“El proletario está desprovisto de todo; no puede vivir un solo día para sí. La burguesía se ha arrogado el monopolio de todos los medios de existencia en el sentido más amplio del término. Lo que el proletario necesita, sólo lo puede obtener de esa burguesía cuyo monopolio es protegido por el poder del estado. El proletario es, por tanto, de hecho como de derecho, el esclavo de la burguesía; ella puede disponer de su vida y de su muerte. Le ofrece los medios de vida pero solamente a cambio de un «equivalente», a cambio de su trabajo; llega hasta concederle la ilusión de que obra por voluntad propia, que establece contrato con ella libremente, sin coacción, como persona mayor. Linda libertad, que no deja al trabajador otra elección que la de someterse a las condiciones que le impone la burguesía, o morir de hambre, de frío, de acostarse enteramente desnudo para dormir como las bestias del bosque”.
El presente párrafo fue escrito por Federico Engels en su formidable trabajo titulado: “La situación de la clase obrera en Inglaterra” (1845), obra en la que el autor realiza una minuciosa descripción de los cambios operados en ese país a partir de la mecanización de la producción con su consiguiente transformación, tanto de la burguesía como clase poseedora como del proletariado como clase desposeída a la que sólo le queda la “libertad” de vender su fuerza de trabajo al burgués para poder sobrevivir.
En aquellas épocas, obreros de todas las edades, incluidos mujeres y niños, dejaban literalmente su vida en la producción, en jornadas extenuantes e insalubres de 12 y hasta 14 horas de trabajo a cambio de salarios que apenas alcanzaban para reponer algo de fuerzas para al otro día volver al trabajo. Eran los inicios de la revolución industrial y de la explosión del capitalismo como modo de producción que se impondría luego en el resto del mundo. Luego vinieron las primeras experiencias de organización obrera que impulsaron un movimiento de luchas, también mundial, por la imposición de las ocho horas de trabajo, la eliminación del trabajo infantil, las reivindicaciones por mejores salarios y condiciones de trabajo, etc.
Mucho agua corrió bajo el puente desde entonces; la lucha de clases fue el marco donde se desarrollaron importantes enfrentamientos entre las clases antagónicas siempre atravesados por la disputa entre burgueses y proletarios, unos para aumentar sus ganancias a costa de la explotación del trabajo ajeno apuntando a bajar el promedio salarial; los otros, para contrarrestar esas intenciones y lograr conquistas económicas y políticas.
En la actualidad en Inglaterra, cuna de la revolución industrial y de la expansión capitalista, se lleva adelante una nueva modalidad de contratación que da una vuelta de tuerca en la intención de los capitalistas por bajar el salario. Se trata de los denominados “contratos cero horas”, por lo que las empresas contratan al trabajador exigiendo dedicación exclusiva pero sin garantizar ni un mínimo de horas de trabajo, ni de ingresos, ni mucho menos de derechos laborales como prestaciones de salud, vacaciones, licencias por enfermedad, etc. Esta forma de contratación implica que el trabajador se compromete a trabajar para tal o cual empresa el día y las horas que la empresa lo solicite. El llamado es hecho con algunos días de anticipación, incluso el día anterior, y el trabajador debe acudir al llamado a riesgo de que si no lo hace podría ser “despedido” por la empresa.
Los trabajadores de ‘cero horas’ deben estar disponibles las 24 horas. Todos los días de la semana, del mes y del año. El contrato impide que tengan otro empleo; no saben qué horario tendrán ni cuánto van a ganar. La hora de trabajo para estos trabajadores se paga dos libras menos que la de los trabajadores permanentes; se calcula que a la semana se cobra un promedio de 300 libras menos que el resto de los trabajadores. La tercerización y la flexibilización llevada a extremos escalofriantes.
De esta manera, la burguesía apunta a bajar el promedio de la masa de dinero destinada a salarios lo que equivale a mayores niveles de plusvalía que la burguesía en su conjunto se apropia.
Como dice el principio de la frase de Engels: “el proletariado está desprovisto de todo; no puede vivir un solo día para sí”; una descripción realizada a mediados del siglo XIX que en pleno siglo XXI tiene más vigencia que en la época en la que fue escrita.
Este es el “progreso” que ofrece el capitalismo. Así actúa la clase poseedora reeditando formas de explotación, disfrazadas de “modernas”. Formas que más temprano que tarde serán adoptadas por el conjunto de la burguesía. Nada debe sorprendernos. Estamos ante el enemigo de la Humanidad. No hay conciliación alguna con ellos y cada vez es más necesario tirarlos al tacho de basura de la Historia.