la burguesía con sus funcionarios estatales, provocando miles de muertes por causas evitables, enfermedades, miseria, despojos y robos de bienes y a la dignidad popular, quedan impunes, hasta que el conflicto social les impone algún castigo.
Toda la fraseología de igualdad, democracia, justicia social, y libertad sucumben frente a la lucha y el enfrentamiento entre los antagonismos de clase, en donde las instituciones y fuerzas de seguridad se ponen al servicio de la clase social propietaria. Entonces, la igualdad, la democracia, la justicia y la libertad, sólo la gozan los burgueses, y más precisamente, los burgueses más poderosos, es decir, los monopolistas.
El resto de la sociedad argentina queda sometida a los designios de los capitalistas.
En conclusión, el poder de la burguesía se instrumenta a través del Estado que legaliza, sostiene y reproduce el poder burgués, que va a contrapelo del desarrollo histórico y el progreso humano. Todo el aparato estatal responde a los intereses económicos, políticos y sociales de la burguesía monopolista, porque fue armado durante años para ese fin.
Bajo este principio, toda idea basada en la participación del pueblo en la política del sistema, la ampliación o profundización de la democracia, el reclamo por la presencia del Estado para que regule las relaciones sociales, la estatización de resortes económicos, la controversia famosa de estatal o privado, no sólo es falsa y anodina sino que encubre el problema central y desvía el eje de la lucha contra el poder burgués. El clamor sobre la presencia del Estado o el reclamo por el Estado ausente, es el pedido de un salvavidas de plomo.
Cuando el Estado interviene, lo hace para bloquear, ahogar o reprimir las luchas del pueblo contra el poder de la burguesía y nunca para resolver los problemas sociales, salvo cuando la lucha del pueblo lo determina de otra manera.
Sólo la lucha contra el poder burgués, el enfrentamiento al intento de imposición de sus políticas para continuar con este estado de cosas, la organización para avanzar hacia una mejor vida por parte del pueblo, son la única herramienta efectiva para alcanzar mejores condiciones de vida, porciones de justicia, mejor distribución de la riqueza, conquistas políticas y sociales, etc., en el período que le queda de vida a este sistema capitalista que resiste a su eliminación.
Las luchas de masas que vienen incrementándose a diario, se hacen contra la voluntad que la burguesía trata de instrumentar con su gobierno de turno valiéndose del aparato estatal. Desde hace años estas luchas han ido socavando el poder burgués y minuto a minuto lo debilitan más y más. Las masas en lucha han iniciado un camino independiente del poder burgués, autoconvocado, y con el ejercicio de la democracia directa. De tal manera que ayuda a ver con más claridad no solamente los sectores en pugna sino que va dejando en descubierto el instrumento que usa la burguesía para sostener su dominación: el Estado.
Es por eso que la lucha por la revolución, por el poder, sólo puede concebirse como lucha por la destrucción del Estado capitalista, como paso previo a la construcción de la nueva sociedad.