Sobre la familia confinada en Holanda y el desarrollo social

El día martes se dio a conocer una noticia estrambótica en Holanda: 7 personas se encontraban completamente aisladas de la sociedad en una pequeña finca. Se trata de una familia, el padre postrado en una cama desde hace dos años producto de un derrame cerebral y sus seis hijos, aparentemente de entre 18 y 25 años, quienes estuvieron aislados de la sociedad, encerrados en un sótano durante 9 años esperando “el fin del mundo”. Se alimentaban de un pequeño huerto propio y una única cabra. No se sabe específicamente que conexión existe tampoco entre la familia recluida y el arrendatario de la granja, un hombre de 58 años que al día de hoy se encuentra detenido. De cualquier manera, lo que no deja de sorprender a las autoridades holandesas son las condiciones del confinamiento al tratarse de un confinamiento no forzoso físicamente.

Al día de la fecha no se han dado a conocer grandes detalles de las condiciones de vida de la familia, que logró salir del cautiverio gracias al mayor de los hermanos, de 25 años, quien escapo a un poblado de unas 200 personas situado a pocos kilómetros y denunció la situación. Los diarios relatan un aspecto físico degradado del joven, con ropas raídas, pelo y barba desalineados y muy sucio. Una de las características que a su vez relatan es su lenguaje y conducta infantil y limitado, además claro está, de los ojos desorbitados frente a la sorpresa de “descubrir” que existía vida humana en la tierra.

Casos como éste salen a la luz cada tanto, producto de diversas situaciones. Existe documentación de numerosos niños criados por animales (por ejemplo, los casos de Kamala en 1821, Ramú en 1985 y Mamadú en 1993) al mejor estilo “Tarzán”, cuyas características se repiten: son niños que adoptan conductas animales, no logran desarrollar el lenguaje y, una vez rescatados, no pueden desarrollar sus capacidades cognitivas con plenitud. Se trata de pocos, pero estudiados casos que confirman el carácter social de la humanidad. La humanidad se desarrolla en forma colectiva, hablar del ser humano sin hablar de desarrollo social resulta, sencillamente, imposible, antagónicamente contradictorio.

Pero el carácter social del aprendizaje no solo se limita al aislamiento humano, existen numerosos casos públicos de niños criados en situación de confinamiento social, bien alimentados, pero aislados de todo contacto con el mundo externo, a excepción de la familia. Un gran ejemplo para el lector es el documental “La manzana” de Samira Makhmalbaf, donde se ilustra en tiempo real la vida de dos gemelas iraníes que se encontraban confinadas en su casa en Teherán, cuyo padre desocupado y extremadamente religioso las mantenía recluidas pretendiendo protegerlas de las pecaminosas influencias del mundo exterior. El documental retrata el momento preciso en que las niñas salen a la calle y descubren la sociedad. Apenas podían caminar correctamente y no habían desarrollado el habla, sino que se comunicaban con sonidos guturales. No estaban aisladas del contacto humano, pero sí de la sociedad, he allí el atraso en sus capacidades cognitivas.

Sin detenernos a desarrollar este tema, que es sumamente rico e interesante, aprovechamos la pequeña noticia para traer de vuelta algunas cuestiones. En primer lugar, el aislamiento de estos seis niños con respecto no al contacto humano, sino a la sociedad en su conjunto, impide el normal desarrollo de sus capacidades cognitivas (y estamos hablando de personas que no fueron criadas desde la cuna en esa situación, sino tan solo durante los últimos 9 años). Esto reafirma el carácter social de todo el desarrollo humano en su conjunto. En segundo lugar ¿cómo puede, un hombre postrado mantener bajo tales condiciones a sus hijos ya mayores? O en el caso, todavía no esclarecido, de que se trate de un secuestro perpetrado por el arrendatario de 58 años ¿cómo puede mantener a las 7 personas confinadas durante una década dándoles plena libertad para salir del sótano? La coerción no fue coerción física, sino ideológica. Las cadenas que ataban a esos jóvenes al confinamiento eran de dominación subjetiva. No cabía en su imaginación la posibilidad de que un mundo existiera independientemente de su penosa realidad.

