Los hechos que ocurren cotidianamente y que conforman la compleja (no como sinónimo de difícil, sino en el sentido de simultánea y múltiple) existencia de las cosas, muestran dos tipos de elementos que actúan al mismo tiempo. Uno de ellos es lo que llamamos hilo conductor. En el caso de la lucha de clases, ese hilo conductor o más precisamente llamado necesidad es la lucha de los productores, es decir, los obreros y trabajadores en general quienes, junto al pueblo, pelean por los frutos de su propio trabajo del que se apropian los dueños de los medios de producción, la burguesía.
Es por eso que metiéndonos en el análisis de la lucha de clases, el motor que le da movimiento a ese proceso, el hilo conductor, la necesidad, es esa lucha por la forma en que los habitantes de nuestro país nos asociamos para producir, intercambiar, distribuir y consumir lo producido. Eso tiene que ver en forma directa con quiénes son los dueños de esa producción social y quiénes los beneficiarios de la misma.
Pero alrededor de esa necesidad o hilo conductor, se mueven otros elementos que aparecen ante nuestros ojos en forma caótica y que se entrecruzan con ese hilo conductor o necesidad. Son los que constituyen los elementos casuales. Estos elementos casuales influyen en ese hilo conductor o necesidad en forma permanente y, muchas veces, le imprimen una característica determinada a esa necesidad. Toda necesidad, en consecuencia, se abre paso y se desarrolla en un mar de casualidades.
Pero esas casualidades que aparecen como ajenas a esta necesidad, son partes necesarias de otros procesos que se entrecruzan con ese proceso que estamos analizando, de tal forma que en relación con el proceso que analizamos son casualidades pero a la vez, son hilos conductores o necesidades de otros múltiples procesos que interactúan simultáneamente. Por eso, la conocida frase «nada es casual», de alguna manera, describe esta dualidad de todos los factores que componen la compleja realidad.
Nos hemos detenido en estas reflexiones para analizar un hecho que parece casual, pero que se entrecruza con la necesidad de un proceso al que le dará una configuración distinta a la que venía trayendo hasta ahora.
En la asamblea de Acindar (ver nota del 7 de febrero de 2015 en esta misma página), un obrero planteó que «había que resolver y que la resolución debía ser soberana ya que todos los trabajadores sabían que se hacía la asamblea y habían sido convocados a la misma». El mismo obrero agregó a lo dicho que «ustedes (refiriéndose a los «dirigentes» sindicales) son los que hacen lo posible para que los compañeros no se hagan presentes ya que siempre se terminan las asambleas sin resolverse nada».
Esta posición confrontaba con la Comisión Directiva del sindicato y con la Comisión Interna. Todos los «dirigentes» sindicales que allí se encontraban (desde izquierda a derecha) coincidían en postergar cualquier decisión y patear la pelota hacia adelante, pero la posición sostenida por este obrero fue ampliamente respaldada por los casi trescientos compañeros que estaban presentes y entonces se decidió el paro que se llevó a cabo en forma inmediata.
En este hecho, como en todos los hechos de la lucha de clases, la necesidad está dada por la disputa salarial, contra la explotación y por una vida digna. En este acontecimiento que describimos, la necesidad se desarrolla en un mar de circunstancias casuales como pueden haber sido los hechos de que hubiera más o menos compañeros presentes en esa asamblea, o que ningún obrero hubiera planteado que la asamblea debía resolver, o que la Directiva y la Interna hubiesen tirado la pelota hacia adelante tal como pretendían hacerlo para beneficiar a la empresa, o muchas otras cosas que podrían haber ocurrido.
Pero no fue así… Hubo un obrero que planteó semejante cosa y que expresó el sentir del conjunto de los 300 compañeros presentes en la asamblea quienes, a su vez, expresaron la voluntad de todos los trabajadores de Acindar quienes cumplieron unánimemente el paro de 24 hs. Una cosa encajó perfectamente con todo.
Hubo una acción política compleja producto de la interacción entre necesidad y casualidad que significó que la asamblea emerja como autoridad máxima de los obreros; que fuera desbaratada la maniobra sindical de frenar la medida; que el sindicato en todos sus niveles dirigentes fuera desautorizado y colocado por los obreros en el sitial que le corresponde: del lado de la empresa; que se abra una nueva instancia en la confrontación de esa porción de la clase obrera con la política nacional de los monopolios que allí lleva esa empresa; que ese paso dado en Acindar se refleje en la lucha de clases nacional…
Y aquí vuelve a sonar fuerte el dicho popular: «nada es casual». Y el otro que dice: «todo tiene que ver con todo».
La reflexión que hacemos es que la fuerza revolucionaria radica en entender la necesidad del proceso de la lucha de clases, de la disputa contra la burguesía que pretende sostener este sistema capitalista basado en la expropiación del trabajador y el pueblo, contra la fuerza de la historia y de las aspiraciones de todos los trabajadores y el pueblo de conquistar una vida digna basada en la producción social y el disfrute social del producto obtenido que permita reproducirnos y desarrollar nuestras mejores capacidades como seres humanos. En una palabra, plantar el proyecto revolucionario como única salida para el pueblo.
Y a la vez tener la certeza que recorriendo ese camino marcado por esa necesidad, haciéndolo más ancho y masivo, organizando esa lucha hacia el objetivo que conduce la necesidad de una vida digna para las mayorías, los miles de condimentos que aparecen como casualidades se irán alineando y confluyendo en un solo haz influyendo a favor de esa necesidad y haciendo realidad la ya mencionada y famosa frase popular de que nada es casual.