En cada casa, en cada reunión familiar o con los compañeros del trabajo, escuchamos permanentemente lo que sabemos todos: “lo mal que se vive”. Pero hoy, frente a esos dolores, comienza a aparecer el nombre y apellido de los responsables de tantos padecimientos, los que saquean nuestro esfuerzo y roban nuestras riquezas: las empresas monopolistas y todas las instituciones del Estado que están subordinadas a ellas.
Esto, lejos de llevarnos al desánimo, acrecienta la bronca, la indignación, y la búsqueda de una salida que quede en nuestras manos, en nuestras decisiones directas. Para los trabajadores y el pueblo la vida significa mucho más que subsistir hasta el día siguiente; miles de ejemplos tenemos que a ellos no les importamos, son sordos, ciegos y mudos, y a la hora de contar los billetes que se apoderan gracias a nosotros, no les interesa nada.
Todo el arco político del sistema no duda ni un segundo en juntarse codo a codo cuando tienen que garantizar los negocios de los poderosos, más allá de sus pomposas declaraciones o de mitines montados para escena. Se unen en una sola voz y coinciden cuando hay que hablar de lo importante, allí no aparecen diferencias de banderas, ni de principios, ni de un carajo.
Sus objetivos inmediatos son: aguantar el verano “sin hacer olas” y ni qué hablar de plata para salarios, sostener la productividad como sea, seguir con la rosca de las exportaciones y tratar de empujar a los sectores en conflicto al desvencijado paraguas institucional.
De ahí a que lo logren hay un trecho muy largo por recorrer. Es este, quizás, el peor diciembre que se recuerde desde 2001. Peor para el pueblo por el oprobioso desgranamiento de las condiciones de vida; peor para la burguesía por el incesante crecimiento de la conflictividad social y los reclamos que no cesan ni bajo las estrellitas de colores que promete Papá Noel…
Y es allí en donde se profundiza el resquebrajamiento del que hablamos entre la clase dominante y la clase obrera y el pueblo; porque estos planes no pueden no chocar abiertamente con las aspiraciones de un movimiento de masas en ascenso.
Son las dos caras de una misma moneda, o como si se estuviesen filmando dos películas a la vez: una es la de la superestructura política (la única que tiene prensa), y la otra es la que tiene como protagonistas a los trabajadores y al pueblo, en cada lugar de trabajo, en cada barrio o localidad, (la única que muestra cómo está la real situación de los argentinos).
Más allá de estos manejos, lo que está quedando claro es que resolvemos nuestros problemas cuando aparece la lucha, cuando aparece el reclamo por más pequeño que parezca. La burguesía sabe que en este escenario, cualquier chispa puede encender la mecha.
Por eso decimos que aunque nos quieran hacer creer “que no pasa nada”, cuando se mueve aunque sea un poquito el avispero, por abajo pasa de todo. Y somos los trabajadores los que debemos cubrirnos las espaldas, nadie va a venir ha hacerlo por nosotros. Nos respaldamos nosotros.
Le estamos encontrando la vuelta y eso les duele. Este escenario de la lucha de clases, es un nuevo escalón en el terreno de la lucha política, que continúa deteriorando aún más la dominación de la burguesía. La expresa debilidad política del gobierno (y de las “oposiciones”) y la propia crisis, pone a la oligarquía financiera y a sus instituciones en el centro del huracán, como responsables directos de todos los males que aquejan a nuestra clase obrera y a nuestro pueblo.
Debemos ver esta debilidad de nuestro enemigo de clase como un logro alcanzado por el accionar de todo el pueblo, y por lo tanto, la posibilidad ampliar esa lucha por objetivos más profundos, que están más allá de lo local, de las fuerzas y la organización en nuestro lugar de trabajo, nuestro barrio o nuestra ciudad. No hay cuatro paredes que limiten nuestra lucha, y si la burguesía las construye, debemos derribarlas con nuestra acción independiente.
Porque en realidad, contamos con las fuerzas de toda una clase, de todo un pueblo que erosiona, diezma y deteriora el poder de la burguesía; la lucha de todo el pueblo es parte de una sola lucha, la lucha de clases, y esto es lo que obliga a los revolucionarios y a la vanguardia obrera y popular, a que elevemos, en estas circunstancias, nuestra mirada.