La historia de Mar del Plata se asemeja a la de algún actor de Hollywood, que tras haber interpretado un papel secundario en una película, queda encasillado en aquel personaje y muere en el olvido sumergido en los vicios y despojado hasta de su propia identidad.
Y es que esta ciudad, al igual que aquel actor, ha quedado identificada con el tristemente celebre apodo de “la ciudad feliz”, pero la realidad del la perla del Atlántico es totalmente opuesta a la que nos han intentado vender los políticos y propagandistas de la burguesía.
Desde hace ya muchos años, Mar del Plata ostenta el récord de ser la capital nacional de la desocupación y la precarización laboral. Y esto no es un slogan político, es una descripción exacta de la crisis política, económica y social que atraviesa la ciudad al igual que el país; como dice aquel dicho popular, “para muestra basta con un botón” y Mar del Plata es el más grande del costurero.
Desde sus orígenes como balneario de veraneo de la oligarquía porteña hasta nuestros días, la ciudad ha ido creciendo de manera cuantitativa, convirtiendo al municipio de Gral. Pueyrredón en el segundo distrito más grande de la provincia de Buenos Aires, sólo superado por La Matanza.
Sin embargo, ni el trabajo, ni la vivienda, ni los servicios, ni las escuelas, ni los hospitales alcanzan a cubrir la enorme demanda de la población; por el contrario, son increíblemente deficientes. Según datos del INDEC, (organismo poco confiable si los hay) Mar del Plata encabeza la lista de ciudades con mayor desocupación del país con el 11.7% de desocupados. Sin embargo debemos aclarar que, además de ser falsas, estas cifras ocultan el altísimo nivel de precarización laboral y trabajo en negro que existe en la ciudad. Es difícil precisar un numero, pero sin dudas supera ampliamente el magro 11.7% con el que el INDEC pretende decirnos “estamos mal pero no tanto”.
Pero “la feliz” no sólo sufre el flagelo de la desocupación. Los barrios periféricos reflejan claramente la desidia de la clase política que se llena la boca con promesas para conseguir votos en las elecciones, pero una vez que asumen jamás cumplen ninguna de ellas. Calles intransitables (tanto en vehículos como a pie), barrios que se inundan, falta de servicios esenciales forman parte de una postal marplatense que poco tiene que ver con la que se ve por televisión cada temporada veraniega. Las escuelas públicas se caen a pedazos y podría parecer una metáfora pero no lo es, esta es una de las tantas caras ocultas de nuestra ciudad. Todas las semanas nos enteramos de una escuela a la que se le cayo el techo o que cierra sus puertas por falta de calefacción, esto sumado a vidrios rotos que llevan años sin ser reemplazados, techos que se llueven, paredes electrificadas, baños colapsados, falta de mobiliario son moneda corriente para los estudiantes de Mar del Plata. En los hospitales, conseguir un turno se vuelve una odisea que puede llevar meses de espera y la situación es igual de dura para los trabajadores de la salud, ya que la falta de insumos indispensables vuelve imposible la tarea de asistir a los pacientes que ingresan al hospital. El transporte publico, servicio vital para los sectores populares, además de ser sumamente caro es de pésima calidad. No sólo se viaja amontonado como ganado en las horas pico, por la falta de coches que den respuesta a la enorme demanda, sino que además las frecuencias en horarios nocturnos son inexistentes; incluso, en muchos barrios de la ciudad ni siquiera llega un colectivo y los vecinos de los mismos deben caminar entre 10 y 15 cuadras entre el barro, las calles anegadas, bajo la lluvia o con temperaturas bajo cero para poder movilizarse. Este pésimo servicio no podría sostenerse sin la complicidad del poder político que autoriza constantemente aumentos de boleto que ya alcanza los $ 3,97.
Y no se conforman con ajustar al pueblo, sino que también reprimen y encarcelan a los militantes populares que luchan contra los continuos tarifazos del transporte. Debemos decir que los empresarios del transporte no son los únicos que se hacen ricos con la anuencia de la clase política para meterle la mano en el bolsillo a los trabajadores, sino que esta práctica es una constante en cualquiera de los rubros del empresariado marplatense, e incluso existen empresarios que determinan desde su despacho qué rumbo debe tomar el poder político en cuestiones claves para la ciudad.
Un capitulo aparte merece el puerto y la industria pesquera. Lo que allí sucede desde hace años es escandaloso. Los trabajadores de la pesca y de las plantas que procesan el pescado sufren condiciones de explotación y precarización como pocos. El índice de trabajo en negro es altísimo, los despidos son constantes y los trabajadores sobreviven con salarios miserables, trabajando cuando los patrones consideran que los necesitan y descartados cuando las ganancias disminuyen.
La mal llamada “industria del turismo” no es más que una fachada que los políticos burgueses montan para vender una Mar del Plata próspera y activa. Los pocos puestos de trabajo que se crean durante la temporada duran apenas dos meses, tres en el mejor de los casos, y son en su gran mayoría empleos en negro y con salarios de hambre a cambio de jornadas que superan las 12 horas de trabajo.
Hace ya mucho tiempo que el conjunto del pueblo trabajador no confía en las burocracias sindicales que no representan a los trabajadores y que, por el contrario, actúan como grupos de choque al servicio de las patronales apaleando y apretando a cualquier trabajador que levante la voz contra el atropello de los empresarios.
El hartazgo de la clase obrera y el pueblo comienza a brotar por todas partes; aunque aun no cuentan con una dirección concreta, los trabajadores marplatenses, al igual que los de casi todo el país, empiezan a entender que la salida de la crisis política, económica y social es la lucha y la organización desde las bases, por fuera de las estructuras tradicionales de poder.
Es mucho lo que podemos escribir sobre la otra Mar del Plata, la que no sale por la televisión, la que no va a las obras de teatro, la que está lejos de las cámaras y los flashes de la prensa burguesa, la que vive en los barrios donde las vedettes no van a mostrar sus cuerpos, a la que no se le permite entrar a los balnearios coquetos, la ciudad donde la marginalidad y la desocupación abundan y la miseria resiste cualquiera de los parches que los gobiernos burgueses pretendan poner para taparla.
Pero no podemos quedarnos en las palabras, es hora de encausar la lucha de nuestro pueblo, es tiempo de hacer la revolución. Ha llegado el momento de unir a la clase obrera para luchar contra nuestros opresores y liberarnos definitivamente de la vida miserable a la que nos someten.