Un flagelo recorre la Argentina: la campaña electoral. Desde las gastadas fotos de tapa, hasta las “inauguraciones oficiales” en imágenes y fotografías trucadas de hospitales, viviendas, rutas, pavimentos, etc. Desde la saturación de discursos presidenciales hasta la saturación de discursos de intendentes, gobernadores, concejales, etc. Todo un gran mecanismo propagandístico que implica gastos millonarios siderales en pos del freno al desarrollo de las condiciones de vida, en pos del mantenimiento de estas condiciones, con sus secuelas hoy insoportables, en pos de la continuidad de las ganancias monopolistas de la burguesía. Así puede catalogarse el real sentido de las campañas electorales. Todo un andamiaje montado que intenta preservar la democracia burguesa que es sinónimo del régimen capitalista.
La crisis política los agobia y aun a pesar del descrédito prosiguen, pues la gobernabilidad de los negocios y de la explotación, la sustentabilidad de estas condiciones de apropiación de los esfuerzos de la riqueza creada socialmente, demandan de la clase burguesa este desgaste de sus propias filas. Pues el sistema y los negocios, debe ser preservado a ultranza sin miramientos respecto del empeoramiento de las condiciones vida. Esta contradicción entre la expectativa que pretenden generar y las condiciones materiales de vida es insalvable, los arrincona y los expone cada día más.
La falta de expectativas se afinca en las condiciones objetivas que existen con independencia de su voluntad y en las necesidades de avanzar a una vida digna.
La pretensión de generar expectativa es el reflejo de que la expectativa es escasa. Por ello para la burguesía ya no importa el carácter moral, su pedigrí, su pasado delictivo de este o aquel sujeto que asume como gobernante sino que el que asuma lo haga dispuesto a justificar los ajustes y las políticas de la oligarquía, dispuesto a sostenerse en el marco de la guerra de fracciones dentro de su propio seno, dispuesto a estar sometido por las condiciones de hartazgo de los trabajadores y el pueblo, traducidas en lucha organización y movilización es decir de preservar el orden vigente.
Sin embargo, las elecciones no definen una opción de poder. En lo mejor de los casos definen una opción de poder dentro del seno de la superestructura. El poder de la clase obrera y el pueblo organizado revolucionariamente definen un cambio de poder. Aquí se define la continuidad en el marco de la crisis política y económica, en el marco de una lucha de clases más cruenta, frente a los avances de la democracia directa y la organización independiente cada vez más masiva y más contundente.
Desde aquí la burguesía ve cuestionada su dominación y desde aquí está el desafío central de los revolucionarios de construir las organizaciones de clase que avancen a la disputa del poder político unificando una decisión única con el pueblo de ir por una vida en desarrollo que el capitalismo y todos sus mecanismos pretenden contrarrestar.
La burguesía ve en estas elecciones una gran batalla, una disputa por hacer de la democracia burguesa una realidad querible, realidad que vienen enfrentado cientos de miles con su lucha, con sus demandas, por sus necesidades.
Pero la democracia directa para que se desarrolle como expresión revolucionaria de transformación de este sistema, necesita sin más postergación de la organización revolucionaria de los obreros, del desarrollo de la iniciativa revolucionaria, del las táctica y estrategias de poder, es decir, de la acción sin demoras de los revolucionarios.
Los enfrentamientos futuros están en el desarrollo del presente.