Cuando salen a la luz casos como este se cae por completo ese pensamiento de que los humanos desarrollamos la producción, la ciencia y la técnica, la cultura, etc., al mejor estilo “Robinson Crusoe” donde grandes mentes ilustradas son los grandes responsables del avance de la humanidad mientras el conjunto de la sociedad funciona como un lastre para los primeros. No existen los individuos por fuera de los colectivos, y el avance en el desarrollo del individuo es, dialécticamente, desarrollo a su vez de la sociedad en su conjunto. El humano se desarrolla plenamente como individuo en la medida en que lo hace aportando y enriqueciéndose hacia y desde el conjunto de la sociedad. Es una profunda relación dialéctica donde colectivo e individuo no son contradicciones antagónicas, sino necesariamente complementarias. No existe humano individual sin humano colectivo.

Sin embargo, este sistema nos enseña desde la cuna completamente lo contrario. Desde los más burdos defensores de la meritocracia hasta aquellos que analizan la historia como una sucesión de actos individuales nos venden que tal o cual candidato electoral, por ejemplo, puede torcer el destino del país producto de sus habilidades individuales, y que el sentido del movimiento de la sociedad depende exclusivamente de él. Pero además la pequeña noticia nos da otra enseñanza: la dominación ideológica que se ejerció sobre los jóvenes bastó para que se mantuviesen confinados, y pasaron 9 años hasta que se plantee la posibilidad de que “existan humanos al margen de su pequeña finca” o bien “que otro tipo de vida es posible”. Y probablemente esas inquietudes surgen, también, de las precarias condiciones de producción que tenían y que los llevaban a carecer de cada vez mayores recursos para su sustento.

Nuestra sociedad se encuentra en la misma situación: por un lado, estamos profundamente dominados en términos ideológicos, la coerción no solo es física (represión y sistema de trabajo asalariado) sino fundamentalmente subjetiva. Nos dicen que esto fue, es y siempre será así, ocultando a través de sus instituciones (medios de comunicación, escuelas, universidades, etc.) la enorme y rica historia de la humanidad. La historia de estos pobres holandeses que “se creyeron el cuento del fin del mundo” como dicen algunos diarios, o que bien que se encontraban secuestrados bajo condiciones de coerción ideológica (donde desde ya se incluye la psicología), no es una historia más trágica que la de nuestra actualidad, donde subyacen pensamientos como que el capitalismo es el único y el mejor modo de producción al que llegó y llegará la humanidad; que el Estado es un regulador de las contradicciones sociales y no una herramienta de dominación de la burguesía sobre el proletariado; o que la democracia representativa, con sus elecciones cada cuatro años, pueden llegar a significar “participación democrática” de las masas en las decisiones políticas.

El concepto de que la humanidad no se desarrolla en forma de individualidades aisladas, sino en forma colectiva (desde el aspecto cognitivo de la crianza de un niño hasta el desarrollo de la ciencia y la cultura) nos lleva una vez más a señalar la contradicción principal del capitalismo: que cada vez somos más los que menos tienen, y la riqueza queda concentrada en cada vez menos manos. Dicho de otra manera, la producción es cada vez más social y la apropiación de lo producido cada vez más individual. Esta contradicción central atenta directamente contra el desarrollo natural de la humanidad; frena y limita cualquier desarrollo social. Por eso históricamente el capitalismo es una sociedad de transición que, o es superada por una sociedad socialista, o termina arrasando con la humanidad y condenándola al atraso.   

Con la ruptura de las relaciones capitalistas de producción no solamente se distribuye todo el producto excedente entre el pueblo trabajador y se elimina a la burguesía parasitaria, sino que planificaremos la producción para satisfacer las necesidades sociales. El único excedente existente será un fondo de contingencia social, un fondo de reserva, y no la riqueza individual de una clase poderosa por encima del pueblo trabajador. Con todo esto, con toda esta liberación, además se desarrollan todas las áreas de la ciencia, la técnica y la cultura, porque la sociedad pasa a desarrollarse desde un escalón superior.

Así como el padre de estos jóvenes holandeses no abrió la puerta de la finca y les dijo francamente que todo eso de “el fin del mundo” y la reclusión social era todo una creación de su mente, de la misma manera la burguesía no redimirá su dominación para decirnos “trabajadores, esto del capitalismo es un fracaso, mejor será que desarrollemos armoniosamente la producción”; de la misma manera que uno de los jóvenes cuyas contradicciones le resultaron insalvables, y sus ansias de libertad superaron la dominación ideológica a la que había sido sometido desde adolescente, de esa misma manera los trabajadores debemos organizarnos y construir colectivamente nuestras propias organizaciones políticas para liberarnos de este oscurantismo del siglo XXI que es el capitalismo.

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