La actual situación política se enmarca en una etapa en donde el gobierno de los monopolios muestra con toda crudeza su profunda crisis política; la que –más allá de las propias contradicciones y desmanejos impresentables- es producto fundamentalmente de años de luchas populares ininterrumpidas, que se van acrecentando y agudizando.
El discurso y todas las medidas adoptadas por el gobierno son demostración cabal de que la burguesía, a pesar de seguir adelante con su dominación, no puede seguir gobernando como lo venía haciendo. Es evidente que todas sus iniciativas monopolistas chocan permanentemente con las aspiraciones populares, desembocando en conquistas que son producto de la movilización y el asedio permanente que los trabajadores y el pueblo realizan sobre la clase dominante.
Esta caracterización que venimos haciendo, pone blanco sobre negro el papel de la lucha de clases, por sobre cualquier intento de querer presentar otro tipo de “confrontaciones” disfrazadas -pero inter burguesas al fin-, más aún en épocas de farsa electoral como estas.
Pasados los comicios, se viene una etapa en donde quedará más al desnudo aún la impotencia de la burguesía en su afán permanente de achatar el salario, colocando a la carrera inflacionaria como la única salida para paliar esa necesidad. Y el mazazo inflacionario (a “cuenta gotas” o de un “saque”) provocará nuevas luchas, nuevos reclamos y nuevas conquistas.
La burguesía está siendo cercada por la lucha de masas, forjada en largos años; donde no faltaron marchas y contramarchas, confianzas y decepciones, pero en donde se fueron probando las fuerzas, se fueron templando las verdaderas organizaciones de las masas, independientes de la tutela burguesa. Esa experiencia insustituible, patrimonio del pueblo, cuenta con la aparición nuevas vanguardias obreras y populares, que comienzan a plantearse, a partir de la lucha por sus problemas inmediatos, los problemas comunes de todo el conjunto social.
Así nos encontramos hoy día y este proceso augura dos cosas claras: la burguesía no dejará de intentar avanzar sobre las conquistas logradas (aún en crisis política sin precedentes); y la clase obrera y el pueblo seguiremos presentando batalla, como se viene mostrando, en un choque y confrontación clasista que va más allá de cualquier voluntad.
Las organizaciones del pueblo, las instituciones populares, tenemos todo a favor para seguir creciendo, para seguir desarrollándonos, para seguir fortaleciéndonos. Sobre la crisis política de la burguesía, camina la fortaleza de los de abajo, y en esto no hay farsa electoral que valga; en una espiral ascendente que comienza a clavar sus estacas e ir por más.
Están dadas todas las condiciones para instalar nacionalmente el proyecto revolucionario, que actúe como catalizador de las más variadas y profundas aspiraciones de cambio.
Las conductas políticas, entonces, deben tener un carácter netamente ofensivo para la clase obrera y el pueblo. Ellos intentan frenar ese avance, pero desde una debilidad galopante que los pone a la defensiva política en todos los terrenos.
En ese marco, la ofensiva política de las más amplias masas cuenta con un ancho andarivel para mantenerse y desarrollarse, hasta lograr el objetivo de cambio revolucionario.