En diferentes notas hemos planteado y desarrollado el problema del oportunismo y del reformismo, y con ello la profunda subestimación a las masas pero, más allá de estas políticas intencionadas y asentadas en conductas ideológicas ajenas al proletariado, se hace imprescindible afirmar y aclarar algunos conceptos teóricos que aporten a fortalecer los “anticuerpos” en lo relacionado al tremendo mal que genera la subestimación a las masas y el idealismo que lleva a despegar de lo material, y toda su complejidad, en su interrelación con el aspecto subjetivo.
Así, es necesario afirmar el problema de la conciencia, por un lado, y el estado de ánimo, por el otro; que si bien lo uno es parte de lo otro, no son lo mismo.
La filosofía idealista interpreta la conciencia como algo independiente del mundo objetivo, y como creador de éste; convirtiendo a la conciencia en una esencia divina y misteriosa que no tiene nada que ver ni con el hombre ni con la naturaleza, y la considera el primer fundamento de todo lo existente.
En oposición al idealismo, el materialismo comprende a la conciencia como reflejo de la realidad. La conciencia es social por naturaleza; nace, se forma y desarrolla como parte de la actividad práctica, social del hombre, se incluye en esa actividad y es el aspecto de la interrelación entre el objeto y el hombre, interrelación que se da en la actividad práctica material. La conciencia “es un producto social desde el principio mismo y seguirá siéndolo mientras existan los hombres en general” (Marx-Engels).
Las formas de la conciencia social no pueden ser reducidas a la conciencia individual, y la función esencial de la conciencia no reside sólo en orientar correctamente al hombre en el mundo que lo rodea, sino también contribuir sobre la base de la experiencia a modificar el mundo real, a transformarlo.
Ahora bien, la conciencia que van adquiriendo las masas es, en esencia, la experiencia acumulada en años y décadas de prácticas sociales, transmitidas de generación en generación, ya sea por su relación con los medios de producción como las causas y efectos que generan la lucha de clases. Lo cual no significa que su expresión material, como resultante, se muestre por etapas o abruptamente de un día para otro. Una cosa es que sea perceptible en todo su proceso y otra es que aparezca súbitamente en los fenómenos trascendentales donde en una lucha, por ejemplo, se condensan años de acumulación, como diría Lenin.
El estado de ánimo, en cambio, se asienta sobre la base de la conciencia. Pero muchas veces se confunde conciencia con estado de ánimo. Éste es un estadio que refleja la conciencia y que puede cambiar de un momento a otro dependiendo de múltiples factores, pero que están, en general, regidos por la conciencia adquirida socialmente. Por ejemplo, puede existir una situación de mucha bronca, como sucede hoy en nuestro país; pero la ausencia o insuficiencia de una salida política que se exprese justa, que aporte claridad en el camino a seguir, y que indique la correlación de fuerzas favorable al golpe que hay que dar, hace tomar prudencia, no desata la bronca contenida, y desde lo superficial hasta parecería que se está conforme en cómo están las cosas que están mal, y hasta pareciera que hay un “atraso” en la conciencia (y a veces resulta, por el contrario, que es por mucha claridad que no estalla la bronca).
En otras ocasiones el malestar desborda mayoritariamente y estalla; y aunque se lo catalogue, con justicia o no de espontáneo o intuitivo (otro aspecto más de la psiquis social) todo está parado sobre la base de la conciencia colectiva.
Visto así hay aspectos en que las vanguardias revolucionarias debemos jugar un papel fundamental. En primer lugar, con la propagandización y difusión de las ideas revolucionarias. Éstas ayudan a elevar la conciencia social, pero la propaganda es limitada sino se juega el papel de organizador y motorizador sobre la experiencia ya adquirida de las masas; se encuentre el nivel de conciencia en el estadio que sea. Por ello la acción de las vanguardias son determinantes, pero no desfasado de las experiencias. Siempre un paso delante de las masas, no más; pues cuando nos colocamos, sobre todo desde la metodología, mucho más adelante, en última instancia es porque la tendencia es reemplazar a las masas, lo cual ya implica un alto grado de subestimación; y cuando nos ponemos a la par nos trasformamos en populistas, lo cual encarna una subestimación a la capacidad transformadora de la conciencia que la propia humanidad tiene.
Por ello las auténticas vanguardias son aquellas que provienen del más profundo sentimiento de masas, se las conoce, se está fundido en ellas, son parte de ellas, y comprenden cuándo y cómo orientar y actuar. Por eso son vanguardias, porque están avanzadas en función de la conciencia ya lograda, pero también de la necesidad de la salida que exprese los cambios de fondo.