Las cosas por su nombre

El gobierno de los monopolios y toda la burguesía, pretende por estos días sumergirnos en diferentes “debates” que nada tienen que ver con los problemas que tenemos los trabajadores y el pueblo.

Entre ellos, están tratando de resucitar de alguna manera la expectativa electoral, que en otros momentos de nuestra historia podía considerarse como una filosa arma de la burguesía a la hora de sostener el engaño y la mentira; pero que hoy, a esta altura de la experiencia del movimiento de masas en lucha, no genera ninguna motivación en el pueblo. Y es más, podríamos decir que lo único que está generando es mayor rechazo e indignación frente a todo lo que viene desde arriba.

Porque a la hora de la verdad, lo que pesa (y mucho) es que cada vez trabajamos más horas y en peores condiciones, para recibir un salario que cada vez alcanza para menos. El término miserable  que la burguesía emplea para catalogar a los sectores marginados de esta sociedad, puede aplicarse perfectamente a los ingresos que recibimos una amplia mayoría de los trabajadores.

De acuerdo a recientes datos oficiales difundidos por el INDEC – Encuesta Permanente de Hogares (EPH) primer trimestre de 2013 (lo que hace pensar sobre cuáles serán en realidad los datos verdaderos y marca la gravedad de la cuestión), la mitad de las 15.781.000 personas ocupadas cobra menos de $ 3.700 por mes. Esto quiere decir que casi 8 millones de personas en nuestro país (que tienen trabajo, vale aclarar): obreros, empleados, profesionales, o por cuenta propia cuentan con menos de $ 120 por día para mantener a sus familias.

Al continuar “descendiendo” en la escala de ingresos, el propio INDEC reconoce que el 30% de toda esa gente ocupada –lo que implica 4,7 millones de personas- cobra menos de $ 2.500 mensuales. Esta cifra está inclusive por debajo del salario mínimo que la propia burguesía estableció este año como “legal”. Está claro que a la hora de hablar de salarios (elemento sustancial que compone las ganancias de las empresas) borran con el codo lo que escriben con la mano. A esto se agrega que hay casi un millón trescientos mil desocupados, sin ingresos o que reciben una mínima “prestación por desempleo”.

Estos datos no hacen más que confirmar lo que ya sabemos y padecemos: con estos ingresos, y en contrapartida absoluta con lo que generamos con nuestro trabajo, la amplia mayoría de los trabajadores somos pobres. Tener trabajo no exime a una gran parte de la población de esto.

Además, la encuesta mencionada señala que la mitad de los operarios cobra menos de $ 3.800, la mitad de los técnicos percibe menos de $ 4.000 y la mitad de los profesionales menos de $ 6.500. Por encima de los $ 8.000 pesos está apenas el 10% de los ocupados -un poco más de 1.500.000 personas-; pero debe contemplarse que en su mayoría están alcanzados por el impuesto al salario (mal llamado Impuesto a las Ganancias) lo que en definitiva, achica el ingreso neto.

Cuando se pasa a los ingresos de las familias, la mitad de los hogares – que albergan a más del 40% de la población –recibe menos de $ 6.000 por mes. Diversas mediciones académicas señalan que el costo de una canasta familiar supera a esta altura los $ 8.000 por mes.

Esta es la cara de la moneda de la verdadera situación política y social a nivel nacional, atravesada de punta a punta por la lucha autoconvocada y la disposición al enfrentamiento de la clase obrera y el pueblo, a las políticas de los monopolios.

Una realidad muy dinámica, un momento en donde miles nos lanzamos a las calles a luchar por lo que nos corresponde, por lo que nos están robando. En las fábricas, en los barrios, en las escuelas, en los hospitales, en cada ámbito social se busca la resolución a los problemas que los diferentes gobiernos (tanto nacionales, como provinciales y municipales), no resuelven. Está claro que la solución está en nuestras manos, en una salida política unitaria que nos tenga como protagonistas a la hora de decidir nuestro presente y nuestro futuro, como clase y como pueblo.

 

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