Toda la burguesía en el poder (empresas, gobernantes, políticos, “opositores”, medios, etc.), no pierde oportunidad de meternos hasta por los poros la muletilla de “la crisis”, de lo difícil que es resolver los problemas, de que hay que avanzar de a poco, de que todo no se puede, etc. etc… Más aún en épocas electorales como ésta, en donde un montón de marionetas se disputan las migajas por administrar el verdadero poder. Suena “feo” decir que son todos lo mismo, suena políticamente incorrecto… pero es la única verdad desde el punto de vista de clase: todos representan de una u otra manera a la burguesía, a los intereses de los grandes monopolios, que se han adueñado de nuestro país, del Gobierno y del Estado.
Como burgueses, mienten hoy como lo hicieron toda la vida. Más allá de los cacareos de ocasión, su objetivo es alinearse para continuar explotando a los pueblos del mundo, exprimiéndonos, chupándonos la sangre a los que trabajamos. Nos dicen que “de la crisis se sale con productividad y bajos salarios”, y nos aprietan diciendo que “debemos conservar las fuentes de trabajo, reduciendo los salarios; porque si no, lamentablemente bajarán las persianas”.
Pero es de suma importancia en este escenario, entender los grandes y graves problemas políticos que tiene la burguesía monopólica para avanzar en sus planes sin palos en la rueda. El imparable cuestionamiento político de los trabajadores y el pueblo a todas las políticas generadas por el gobierno; el rechazo y la desconfianza a todo lo institucional (llámese Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial, gobiernos de todo tipo, sindicatos, etc.); la nacionalización y masificación en todos los ámbitos del pueblo de la autoconvocatoria y las Asambleas como órgano de decisión, como única herramienta que nos permite ejercer la democracia directa y alcanzar los objetivos reivindicativos, políticos y sociales; la profundidad de la debilidad política y la desorientación del gobierno, que no reacciona con la rapidez deseada por los grupos monopólicos, frente a la necesidad de medidas que oxigenen rápidamente sus negocios y recuperen la “confianza ciudadana”; la incapacidad de todo el arco político, tanto los llamados opositores como los oficialistas, de generar políticas que tiendan a recuperar los espacios perdidos en la dominación burguesa.
Además (aunque intenten ocultarlo bajo siete llaves) les preocupa y mucho cómo viene la mano en el terreno sagrado, que es la situación de la clase obrera. Una clase que se encuentra en alza, con niveles de socialización de la producción nunca antes vistos, que chocan de frente con todas las viejas formas de organización sindical y políticas.
Los trabajadores comienzan a hacer oír su voz por fuera de la institucionalidad burguesa, en donde aparece un anhelo de cambios profundos en sus vidas, sometidos a la peor de las explotaciones, divididos de miles de maneras, con turnos cambiados constantemente, contratados, tercerizados, efectivos; en donde se trabaja de noche, que sábado y domingo, y que después por la tarde y mañana miércoles y el jueves tenés franco y después no… Y así, un verdadero infierno.
Por todo esto, la rebeldía es un hecho y la ofensiva es inexorable. Se palpa y se expresa. Se demandan cambios de fondo. La unidad efectiva barre revolucionariamente de un plumazo todas las trabas que intenta poner la burguesía, incluidas sus mentiras electorales y “productivas”. Mal que les pese, la clase obrera está unida en el odio a sus explotadores, a los cómplices y a esta vida miserable.