Revolución o reformismo

Hace casi 20 años, transitábamos un período en donde para la clase obrera era menester mantener los puestos de trabajo, porque abundaban los despidos y porque existía un contexto a nivel mundial, en donde el capitalismo, venía reestructurando todo sus marcos jurídicos, legales e institucionales para avanzar sobre las conquistas laborales y políticas de los trabajadores.

En ese contexto, dada la situación de las masas y del reflujo de las luchas, los revolucionarios teníamos que poner énfasis en instalar la idea de lucha, de confrontación, de organización, de ir construyendo de a poco las fuerzas, ya que nos avasallaban por todas los costados con “el fin de las ideologías”, donde los eruditos de la burguesía, acompañados por la intelectualidad pequeño-burguesa de izquierda, afirmaban la inexistencia de la clase trabajadora, sin preguntarse de dónde salía todo lo que consumían, los medios de transportes, las comunicaciones, los servicios, en fin, todo aquello que hace al sostén de la sociedad misma. Muchos fueron seducidos por las “innovaciones del marxismo”, más pensado, más renovado, donde aparecían nuevos “sujetos revolucionarios”, donde el tema de la toma del poder planteado por Marx y profundizado por Lenin, el Che y Santucho, en sus escritos y en sus acciones, pasaba a ser anacrónico para todo este arco de “teorizadores de la revolución”. Pero los que creíamos por nuestra práctica y experiencia, en la ciencia Marxista, nos mantuvimos indeclinablemente en las concepciones nacidas y desarrolladas en el seno de la clase obrera, y sostuvimos contra viento y marea, que había que destruir al sistema capitalista e instaurar una sociedad socialista.

Mientras se elaboran estas “nuevas” concepciones “antipoder”, por abajo se iba asimilando una práctica genuina entre las masas, que con el tiempo se fue consolidando como la herramienta primordial para la organización de la lucha: la autoconvocatoria.

Mientras las “grandes discusiones teóricas” se daban sobre la superestructura política, la autoconvocatoria se ampliaba cada vez más a grandes masas de trabajadores, que encontraban en esta expresión la herramienta para deshacerse de los charlatanes, los sindicatos traidores, los partidos que venían a subestimar, contener, montarse y utilizar las luchas de las masas para sus propios beneficios.

Una vez más, los revolucionarios tuvimos que celar a esta herramienta, ser los que la difundieran e instalaran en el seno del pueblo como la garantía, junto con la masividad, para que los conflictos salgan a flote, quitándole toda maniobra de acción al poder monopolista. La autoconvocatoria fue tildada de espontaneísta, de no tener una visión de poder, de ser anárquica y desorganizada.

Los revolucionarios, que entendíamos que debíamos hacer trascender a la autoconvocatoria, también fuimos atacados, por ser quienes llevábamos “confusión al pueblo con nuestro diversionismo”. ág. 7_

Hoy la autoconvocatoria es la fuerza más arrolladora que tiene nuestra clase obrera y nuestro pueblo, y millones de trabajadores a escala mundial han experimentado, por lo menos alguna vez, una experiencia autoconvocada. Hoy, las masas que se lanzan a la lucha llevan incorporada esta metodología, que es patrimonio colectivo de la experiencia acumulada de las luchas populares.

Los revolucionarios en cada etapa de la lucha de clases hemos tenido que asimilar, sintetizar y profundizar cuál es el sentimiento que anida en el pueblo.

Esos tiempos han quedado en el pasado. Desde el santiagueñazo, los levantamientos populares en Gral. Mosconi y Cutral-co, el puente Correntino, las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, hasta la actual irrupción de la lucha salarial y por mejores condiciones de trabajo, hemos visto cómo se incrementaba el auge de las luchas populares.

Un sin fin de reclamos venían a demostrarle al poder de la burguesía el descreimiento a sus instituciones, la falta de perspectiva en el sistema, la desconfianza a todo lo que viene desde arriba.

La situación de auge de la lucha de la clase obrera y el pueblo más de una vez nos puso en la encrucijada del qué hacer, de dónde apuntar nuestros mayores esfuerzos. Hoy, esa situación de auge ha pasado a ser una situación revolucionaria que recorre de punta a punta nuestro país. Una situación objetiva, material que no conoce de voluntades de ningún sector. El nivel de confrontación, la disposición de la clase obrera a luchar y acaudillar las luchas, pero sobre todo, la buena recepción de las ideas revolucionarias tanto en los trabajadores, como en otros sectores del pueblo, es el barómetro que nos indica el nivel real de esta situación.

Como en el pasado, a los revolucionarios nos caerán cataratas de críticas por entrar en esta caracterización histórica. Pero no debemos perder de vista cuál es el hilo conductor que une la historia de la lucha de las clases. Ese hilo conductor es la lucha por el poder.

Si bien los trabajadores por sí solos no pueden sintetizar que para terminar con toda injusticia social hay que arrebatarles el poder al puñado de monopolios que se roban todo lo que producimos; el sentimiento que crece es el de ponerle fin a la esclavizante opresión y explotación del sistema capitalista. Es aquí donde tomamos real conciencia de la necesidad de una fuerza política, nacida de las experiencias de luchas de la clase obrera, que sea capaz de hacer confluir todas esas aspiraciones de liberación, en acciones que atenten contra los intereses de los monopolios, de las trasnacionales, de los grandes grupos económicos, de la oligarquía financiera. Una vez más los revolucionarios nos encontramos en esa encrucijada, por así decirlo, del qué hacer.

Por eso, es que nuestra principal tarea hoy por hoy es construir y poner a disposición de las masas una alternativa revolucionaria, que lleva incorporada en su accionar las prácticas antes mencionadas. Una alternativa revolucionaria que contemple que para conquistar el poder es necesario la unidad de la clase obrera y de ésta con el pueblo; una alternativa revolucionaria que no escatime fuerzas en construir estratégicamente las actuales organizaciones políticas de masas que en el futuro serán parte del nuevo Estado revolucionario, una alternativa revolucionaria que se nutre todos los días con las experiencias de lucha de nuestro pueblo y que en ese andar vaya fusionando las ideas de la revolución con el sentimiento popular de liberación.

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