La muerte del fiscal Nisman, al igual que otros problemas de Estado, tales como el atentado a la AMIA o a la embajada de Israel, o como el caso de Cromañón, o el caso de las muertes en la estación de Once a consecuencia del accidente ferroviario, o las diversas «catástrofes» previsibles y evitables tales como las inundaciones abruptas sufridas en la ciudad de Santa Fe y La Plata, o las muertes del 2001, o los crímenes de los ’70 a mano de los gobiernos de turno, o cuantiosos crímenes que se cometen, en donde el perjudicado, en forma directa (la gran mayoría de las veces) o en forma indirecta, es el pueblo trabajador, quedan en la historia como casos no resueltos o «resueltos» en forma parcial, en donde pueden aparecer chivos expiatorios de mayor o menor incidencia, pero nunca aparecen los verdaderos culpables.
Y no se trata, en ninguno de todos estos casos de falta de eficiencia, incapacidad para la investigación, carencia de medios e idoneidad para llegar a las conclusiones que permitan develar la verdad. Esto, todo el mundo lo sabe, y el que no, al menos lo intuye.
Se trata de una conducta de clase que la burguesía tiene para manejarse en la vida, cuyo eje principal es la obtención de ganancias y acumulación de capital.
Es que esa clase, así como conoce de dónde salen sus ganancias (que no es de otro lugar más que del trabajo diario de los proletarios que producen todos los bienes y servicios), trata de ocultar en forma permanentemente esa realidad para sostener el privilegio de vivir apropiándose del producto del trabajo ajeno de las mayorías.
A partir de allí, su ideología, la educación con la que forma a las nuevas generaciones, los mecanismos a través de los cuales sostiene y reproduce su poder, en una palabra el Estado con todas sus instituciones, tejen una maraña de velos y ocultamientos de la realidad, valiéndose de múltiples resortes y subterfugios que le hagan imposible, o al menos muy dificultoso, a los hombres y mujeres del pueblo, la posibilidad de llegar a develar la verdad.
La hipocresía, la falsedad, las verdades a media, el engaño artero, la especulación, el formalismo con el que se cubren las esencias de las cosas, tratando de que las mismas no aparezcan, son todos fenómenos de la conducta diaria de la burguesía y de todas las instituciones fundadas y desarrolladas a su imagen y semejanza.
Es que la verdad y la mentira, vistas desde el papel que cumplen las clases en la sociedad, tienen dueños. La primera es característica de la clase productora, el proletariado, que no tiene nada que ocultar. La segunda, es propia de la burguesía, la clase que debe ocultar el origen y sostenimiento de la explotación como reproducción y prolongación de su existencia privilegiada.
A través de los actores de esa clase, sea cual fuere su responsabilidad, el pueblo nunca arribará a ninguna verdad que roce la posibilidad de desbaratar esa construcción mentirosa que sostiene la explotación y que muestra detrás de la careta democrática el macabro rostro de la explotación del trabajo ajeno, las injusticias del salario magro frente al capital cada vez más concentrado, el camino a la conquista de la verdad que permita transformar la realidad a favor de las necesidades y aspiraciones de la mayoría laboriosa de la población.
Por eso es inútil intentar buscar, a través del funcionamiento institucional del sistema, los motivos y los detalles que conducen a la ejecución de los crímenes burgueses. La verdad, la respuesta a los problemas de la vida y de los caminos que tenemos que tomar para resolver nuestra existencia actual y nuestro futuro, los encontraremos con nuestros pares, los trabajadores, la gente del pueblo, en la lucha, por fuera de esas instituciones falsas y corruptas desde la superficie hasta el corazón.
El hecho de que les exploten en las manos estos hechos, en donde la realidad y la verdad intenta aflorar a pesar de los ocultamientos con que la taponan, nos muestra la debilidad de las bases que sostienen su poder y la posibilidad de empujarlo y derribarlo por parte del pueblo.
Sólo con la movilización, la lucha unitaria contra la burguesía explotadora y mentirosa, con el ejercicio de la democracia directa -la única democracia verdadera que el pueblo puede manejar a favor de sus intereses- es posible arrancar a las falaces instituciones estatales y del sistema, parte de lo que por derecho de producción nos pertenece, e ir haciendo surcos marcando así el camino hacia la conquista de una nueva sociedad, cuya base material será el trabajo colectivo y el disfrute colectivo de lo creado. Razón por la cual no habrá motivo alguno para el ocultamiento o intento de deformación de la realidad detrás de las mentiras, la especulación, el cálculo numérico del capital, o la avaricia que de él se deriva.