El inicio de este 2015 comienza a adquirir todas las características de un año electoral para la burguesía, totalmente ajena a los problemas reales del pueblo. Con sólo recorrer rutas y autopistas pueden verse a los más variados “competidores”: fulano 2015, garantía de futuro, faltan tantos días para el cambio, sigamos transformando, etc.
Decoradísimos carteles “fotoshopeados” al mango con personajes que nos muestran su bronceado caribeño, prometiéndonos el oro y el moro… Todo esto muy acompañado con una catarata televisiva, radial y mediática, en donde posibles “candidatos” se pavonean tratando de “seducir al electorado”, hablándonos de lo importante que es “la democracia” y lo necesarias que son “las instituciones”.
Lo que no dicen –obviamente- es que la esencia de esta democracia está basada en una gran mentira, un mecanismo de sometimiento basado esencialmente en el engaño. Parafraseando a Alfonsín, está claro que en esta democracia no se come, no se educa y no se cura. Y que por otro lado, nuestro pueblo nunca se ha expresado con “el sagrado voto” para que los recursos naturales y nuestro patrimonio nacional continúen siendo saqueados por los monopolios y la oligarquía financiera, ni para que se destruyan la educación y la salud públicas, ni para que se avance en la superexplotación y se aprueben y sostengan las leyes de flexibilización laboral; tampoco “votamos” para que en un país como el nuestro (principal productor de alimentos del planeta), una enorme mayoría de habitantes aún padezca hambre o esté mal alimentada, o para que acceder a una vivienda digna sea totalmente imposible…
Bajo los espejitos de colores denominados “libertades públicas”, esconden la dominación de una minoría sobre las mayorías. Las “libertades públicas” en el capitalismo son tan sólo son una ilusión óptica que sostienen con el manejo y el control de la información, la tergiversación, el ocultamiento, el aire de los “comunicadores sociales”, etc.
Utilizan los medios de comunicación masivos desde su propaganda y la manipulación, presentando como únicas “opciones” las que la misma burguesía presenta; otorgándose a sí mismos un marco de “legalidad” o “pantalla institucional”, aunque en realidad están totalmente desposeídos de legitimidad. Ni qué hablar de la fabulosa masa de dinero que destinan para este fin.
Pero a pesar de todas sus maniobras, nuestro pueblo avanza. La demostración más contundente es que una gran mayoría le da la espalda a todas sus instituciones, a sus políticos y a sus campañas electorales. Conflictos y protestas se suceden por todos lados, más allá del silencio de los medios. En los últimos procesos electorales, las cifras oficiales no pueden tapar la apatía y el descontento a semejante evento, que sólo juega en contra de los intereses del pueblo, con gobernantes electos que apenas superan el 20% del electorado; nos gobiernan personajes totalmente ilegítimos, cosa que silencian también “los Massa”, “las Carrió”, “los Macri”, “opositores” que saben que ellos corren la misma suerte, porque son parte de este juego perverso.
El pseudoprogresismo pequeñoburgués, ataca a los revolucionarios cuando enfrentamos a esta democracia burguesa, acusándonos de pretender la violencia, volver al pasado, y no se sabe cuánta sarta de idioteces. Se desesperan con tal de no perder sus privilegios, y terminan como el avestruz, escondiendo la cabeza y dejando el resto al aire, a merced de los monopolios.
Pero la realidad se encamina firme por otros carriles. Los espacios democráticos auténticos son los que vamos ganando la clase obrera y el pueblo argentino, y les pertenecen a la lucha. Al igual que miles de trabajadores en diferentes fábricas, en las luchas por sus reclamos, o comunidades enteras por sus más diversas reivindicaciones, que lo demuestran día a día. Esas son nuestras conquistas políticas, no la democracia que nos muestran los monopolios.
Estos señores pretenden ocultar (sin lograrlo) que, en última instancia, el Estado y todo lo que rige la institucionalidad actual están directamente ordenados y direccionados por los monopolios. Por eso, no tenemos ninguna vacilación en afirmar, que ésta es la «democracia» de los monopolios.