En su discurso de ayer en Venado Tuerto, provincia de Santa Fe, la Presidenta Fernández de Kirchner afirmó: “…Lo importante es que nos hayamos podido sentar los empresarios, los trabajadores, y el Estado para planificar la Argentina de aquí al 2020. Hace ocho años no sabíamos lo que nos iba a pasar al día siguiente”. Para completar la frase agregamos: la burguesía en el mundo no sabe hoy lo que va pasar en nueve días, pero la burguesía monopolista en la Argentina quiere hacer creer que puede planificar de aquí al 2020, es decir, a nueve años…
Muchas aristas tiene el discurso presidencial; los anuncios “fundacionales” de la Presidenta pueden parecer voluntaristas, y lo son, ya que el capitalismo mundial está en una crisis estructural en la que ningún gobierno da “pie con bola”. Sin embargo, las declaraciones presidenciales tocan un tema de fondo y, allí sí, deja claro hacia adónde apunta el “Plan Estratégico”.
“El acuerdo principal es sobre el rol del Estado. Cuando el Estado dejó de defender la industria, no era una ausencia; era un Estado muy presente en defensa de intereses que no eran los de los trabajadores, los de los argentinos”, dijo la Presidenta. Cabe preguntarse: ¿Los intereses “industrialistas” que vinieron a reemplazar otros intereses, son distintos a los de los 90? Por supuesto que no. El capitalismo monopolista de Estado es uno solo; es la sujeción del aparato estatal a los designios de los monopolios de la industria, que a su vez están ligados a los bancos, y dominan toda la estructura productiva del país, al tiempo que están entrelazados por innumerables hilos al capital financiero internacional.
El discurso dice una verdad a medias, que es la peor mentira, ya que resulta que ahora el Estado “defiende los intereses de los trabajadores y de los argentinos”; no es la primera ni la última vez que la burguesía disfraza con discursos nacionalistas el carácter de clase del Estado, pretendiendo que los intereses de la clase que posee el poder son los mismos que los del conjunto del pueblo. En definitiva nos dicen: “Si nos va bien a nosotros, le va a ir bien al país”.
Los mismos números que dio la Presidenta desmienten esta afirmación:
- “El salario vital y móvil ha crecido el 1050% desde 2003 a la fecha…Un 856% de aumento de la jubilación mínima”. Los números reales son $ 2.300 el salario mínimo y $ 1.434 la jubilación mínima, cuando la canasta familiar supera ampliamente los $ 6.000 haciendo un cálculo más bien insuficiente. Este mismo gobierno vetó el 82% móvil para los jubilados, mientras la plata de la Anses se utiliza para subsidiar a los monopolios, incluso vía la compra de acciones. En lo que va del año, el mercado accionario local perdió U$S 16.000 millones, es decir que gran parte de esas pérdidas son fondos de los trabajadores activos y pasivos.
- “Se crearon 5 millones de puesto de trabajo…La productividad del trabajo creció un 50%”. El promedio salarial en la Argentina araña los 3.000 pesos; solamente un 10% de la fuerza laboral ocupada gana por encima de los 5.500 pesos. La productividad que define la burguesía es la explotación que se sufre en la producción; esa misma alza de la productividad se logró con la misma capacidad instalada y la misma mano de obra, lo que implica una explotación inhumana, ritmos de producción extenuantes, jornadas de trabajo agotadoras. Luego del récord de desocupación pasamos al récord de producción; como dice la canción: “Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan”.
Por último, los primeros remezones de la crisis mundial han traído aparejadas suspensiones en la producción.
Esta es la verdadera cara del proyecto burgués, del Estado al servicio exclusivo de los monopolios. Cuando las cosas van bien, la burguesía canta “pelito para la vieja”, y cuando empiezan a no ir tan bien, que los platos rotos los paguen los laburantes.
Lo que sucede realmente es que la burguesía se cura en salud y empieza a agitar fantasmas para que aflojemos en los reclamos. Lo que ellos necesitan para que el “Plan Estratégico” les cierre es una clase obrera sumisa, que se conforme con ganar sueldos miserables y agache la cabeza a la hora de producir las ganancias de las que ellos se apropian. Pero la lucha de clases está afirmando otra cosa: la clase obrera y el pueblo hemos ganado muchísimo terreno en el logro de nuestros derechos y esa es la fortaleza nuestra y la debilidad de ellos. Allí, no hay plan que valga; es la lucha cotidiana la que va dirimiendo fuerzas y en la que la burguesía no puede planificar nada, ya que una cosa son las intenciones y otra muy distinta las posibilidades reales de someter a los sectores populares para atarlos al carro del proyecto burgués.