Sobre la justicia popular

El disparador fue un hecho de robo ocurrido en la ciudad de Rosario en el que un joven arrebató la cartera a una madre, también joven, quien llevaba a su hija de dos años de edad. El ladrón fue atrapado por lugareños quienes lo mataron a golpes. Unas cincuenta u ochenta personas, según se supo, participaron del linchamiento.

Con posterioridad, se conocieron tres hechos más en la misma ciudad y uno en Ciudad de Buenos Aires en donde los vecinos atraparon a los ladrones y también los golpearon, aunque en estos casos, no terminaron con las vidas de los mismos.

No es la primera vez que suceden linchamientos. Hechos anteriores se recuerdan no sólo con ladrones sino también con violadores en los que en algunos casos murieron a manos de los vecinos. También se han incendiado casas y destruido los llamados “bunkers” de drogas.

Pero el hecho, en este momento histórico, es el disparador no casual…

Inmediatamente aparecieron comentarios radiales y televisivos de periodistas y locutores. Se escribieron varios artículos en los diarios redactados por personajes identificados con una posición progresista y otros embanderados con partidos políticos de “izquierda” y personas ligadas a organismos de derechos humanos.

Independientemente de las calificaciones y análisis sociológicos, sicológicos y morales que se ensayaron al respecto, todos sin excepción coincidieron desde izquierda a derecha en un común denominador a saber: El monopolio de la justicia y de la represión del delito a manos del Estado, el repudio a la justicia por mano propia y el respeto y sumisión de la ciudadanía al “Estado de Derecho”(eufemismo tras el cual se esconde la más vil conculcación de los derechos del pueblo a favor de la burguesía monopolista), “porque si no entramos en un caos del que no se saldrá”.

Desde allí, sin obstáculo alguno, todos los comentarios se deslizaban rápidamente a la advertencia sobre “el peligro que entraña que el pueblo administre justicia y decida sobre la vida y la integridad de los seres humanos”. Sólo les faltaba agregar que la oligarquía financiera es la única que debe decidir al respecto.

La pregunta es: ¿Cuál es la “justicia” a la que aluden todos estos ideólogos y a la que debemos someternos sin chistar todos los habitantes del país? ¿La misma que condenó a cadena perpetua a los petroleros de Las Heras? ¿La misma que diariamente emite fallos a favor de los que detentan el poder y en contra del pueblo? ¿La misma que llena las cárceles de pobres desclasados generados por el mismo sistema que después los tortura y los mata sin piedad? ¿La misma que administran jueces corruptos absorbidos por un sistema corrupto de funcionarios y leyes corruptas que impone penas para los luchadores populares que se rebelan ante el atropello de la propiedad capitalista que exprime a los hombres, el agua y la tierra? ¿La misma que convalida la muerte y hambre de miles para que se enriquezcan un puñado de monopolios?

Ésta es la justicia ante la cual quieren llevar los problemas sociales estos declamadores y custodios de la moral. Un verdadero salvavidas de plomo para los que se están ahogando. El amor a la ideología burguesa es a la vez subestimación, miedo y odio a la actividad intensa del movimiento de masas que gesta la revolución.

Estos hombres y mujeres se han rasgado las vestiduras utilizando estos hechos ocurridos en días pasados, montándose sin vergüenza sobre los mismos para esgrimir los más altos conceptos burgueses que tienen penetrados hasta la médula y defenderlos a rajatabla para fusilar las ideas de una nueva justicia nacida en la democracia directa que emerge de la práctica revolucionaria que están haciendo las masas en su camino independiente, decidiendo su propio futuro sin tutela del poder dominante.

Es que en esta sociedad en donde confrontan dos sectores antagónicos como son la oligarquía financiera por un lado y el proletariado y sectores populares por el otro, hay dos tipos de justicia con dos propósitos diferentes y antagónicos que se corresponden respectivamente con cada contendiente. Hay una justicia burguesa que es la que impone el Estado y se ejerce en contra de los intereses populares y hay otra justicia naciente que el pueblo ansía y que tiene un carácter propio definido por sus intereses.

Esa justicia es la que se va ejerciendo en la lucha en cada asamblea en las fábricas, en los barrios, en los lugares de estudio y es la que está en disputa contra la justicia burguesa. Esa justicia se aplica en cada decisión que soberanamente ejerce el pueblo oprimido cuando ocupa un terreno y construye viviendas para los trabajadores (por citar sólo un ejemplo, el reciente sonado hecho de Alejandro Korn). Esa justicia, con su tratado no escrito de nuevo derecho, se enseñorea cuando repudia y rechaza la “conciliación obligatoria” que la justicia burguesa le pretende imponer a los metalúrgicos cordobeses de las autopartistas o a los docentes movilizados de Buenos Aires, y podemos seguir citando ejemplos de justicia popular que al calor de las luchas y mezclada y entrelazada con la solidaridad nacida del objetivo del bien común se va grabando a fuego en las mentes y las conciencias de los proletarios y el pueblo. Ésta es la justicia que el pueblo ejerce colectivamente por mano propia, totalmente opuesta a la justicia que la burguesía ejerce por mano propia a través de su propio Estado.

Ya tenemos suficiente con la justicia burguesa que hemos sufrido por décadas y décadas avalando cada uno de los golpes militares y latrocinios contra el pueblo. Una justicia cuya vara es el tamaño del capital.

Nuestro pueblo va haciendo nuevos caminos transitando a través de un paisaje pedregoso, lleno de obstáculos, con avances y retrocesos, con aciertos y errores. El camino independiente del poder popular no es un camino llano y, hoy mismo, se está transitando al calor de los enfrentamientos con su clase enemiga dueña del Estado. En él no sólo se incluye la movilización y el enfrentamiento sino también el ejercicio de la autodefensa ante los ataques de quienes injustamente pretenden perpetuar este sistema con todas sus lacras, basado en la ganancia de unos pocos sobre las vidas de las mayorías y el derecho burgués.

Estos escribas de las ideas burguesas más retrógradas disfrazados de progres, izquierdistas o defensores de los derechos humanos (burgueses) no son más que miedosos defensores del orden capitalista, al que desean fervorosamente verlo funcionar en forma pulcra y religiosa como lo indican sus prolijos libros. Frustrante y lastimosa empresa que sólo devela la desclasada intención de frenar, gritando palabras moralizantes, al movimiento arrasador de las masas en lucha que van ejerciendo el poder que otorga cada una de las conquistas ganadas, estacas sólidas sobre las que se para su devenir liberador.

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