El pan es uno de los alimentos elaborados más antiguos de la humanidad. A tal punto que se convirtió en el emblema de la alimentación.
El pan es el símbolo de la saciedad del hambre.
El punto más bajo y profundo de la ineptitud de un sistema de organización social para la producción y reproducción del ser humano se expresa en la carencia de pan. De igual forma, la abundancia de pan es el símbolo del éxito y la prosperidad de los pueblos.
Las revoluciones y movimientos sociales que lograron derribar a los diversos regímenes que los esclavistas, señores feudales, burgueses y monárquicos sostenían contra las mayorías laboriosas con el solo fin de mantener sus privilegios basados en el trabajo ajeno, llevaron como estandarte principal al blanco y esponjoso alimento.
La revolución en nuestro país es la única posibilidad de lograr el pan para todos. El pan al alcance de todos.
No hay mentira más grande que la afirmación de la presidenta y los señores del poder cuando dicen que “aún faltan lograr muchas cosas para alcanzar la justicia distributiva y la igualdad de posibilidades para los sectores más postergados”. Por el contrario, a través del camino que transitamos, esa justicia distributiva y la igualdad de posibilidades son inalcanzables porque cada vez nos alejamos más de ellas.
El pan, así lo demuestra una vez más en la historia.
No hay utopía más irrealizable ni fantasía más absurda que cuando los profesores, “pensadores” progresistas y payasos izquierdistas nos discursean acerca de ir transformando este sistema de organización social para la producción en un sistema más justo y humano, ganando espacios de poder por vía de las elecciones y otras ridículas propuestas. Propuestas que, incluso, alcanzan el nivel absurdo tan grande de sugerir a quienes tienen la manija que dispongan de parte de sus negocios para “darle” al pueblo lo que el pueblo necesita.
Así como las personas no pueden ser juzgadas ni calificadas por lo que piensan de sí mismas, los sistemas de producción y reproducción del ser humano, tampoco pueden ser juzgados o calificados por lo que dicen sus “pensadores” e intelectuales al servicio del mismo.
Los hechos son los que cuentan en uno y otro caso. Los discursos y las palabras no sirven ni tapan lo que los hombres y las sociedades en realidad son.
La revolución en nuestro país ya no sólo es una aspiración de lograr un sistema socialista que, basado en la propiedad social de los recursos naturales y medios de producción social planifique la producción de bienes y servicios, así como su distribución a partir de las necesidades presentes y futuras de la población. Hoy, es una necesidad impostergable y todas nuestras luchas, el ejercicio del enfrentamiento al sistema y al Estado de la clase burguesa que lo sostiene a pesar de su descomposición, la organización de fuerzas y la unidad de voluntades populares, tienen que estar al servicio de la conquista del poder para concretar esa obra que nos permitirá saciar el hambre y garantizar el pan y una vida de realizaciones para nuestros hijos y las generaciones venideras.
Ése será el principio de la mayor conquista de los argentinos que nos permitirá la realización de nuestros sueños de igualdad, dignidad y justicia basados en el trabajo conjunto, planificación, decisión y ejecución que hoy estamos practicando en cada una de nuestras luchas autoconvocadas en donde rige la democracia directa.
Estos sueños proletarios y populares no son utópicos, se pueden alcanzar y elaborar como el pan para todos.
Se trata de generalizar y profundizar nacionalmente lo que venimos haciendo y orientar el timón hacia ese objetivo. Nuestro pan será entonces el alimento del nuevo hombre.