Con una deuda pública que se estima en 486.000 millones de dólares y que representa un 165 % del PIB de ese país, los helénicos se debaten en profundos enfrentamientos sociales entre el capital (burguesía monopolista) por un lado y el trabajo asalariado (proletarios) por el otro, al que acompañan sectores populares diversos, todos oprimidos por la oligarquía financiera.
El hecho económico es irrefutable. Surge de los fríos números y constituye la base del problema. Pero tal cosa ocurre también en una región más vasta como la “eurozona” en donde el endeudamiento ya asciende, en promedio, al 120 % del PIB de los países del euro, con casos como Alemania con un 143 %; Francia con un 188 %; y también en el contexto mundial, por caso Gran Bretaña con el 398 % o el propio Estados Unidos cuya deuda ya asciende al cien por ciento de su PBI.
Toda la geografía imperialista, otrora más poderosa del planeta, está gravemente enferma.
Pero si nos atenemos exclusivamente al aspecto económico sería imposible entender la razón por la cual países que tienen una deuda superior a Grecia no han explotado de la misma forma.
En la nota de fecha 01-07-2015 publicada en esta misma página dábamos, a nuestro entender, la respuesta. Se trata de un problema eminentemente político.
Las contradicciones de clase se han mostrado en Grecia de tal forma que el pueblo no está dispuesto a pagar lo que el país “debe”. Así se expresó en el referendum con amplio triunfo del NO a las imposiciones de la llamada troika: La Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, representantes de los monopolios actuantes en la zona.
Y ponemos “debe” entre comillas, porque bien vale la pregunta ¿a quién o quiénes debe el pueblo griego? Pregunta que, a diario, nos hacemos también los argentinos, cuando la presidenta Kirchner, al igual que cada uno de sus antecesores y, seguramente los que la sucedan, nos argumentan que la deuda hay que pagarla y nos invitan al esfuerzo continuo, creciente e interminable, para correr detrás de una zanahoria que como tenemos adherida a nuestra cabeza, nunca alcanzaremos y por lo tanto, nunca veremos el supuesto beneficio prometido. Sencillamente porque dicho beneficio no existe, por el contrario, lo que comprobamos a diario es el sufrimiento del pago.
Los mismos acreedores del pueblo griego y del argentino son los que reclaman pagos a los demás países nombrados como Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y, así, a todos los países del mundo. ¿Cuál es el poder que exige pagos multimillonarios de dólares o euros a toda la humanidad? ¿Puede identificarse a ese poder con algún país determinado, como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, etc.?
El imperialismo ha cambiado su forma y hoy se ubica descaradamente por encima de los Estados en forma abierta. Ya no hay solapas que escondan tal cosa como hace décadas atrás. Son los monopolios mundiales que manejan a los Estados.
Los llamados pagos de deudas externas no son más que uno de los mecanismos más efectivos para la extracción legal de grandes masas de capitales que los monopolios precisan para negocios fuera de los marcos nacionales en donde actúan para instalar en territorios lejanos.
Por eso la lucha de los proletarios y pueblos oprimidos del mundo, incluidos los pueblos de los países más poderosos como los nombrados más arriba, es una lucha de clases contra el capital y, más específicamente, contra el capital financiero, es decir el capital monopolista que es la fusión del capital industrial (fabril, comercial, agropecuario) con el capital bancario.
Y como toda lucha de clases que tiene una base estrictamente económica como es la lucha por el reparto de la riqueza (en el caso de la sociedad capitalista: entre el capital y el trabajo asalariado), su resolución es política y constituye una lucha por el poder.
Al principio, sorda, imperceptible detrás de la lucha económica, pero que su proceso va tornándola cada vez más en política hasta convertirse en revolucionaria.
Intelectuales, periodistas y politólogos de la burguesía quieren hacernos creer que la crisis que se expresa en Grecia es una crisis que no supera el límite de ese país. Nos hablan así de crisis griega, con la intención de ocultar la crisis estructural del sistema capitalista en bancarrota.
Pero el progresismo de toda laya que se anima a plantear que se trata de una crisis estructural del sistema capitalista, en una aparente coincidencia con un análisis marxista, es decir, científico, cargan sus tintas sobre el neoliberalismo que es una de las formas en que se ha presentado políticamente el poder de los monopolios mundiales, dejando la puerta abierta para la intromisión de las ideas del capitalismo más humano supuestamente representado por las viejas concepciones Keynesianas de regulación estatal burguesa de la economía o de los socialismos gubernamentales ascendidos a la administración de los Estados capitalistas sin revolución previa. Es decir, gobiernos surgidos del propio mecanismo institucional burgués que, sin haber conquistado el poder de una manera revolucionaria, no han destruido el Estado burgués y, sobre sus ruinas, erigido el socialismo con base en la movilización y decisión de las masas obreras y populares.
Estos señores, entonces cargan las tintas sobre la crisis global, sin pararse a mirar (en el supuesto caso de que lo hagan con buena intención y solamente limitados por su forma pequeño burguesa de pensamiento) detenidamente que la particularidad es en donde se expresa lo general. Y, en consecuencia, la crisis si bien es global, es también, griega, ya que en ese país se dan las condiciones políticas que hacen que el pueblo griego no permita que el capital financiero mundial ayude al capital financiero que actúa en el país de Homero, a superar su crisis despellejando a los “descendientes” de guerreros indomables como lo “fueron” Héctor, Aquiles, Ulises y millones de griegos reales que han dado sus vidas por la vida digna de sus contemporáneos y sucesores.
En suma, la crisis estructural capitalista es mundial, pero su eslabón más débil son los pueblos en rebeldía movilizados combatiendo contra la explotación.