Desde el reciente atentado en Francia los medios mundiales y locales, la propaganda burguesa en general, viene esforzándose desde sus análisis y fundamentos, es decir, desde su óptica de clase, en argumentar que la confrontación que prima es el “occidentalismo liberal» con sus «libertades democráticas e individuales» frente al «oscurantismo fundamentalista musulmán”.
Previo al atentado de París las páginas de la prensa capitalista no dejaba de exponer las condiciones de crisis económicas, el petróleo, la situación del euro, etc., marcando su situación de guerra desde el plano económico. Ahora estas noticias aparecen en un segundo lugar y la inmediatez de la lucha contra el “terrorismo que atenta contra los fundamentos culturales occidentales” pasa a primer plano y toda la caterva de analistas al servicio del gran capital concentrado, la oligarquía financiera, azuza la cuestión de la libertad de expresión como el paradigma moral en serio riesgo para reafirmar, aunque sin decirlo, que el plano militar es el consiguiente paso.
Las viejas recetas ideológicas vuelven a recorrer sus páginas en un afán de ganar consenso para la guerra que se libra entre las diversas facciones de la oligarquía mundial pero tratando de esconder el contenido real de la misma cual es el descenso de la tasa de ganancia y, por consecuencia, la necesaria destrucción de la competencia, que implica la destrucción de fuerzas productivas y el ataque a los pueblos.
La acción de la oligarquía es consecuente con su anarquía. Desata guerras sangrientas económicas políticas y militares en los más diversos lugares de nuestro planeta y basada en justificativos ideológicos para continuarlas, pues no puede evitarlas por ser ésta su condición de clase. Apela a un recetario de argumentos que, difícilmente en esta época de grandes y agudas luchas de los pueblos por su vida digna, atravesados por la experiencia de la confrontación contra sus intereses, se traguen.
La remanida libertad de empresa que tanto añoran los capitalistas y que cada tanto gustan reflotar, no encuentra refugio seguro ni asidero y concibe «la libertad de expresión» como el principio ideológico que expresa sus fundamentos, cuando la verdadera libertad de expresión de los pueblos es, precisamente, lo que en realidad quieren atacar.
La oligarquía se atraganta con sus propias contradicciones y acotada por el desenvolvimiento cada vez más condicionante de los pueblos se refugia en este viejo cliché, «la libertad de expresión», como fundamento subalterno de aquella concepción.