La lucha política e ideológica contra el populismo y el reformismo

El populismo y el reformismo tienen en común que son la ideología de la burguesía en el seno del proletariado y del pueblo, son posiciones reaccionarias que intentan incrementar su poder de fuego cuando el proletariado y los destacamentos revolucionarios, entre ellos nuestro Partido comienzan a tener un peso en la dirección política de las masas.

Ambas corrientes, aunque enfrentadas en la lucha política, impulsan la conciliación de clases y sostienen el papel del Estado como árbitro  entre las mismas.

El populismo y el reformismo niegan la revolución socialista, de hecho niegan la lucha por el poder y la destrucción del Estado Capitalista, se preocupan de sostener el sistema de explotación y opresión de una clase minoritaria por sobre las necesidades de cambio de 40 millones de argentinos.

Llevamos muchos años de una forma de gobierno democrático burgués en donde aparecieron sin descanso las vetustas salidas populistas y reformistas, muchos años, muchos intentos. A veces navegando en aguas tranquilas otras en aguas tormentosas, pero lo cierto es que ese populismo y reformismo que aparecían como fuerzas acorazadas en otras épocas históricas de capitalismo de Estado, sus caricaturas en estos años fueron suficientes ante la ausencia visible ante las masas que sufría el campo popular, ausencia literal de las organizaciones revolucionarias y de la aparición del proletariado en la lucha política nacional.

Todo esto está cambiando raudamente y entonces el populismo y el reformismo cobran nuevas fuerzas e intensifican su labor reaccionaria,  saben por experiencia propia de su debilidad estructural en la época del capitalismo monopolista de Estado, que sus sustentos ni siquiera son los reflejos de los años 60 y 70 de un pasado que aún era reciente, estas corrientes actuales andrajosas son una mala copia de un pasado y pisado, pero aún a decir verdad se sostienen por el hecho que la propuesta revolucionaria se encuentra entre las masas embrionariamente y muy débil frente a las necesidades que está empujando la lucha de clases.

Lo cierto es que ese populismo y reformismo en el seno de las masas, con otros actores pero en su esencia reaccionaria  se expresa en la defensa del sistema capitalista y la defensa del Estado a ultranza, intentando seguir recreando en el proletariado y el pueblo la expectativa entre otras cosas del electoralismo. Introduciendo  permanentemente la idea de que al capitalismo se lo puede mejorar y dejar a un lado la revolución social y la construcción de un Estado Revolucionario.

Las fuerzas políticas que abogan por una salida democrática burguesa a la crisis del capitalismo son reaccionarias, sus ropajes de progresistas y de “revolucionarios” terminan en el viejo dicho: ¡revolucionarios en el parlamento burgués reaccionarios en la barricada!. Estas fuerzas políticas son las que están intentando frenar el torrente de la lucha, intentando crear expectativas en la democracia burguesa, de tirar para adelante todo lo que se pueda para erigirse en un puesto de empleado de las políticas de los monopolios.

Esas ideas reaccionarias que actúan entre las masas tienen que ser denunciadas en la lucha, son las que de una u otra manera intervienen con la idea de la conciliación de las clases aún cuando sus banderas aparezcan en las luchas del pueblo. Esas fuerzas son reaccionarias y hay que tratarlas como lo que son,  sin vacilaciones de ningún tipo, sostienen el sistema tengan el lenguaje que tengan. Todo termina en cómo conseguir un puesto en el parlamento para sostener el sistema capitalista. “No importa” entonces para estas corrientes  si una lucha se gana o se pierde el fin es el mismo y el de toda la vida, ocupar un puesto en el parlamento dominado por la oligarquía financiera. Los revolucionarios tenemos que seguir bregando desde la lucha y la organización independiente en todos los planos contra estas corrientes que objetivamente son parte del sostén del poder monopólico.

La conciliación de clases es una política de la burguesía, de la clase dominante, deviene del concepto del Estado como árbitro entre las clases. El Estado está en manos de la oligarquía financiera, y en ese embrionario camino en donde comienzan a navegar las ideas, acciones y organizaciones revolucionarias, que comienza a crear una expectativa de cambio social, esas fuerzas se vuelven más repugnantes en su conquista por un voto. Su servilismo los ha llevado al campo de la degradación absoluta y a los ojos de las grandes masas han comenzado a ser visibles su paso abierto y desmedido a la reacción. Son fuerzas a las que no le interesa la lucha con fines de revolución, ellas van por el voto y no les interesa que si es necesario en el escenario vivo de la lucha llevar el conflicto a la derrota.

La idea de revolución entre las masas tiene un camino largo por recorrer, pero ello implica abrirse camino sin el oportunismo que tienta el diablo de la burguesía monopolista.

Por el contrario es la continua denuncia a esos espejitos de color con que intentar proseguir con la dominación. No hay tregua con esas ideas, son el diversionismo, el intento de frenar lo que no se puede frenar en la medida que las acciones revolucionarias de las masas y de sus destacamentos arrecien en plano de la lucha de clases.

Estamos parado en un momento que desde las apariciones de los obreros de Valeo, Gestamp, aceiteros, y decenas de enfrentamientos la clase puja por parir e irrumpir en el gran escenario que implica la lucha por el poder. No desmayar, seguir construyendo las herramientas de clase independientes del poder burgués y profundizando la idea de la democracia directa enemigo número uno del oportunismo populista y reformista que sigue bregando por una democracia burguesa que frena la historia apoyada en las actuales relaciones de producción.

 

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