El Estado nacional, otrora garante y sostenedor de los intereses de la burguesía nacional, hoy ha devenido en expresión de los intereses de la oligarquía financiera internacional. A medida que el capital monopolista se concentraba y la extensión del capital rompía con las ataduras de las viejas formas del estado burgués, quebrantando las características del Estado nacional, la clase dominante ya no necesitaba un Estado referenciado en la burguesía local y sus atavíos jurídicos, sus prejuicios y ornamentos propios de una clase condenada a desparecer, sino un Estado que se adecue a las necesidades y los negocios de la oligarquía financiera y el capital mundial. Frente a los intereses nacionales los negocios transnacionales del gran capital ocupan el lugar supremo y aquellos el lugar secundario. Sin embargo, como herramienta de los intereses de la oligarquía, el Estado sigue siendo lo que es: Un órgano de opresión de una clase por otra pero ahora más determinado a ser un aparato sujeto a las condiciones del capital monopolista y las condiciones propias de éste en su fase imperialista.
Aun a la vista que el capital se ha globalizado, que la importación y exportación de capitales es una relación constante, cotidiana en el mercado mundial, que los bancos se han entrelazado con la industria estrechamente en una relación simbiótica para la obtención de plusvalía y la superexplotacion de la clase obrera, que las asociaciones monopolistas mundiales en trust, carteles u otras formas de asociación imperialista ejercen su dominación de negocios enteros, que superan y atraviesan las fronteras nacionales y cuyas ganancias empequeñecen las de varios países juntos; aun a la vista que el comercio por acciones y la especulación financiera tiñen todas las acciones de la oligarquía, que las disputas y guerras por las ganancias dominan y empeoran las condiciones de vida de los pueblos, en boca de los apologistas del sistema el Estado sigue siendo nacional y dedican enormes recursos propagandísticos para sostener esa falacia. Recordemos sino, a modo de ejemplo, la llamada nacionalización de YPF, el negocio de los ferrocarriles, el saqueo de los recursos mineros, el despojo a los bolsillos por las devaluaciones, la inflación, los ajustes, etc. Sin dejar de olvidar el decidido protagonismo con estos negocios que el gobierno kirchnerista ha sabido cosechar en función de su clase.
La lucha interimperialista que la oligarquía sostiene con respecto al petróleo constituye una clara expresión de estas condiciones. Detrás de las “potencias” definiendo la guerra globalizada por el precio del crudo están la oligarquía y sus fracciones en disputa, y el sentido nacional que los medios atribuyen a la despiadada guerra sólo disfraza el hecho que Amoco, Exxon Mobil, Chevron, Total, Gazprom, Shell, Sinopec-China, ENI (Italia), Petrolium China, Pemex, Petrobras, y aún dentro de la OPEP, operan las fracciones del capital concentrado como Amoco y National Iranian Oil Corporation que, blandiendo su poder de fuego y sus alianzas momentáneas en pos de la ganancia extraordinaria, actúan sin miramientos a la hora de posicionarse con los precios y las suculentas ganancias. Todas están entrelazadas en múltiples asociaciones y, al mismo tiempo, en guerra. Total Gas y Gazprom, por ejemplo, han unido fuerzas para extraer el petróleo de Bolivia, como también Exxon y Chevron, en alianza con Gazprom, intervienen en la extracción del crudo en Rusia y China en nuestro país y demás regiones. Pareciera ser que el descenso de los precios y la apreciación del dólar dejan un tembladeral en los monopolios pero, en realidad, afectan la economía y la vida de los pueblos. Para ello está el Estado a su servicio encargándose, con su aparato propagandístico, de disimular los negocios y la vinculación de éstos con las guerras interimperialistas y a la vez descargando en los trabajadores y los pueblos del mundo las consecuencias de sus negociados. El dominio de la oligarquía, que ha concentrado los negocios del mundo capitalista, ha acentuado la crisis mundial política, económica e ideológica del capitalismo y el Estado a su servicio ya no es un arma tan potente para frenar el auge y la lucha de millones. De allí que las formas de lucha contra el capitalismo y por una vida digna contemplan expresiones superadoras de organización y de acción que van marcando el camino hacia lo nuevo frente a este putrefacto sistema de vida.