LA TORMENTA desnudó el dolor cotidiano.

Después de la tormenta, que fue violenta, en un horario cómplice con los fuertes vientos, viene la calma.

Después, inmediatamente después viene el  tiempo de reflexionar en el dolor de lo acontecido. Seis vidas se perdieron, destrozos en casas, lugares públicos, caídas de árboles, cortes de luz, inundaciones. Nuevamente y por otras razones mucho dolor social e individual.

Los argentinos ya sabemos que la mayoría de las consecuencias que generó esta tormenta eran evitables. Evitables para este sistema y evitables con mayor razón en otras condiciones sociales.

Evitables en el sistema porque hay un presupuesto para el mantenimiento de árboles y con el solo caminar por nuestras veredas veremos la tristeza que envuelve el verde de la gran ciudad, la falta de mantenimiento, evitables las inundaciones si se pusiese un freno al negocio inmobiliario, por demás anárquico, especulativo, cero social que no contempla ni las más mínimas condiciones para un desagote pluvial normal, hablaríamos de los cortes de luz, insostenible en un país en donde las empresas de energía tienen  capacidad de comprar  dólares en el exterior (exportación de capitales) sin ningún tipo de control, vendiendo bonos y haciendo diferencias colosales, capaces de resolver el problema de la luz en cortos períodos de tiempo con solo las ganancias que producen los pases especulativos que se realizaron ayer junto a los fuertes vientos. (Pagaron el dólar a $5.35 en el exterior)

Pero lo más dramático es la pérdida de vidas, el acoso social impuesto, un horario, las 20hs en donde un compatriota debería estar en su descanso, en su desarrollo humano, espiritual  con quienes los rodean, con sus amores cercanos.  Las 20hs de este sistema injusto, es la hora de la “gran batalla” por el retorno a casa de muchos trabajadores, luego de muchas horas de trabajo, mal pago, en peores condiciones y un transporte y una calle abandonados a su suerte. El Estado está bien presente en ese abandono, es intencional, es bajar el costo para producir y obtener más ganancia, el Estado que ayer no estuvo para las mayorías sí estuvo para cerrar negocios en las principales bolsas del mundo.

 Millones que producen riqueza para pocos, envueltos en el dolor cotidiano y en el dolor de catástrofes evitables nos imponen un sistema productivo miserable y nos  llevan sin rumbo por una vida miserable.

 ¿Qué pasaría si  produciríamos  para las necesidades del hombre y no de la ganancia, ¿haría falta el desorden social impuesto? ¿Haría falta que millones produzcan, coman y viajen como lo hacen? El consumismo impuesto por el sistema,  primero consume al Hombre y a todo lo que lo rodea. ¿Nos pusimos a pensar que hubiese pasado con una tormenta de éste género bajo un sistema que ponga al hombre como parte de la naturaleza? ¿Cuantas causas deben cambiar para que las consecuencias se atenúen en violentos vientos como los de anoche?

Somos optimistas porque vemos que en las infinitas protestas que se desarrollan cotidianamente apuntan a otra vida, apuntan a apretarlos con la lucha, con más organización, apretarlos  en todos los rincones y a la vez despunta una necesidad de cambio revolucionario en una amplia franja de la sociedad que desde hace muchos años experimenta la decadencia del sistema y se dispone raudamente a esos cambios.

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