El proceso de concentración y centralización de capitales a escala planetaria ha significado un cambio cualitativo en la conformación del imperialismo a nivel mundial, cambios que muchas veces son difíciles de mensurar.
El imperialismo mundial hoy se presenta como un conglomerado de intereses tan intrincado y tan interdependiente, que asistimos a una época en el que el poder trasnacionalizado barre todo tipo de límites políticos y económicos; esto implica que los Estados otrora nacionales hoy representan alguna de las facciones de la oligarquía, mañana a otra, pero nunca más como Estado nacional que representaba los intereses de toda su burguesía.
La estructura de los Estados actúan bajo la órbita de estos intereses, aun cuando se vistan de intereses nacionales. Las trasnacionales utilizan los Estados de los países en los que operan sus negocios como cotos de caza para la defensa exclusiva de sus intereses y ya no de los intereses de sus naciones. Este proceso, no sin contradicciones, es irreversible y es lo que predomina como característica cualitativamente diferente.
Insistir en “nacionalizar” al imperialismo (imperialismo norteamericano, imperialismo europeo, imperialismo chino, etc.), así como definir “derecha” o “izquierda” sin tomar en cuenta la definición de clases, nos nubla la mirada y nos confunde a la hora de definir las políticas revolucionarias.
Sostener la existencia de distintos imperialismos permitiría, aun para los que luchamos sinceramente contra él y por el socialismo, creer que son posibles procesos revolucionarios que pudieran buscar alianzas con “burguesías nacionales” cuando éstas no son más que sectores de esa clase que están aliadas a alguna facción del imperialismo que dirimen sus negocios en nuestros territorios.
En América Latina la equivocada visión del carácter actual del imperialismo, ha permitido caracterizar gobiernos y Estados totalmente atados a los intereses trasnacionales como gobiernos “progresistas” o “populares” o constructores del “socialismo del siglo XXI”; el reformismo y el populismo se aferra a estas concepciones, siguiendo acríticamente las políticas que la propia burguesía adopta para retrasar la lucha revolucionaria de los pueblos.
En este marco, nuestra posición sobre los hechos que vienen aconteciendo en Venezuela no está por fuera de esta situación del capitalismo mundial, de su crisis estructural y de los procesos de lucha y movilización de las masas en el mundo. Allí, la clase obrera y el pueblo vienen luchando por su porvenir, dejando el pellejo y la sangre en ello.
En Venezuela no ha habido una revolución socialista; el poder en ese país está en manos de la burguesía monopolista, en la etapa del capitalismo monopolista de Estado. En ese sentido, la superestructura política burguesa en Venezuela que se presenta como la demandante de cambios, así como el gobierno de ese país, son parte de la puja interimperialista que nada tienen que ver con las aspiraciones y las demandas del pueblo venezolano.
Los revolucionarios debemos tener una clara posición de apoyo intransigente con la lucha del pueblo venezolano por buscar su propio camino para su liberación. La definición de los acontecimientos debe ser producto de su propia autodeterminación, sin injerencia, abierta o encubierta, de ningún otro interés que no sea el de la clase obrera y el pueblo de Venezuela.
Hoy está más claro que nunca que los revolucionarios debemos adoptar una estrategia de lucha por el poder irreconciliable con los intereses imperialistas, apuntando a destruir los Estados burgueses monopolistas y a construir un Estado proletario en alianza con las mayorías populares.
Un nuevo período de alza de la lucha de las masas debe encontrarnos bien pertrechados para no caer más en engaños o en supuestos “atajos” y para dotar al movimiento de una clara perspectiva de lucha revolucionaria por el poder para la clase obrera y el pueblo y por el socialismo.