La semana pasada otro crimen propio de la barbarie capitalista ocurrió en Bangladesh, nación ubicada al sur de Asia y que limita con India y Birmania. En el distrito de Savar, a la afueras de la ciudad de Dacca, se derrumbó un edificio construido ilegalmente donde se hacinaban más de tres mil obreros y obreras de la industria textil, lo que provocó casi 400 muertos y más de mil heridos. En ese mismo país, en noviembre de 2012, se incendió otra fábrica textil que dejó más de 110 muertes.
Las fábricas que allí funcionan, así como las de la India, China, Birmania, Vietnam, Camboya, Filipinas son fabricantes de productos para Wal Mart, Carrefour, Mango, Bennetton y todas las principales marcas de indumentaria mundial. Allí se instalaron los capitales en busca de salarios miserables a cambio de jornadas laborales interminables. En esos países, millones de personas trabajan por menos de 40 dólares al mes, en condiciones de seguridad y sanitarias inexistentes, hacinados de a miles y superexplotados en jornadas laborales maratónicas.
Sin embargo, los apologistas del sistema venden esta realidad en medio de la vanagloria de llevar “progreso” allí donde el capital sienta sus reales. Todavía hay que leer que, gracias al capitalismo, los habitantes de zonas rurales que migran a las ciudades huyendo de la pobreza y el hambre para trabajar por un puñado de dólares al mes, en condiciones infrahumanas, son lo beneficiados de la llegada del capitalismo a los más recónditos lugares del planeta. Y así luego completan estadísticas anunciando que esas poblaciones migrantes pasan a pertenecer a la clase media.
El capitalismo y su globalización imperialista cierra fábricas en países donde no puede pagar salarios tan bajos como los que necesita, deja el tendal de desocupados que deja, arranca a los campesinos de sus tierras en los países “periféricos”, los hacina en las ciudades donde terminan trabajando de sol a sol en condiciones infrahumanas, y luego esos productos los vende en los países donde antes cerraron fábricas y condenaron a miles de trabajadores a la miseria.
Un círculo siniestro, que parece “ilógico” pero que contiene toda la lógica del capital, lógica que en su etapa más decadente y crítica se vuelve más siniestra y criminal, y que ratifica que es la hora de derrumbar definitivamente al sistema capitalista dado que estas atrocidades son parte de su carácter intrínsecamente explotador del Hombre y la Naturaleza y que no tiene vuelta atrás en la Historia.