La clase obrera viene atravesando una etapa de luchas que, a pesar de su poca difusión por los medios burgueses, hacen sentirse por abajo como un reguero de pólvora.
Un franco proceso de alza en el enfrentamiento ha instalado un clima de conquistas generalizado, donde los trabajadores argentinos hemos pasado de decir basta para, además, ir encontrando los caminos de unidad y organización independientes, con los genuinos dirigentes y las genuinas herramientas que van naciendo al calor de las luchas.
En ese camino las reivindicaciones salariales, por las condiciones de trabajo, los ritmos agobiantes de producción y un abanico enorme de reclamos, están teñidas cada vez más por una demanda de dignidad que va más allá de los reclamos inmediatos. Las conquistas reivindicativas van dando paso rápidamente a la aparición de aspiraciones políticas que nos van poniendo en otro escalón del enfrentamiento.
La lucha por las 8 horas de trabajo, garantizando un ingreso que nos permita sostener a nuestras familias, se impone nuevamente como un reclamo inmediato.
Esta lucha ya ha comenzado a darse, todavía sin expresarse abiertamente, en la actitud de importantísimos sectores de trabajadores que ya, de hecho, rechazan las horas extras y se niegan a jornadas agotadoras que nadie puede soportar.
Este derecho, que ha sido pisoteado sin tregua por la burguesía, y que ha sido un derecho histórico logrado por la clase obrera a nivel mundial, ya no se trata de una aspiración sino de una necesidad posible de conseguir.
Este derecho político trae detrás de él la suma de otros derechos.
Tenemos que afirmarnos en nuestro terreno de lucha que es el de la movilización y la masividad para las conquistas políticas, que se abren paso detrás de las conquistas económicas que se van logrando. Las 8 horas son un punto de unión de todos los trabajadores argentinos y, desde esa lucha, estaremos apuntando al corazón de la burguesía monopolista.