Las sociedades han desarrollado su ideología sobre la base de la forma en que los hombres se han ido organizando para producir sus vidas.
El ímpetu revolucionario de la burguesía surgió de la necesidad de desarrollar una producción en masa, asociada y de oferta libre para los productos fabricados.
Así, para la burguesía, “libertad, igualdad y fraternidad”, tenían un significado profundamente económico que obviamente se reflejaba en forma política, jurídica, ideológica, religiosa y socialmente.
A fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, los investigadores de los procesos históricos y económicos (filósofos, economistas, y estudiosos de lo que luego se conocería como ciencias sociales), fueron descubriendo los mecanismos que generaban las fuerzas históricas que impulsaban a que las sociedades tomaran determinadas formas de organización y que, hasta ese entonces, aparecían como un misterioso azar.
Así los teóricos burgueses llegaron a entender que en el proceso de producción, lo que generaba la riqueza era el trabajo humano sobre la naturaleza. Los ejércitos de productores que la burguesía había organizado en sus unidades productivas eran quienes generaban con sus manos, mentes, nervios y sangre, la riqueza que construía y desarrollaba las vidas de los seres humanos en toda la sociedad.
Ahora, si los que generaban la riqueza eran los productores, ¿qué papel cumplía entonces el dueño de todo el capital y de todos los productos que los productores elaboraban?… La conclusión era muy simple: los dueños de todo lo producido, los burgueses, los capitalistas, eran los expropiadores del trabajo de los productores, o sea, de los obreros.
Pero esa conclusión no fue sintetizada por ningún “pensador” burgués. Esa conclusión fue sintetizada por Marx y Engels quienes, a partir de ese momento, y por esa razón, se constituyeron en los padres de la ciencia filosófica, económica, histórica y social de la humanidad, la ciencia proletaria que develaba todos los “secretos” de la organización social. Ciencia proletaria porque ponía en manos del proletariado el protagonismo histórico y le asignaba a la burguesía el papel de expropiador. Simple ladrona del trabajo ajeno. No sólo la sacaba del protagonismo sino que la ponía en el lugar que le tocaba a partir de ese momento histórico, el de frenadora de todo el desarrollo y el avance de las ciencias, el conocimiento y el progreso y, con ello, del desarrollo humano mismo. Todo con la intención de ocultar el origen de la ganancia y el triste papel histórico que había pasado a cumplir.
A partir de allí, la burguesía se esmeró en esconder, mentir, confundir, cambiar las cosas, poner velos, endiosar las cosas (dinero, mercancías), crear fetiches, etc. Todo con el afán de ocultar el verdadero tema: los productores, es decir los proletarios, somos los verdaderos hacedores y constructores de toda la sociedad. Son los hombres y mujeres imprescindibles para que la sociedad funcione. En ellos está la fuerza y de ellos depende el porvenir del mundo. Por el contrario la burguesía es la piedra en el zapato y la valla que se alza ante el progreso de la humanidad.
Ésa, y no otra, es la causa de las mentiras de toda la burguesía, sea cual fuere el ropaje político, social, religioso, cultural o de cualquier tipo que utilice.
La hipocresía de los gobernantes, el cinismo de los dueños de los monopolios, la falsedad de jueces y funcionarios estatales, el ocultamiento de los medios de masivos de información sobre las luchas obreras y populares no se deben a características personales de los mismos, por el contrario, son conductas propias de la clase social a la que pertenecen y a la que sirven.
Por eso, de lo que se trata, no es del cambio de hombres ni de partidos para terminar con tanta indignidad. De lo que se trata es de cambiar la clase que gobierna. Por eso es que el proletariado y su partido revolucionario luchamos por conquistar el poder.