El edificio más grande de América Latina (o la aberración más grande)

La construcción de un edificio que será el más alto de América Latina en la Isla Demarchi anunciado por la Presidenta abre un debate sobre lo que se considera “progreso” o atraso en una sociedad humana.

Abordar la crítica desde el interés del “mercado” sería muy fácil, primero y principal la hipocresía del discurso del poder sostenido a través del gobierno referida a que en el país “no hay plata”. Esta obra faraónica requiere de ingentes recursos para sostener un negocio inmobiliario en un lugar de pertenencia pública.

Sin embargo nuestra intención es abordar el tema desde la propuesta decadente que significa construir un edificio de características monumentales en la ciudad de Buenos Aires.

El sistema capitalista, como no puede ser de otra forma, pone un freno al desarrollo del Hombre.

En el caso de la vivienda y en el caso del análisis urbanístico del anuncio imaginemos mayor concentración y centralización en el casco capitalino, necesario para un sistema que requiere mayor centralización económica y política capaz de dar respuesta también en este terreno a la voracidad del capital.

Del Hombre nada… De la naturaleza nada…

Nos obligan a pensar que lo lindo y atractivo es lo “faraónico”, nos imponen un catálogo de “belleza” urbanística adecuado a un mundo de consumismo aberrante, de negociados en donde el cm. cuadrado vale una fortuna. Imponen un negocio inmobiliario que promueve la famosa “burbuja inmobiliaria” y que el mismo acompaña la obligación de crear necesidades para el consumo  de “la Nada”.

Nada importa…

si el sistema cloacal no responde para el vecino o el sistema de distribución de luz, agua, gas tienen todavía el sello de principios del siglo pasado. Lo importante, nos dicen: ¡es el “progreso”!, el avance viento en popa que entierre el gris de la ciudad que endurece el rostro de la población agitada para sobrevivir en el caos que impone este sistema de un dramático “colorido”.  Ciudad como la de Buenos Aires que le ha dado la espalda al río, hoy reafirma esa voluntad tapiando la salida por el Este de un sol hostigado por el negocio.

Imaginamos un Buenos Aires distinto, “amigo” del todo el territorio nacional que se corresponda con un sistema socialista en donde la producción se realice allí en donde la naturaleza dé sus “frutos” no ya en un sentido de mercado capitalista de consumismo, estamos hablando de otra cosa, en donde la naturaleza entrega al hombre la materia prima necesaria para elevar la calidad del producto a consumir y en las cantidades necesarias para ello. Nada de despilfarro mercantilista, mejor uso de la ciencia y de la técnica para ello.

Imaginamos entonces una “emigración” de las grandes urbes a nuevos conceptos de producción en donde esté integrada la sociedad para producir lo necesario y abastecer nacionalmente desde todo el territorio a millones de compatriotas.

Imaginamos para ello centros de estudio e investigación a la altura de la calidad de producción que necesita un ser humano, libre de todo tipo de aberrantes componentes para producir para el derroche y la Nada. Un proceso apoyado por una red de ferrocarriles capaces de comunicar todo el territorio y apoyado por una infraestructura de servicios que den respuesta a ese tipo de país pensado de otra manera.

Estas grandes urbes, monstruos que generan también nuevas enfermedades, se irán EXTINGUIENDO, irán dando paso a un país ancho y largo, abarcativo de superficies en donde  la casa, el terreno, los lugares públicos se corresponderán con el alto desarrollo de las fuerzas productivas que no tendrán el actual freno que impone el sistema capitalista, el mercado y la ganancia.

Una etapa de transición, socialista, que irá rompiendo la enemistad entre el campo y la ciudad que hoy es tan necesaria para los actuales dueños del poder, los monopolios y sus gobiernos de turno. Imaginamos un país socialista en donde la sociedad humana será protagonista de construir su futuro, el Hombre social se impondrá por sobre el Hombre lobo del Hombre y el Hombre lobo de la propia naturaleza.

Señora presidente usted no hace más que ratificar con estos anuncios rimbombantes la decadencia que nos quieren imponer a sociedades Humanas que aspiramos reencontrarnos con el regocijo que es la vida.

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