En las notas publicadas ayer acerca de las PASO en Santa Fe y Mendoza, hablamos de que, una vez más, la burguesía desnuda en cada acto electoral la corrupción y la debilidad de sus sacrosantas instituciones.
Al día de hoy esto se ve acrecentado al hacerse público que en Santa Fe unos 200.000 votos directamente no fueron contados, con el objetivo inocultable de achicar las diferencias entre el ganador Del Sel y el segundo que representa al oficialismo provincial. Los trapos salen al sol y trasciende también que esto mismo habría sucedido en las últimas elecciones a gobernador de esa provincia, hace cuatro años. Lo mismo que ocurrió en 1999, cuando en la provincia de Buenos Aires la ganadora era la candidata de la Alianza, Graciela Fernández Meijide, hasta que comenzaron a “darse vuelta” las mesas y terminó ganando el oficialista Carlos Ruckauf.
De nada hay que sorprenderse. En la propia cuna de la “libertad y la democracia”, como se vende a Estados Unidos, el triunfo de Bush hijo fue posible gracias a un escandaloso fraude perpetrado en el estado de Florida en 2000 y en Ohio en 2004. Ni Clinton ni Kerry, los candidatos demócratas afectados en esas oportunidades, abrieron la boca para denunciar nada.
Es que estas maniobras de abierto fraude electoral, que son secretos a voces, son imposibles de llevar a cabo sin el acuerdo de todos los partidos y candidatos; incluidos los afectados. Hoy por ti, mañana por mí es el “principio” que rige la política burguesa, la que termina intercambiando votos y puestos de la misma forma que se reparte los negocios.
Sin embargo el fraude electoral no se limita a afectar a uno u otro candidato. El más grande fraude, el que venimos denunciando en cada elección que sucede y que lo de Santa Fe confirma con creces, es el del “dibujo” de los números a la hora de contar la participación electoral.
En sucesivas elecciones, los propios medios burgueses han informado que una hora antes de cerrar los comicios el porcentaje de votantes era de un 40/50 por ciento; y a la hora de la información final, ese porcentaje se elevó a 70/75 por ciento. Estas maniobras también son posibles con el acuerdo de todas las fuerzas electoralistas participantes, incluidas las de izquierda. Todo el circo montado en cada elección se desmoronaría en segundos si los datos reales fueran dados a conocer; las instituciones “democráticas” se verían más manchadas todavía de lo que están ante los ojos y la conciencia de las mayorías populares.
La estructural crisis política de la burguesía argentina lleva en su mochila no sólo la cada vez menos votados. Y además, con números de participación electoral que se ven obligados a “truchar” para, de algún modo, maquillar la inocultable desidia y desinterés del pueblo.
Esta realidad política confirma que la gran mayoría de la población rompe, en los hechos, con el esquema de representatividad electoral que hace agua por los cuatro costados. La participación en este engaño es mentirle al movimiento de masas dos veces: La primera, afirmando que la participación electoral es limpia y que servirá para cambiar las cosas; la segunda, argumentando que un representante puede ser mejor que el otro, cuando lo que está cuestionado en su esencia es la representatividad misma del orden burgués.
Debemos afirmarnos en nuestra táctica de institucionalizar la asamblea como expresión del ejercicio de la democracia directa de las grandes mayorías y como herramienta efectiva y alternativa a la dominación de clase de la burguesía monopolista. Una táctica revolucionaria consecuente con un objetivo final de revolución social concebida con la más amplia participación y movilización de las masas en los asunto del Estado. Antagónico por completo con lo que la burguesía ofrece como régimen político. Ese es el camino a profundizar y fortalecer.