Los planes de “ajuste”, flexibilización laboral y reducción salarial, impulsados por la oligarquía financiera y sus gobiernos en EE.UU, han encontrado una “piedra en el zapato”. Su “relato” o “verso” respecto a que son medidas necesarias “para salir de la recesión” y las condiciones para que “regresen al territorio” las empresas “fugadas” a China, se han derrumbado frente al mazazo dado por la clase obrera en los dos primeros meses del presente año.
Al prolongado quite de colaboración, que redujo la productividad al 50% en los puertos de Tacoma y Seattle (Washington), Oakland, Los Ángeles y Long Beach (California); se le suma el posterior paro de 20.000 trabajadores estibadores en 29 puertos de la Costa Oeste de Estados Unidos (que exigen renegociar condiciones de trabajo y el pago de horas extras los feriados y fines de semana, mejoramiento de los beneficios médicos y un aumento salarial generalizado), afectando una cuarta parte del comercio internacional y el 70% de las importaciones de Asia y la región pacífico de América Latina.
Toda esta situación de crisis ha obligado al mismo Barack Obama -junto a los gobernadores de los Estados de California, Oregon y Washington- a intervenir en el conflicto frente al desabastecimiento de los productos importados en los supermercados y las industrias.
Se le suma la mayor huelga de refinerías en Estados Unidos en 35 años. La huelga que comenzó el 1º de febrero en las refinerías de Shell, Saudi Refining Inc, British Petrolum de Texas y California, y luego se extendió a Indiana y Ohio, involucrando a 30.000 trabajadores de las refinerías, terminales, plantas petroquímicas y oleoductos, y que amenaza a extenderse todo el país.
El conflicto surgió luego de que la industria rechazó abordar la exigencia de mejoras salariales, problemas de seguridad, recategorización del personal, limitar el uso de contratistas, pagos extra por manejo de maquinaria pesada, el mantenimiento del seguro de salud sin costo para los trabajadores, un aumento del 15% para jubilados, y el aumento del 50% sobre las horas extras.
Estos dos conflictos, junto a la creciente movilización y el conflicto social, jaquean al imperio por dentro, agudizando su crisis política y la confrontación interburguesa, que limitan sus aspiraciones de recuperar su liderazgo global.