La presidenta hizo gala de soberbia, subestimación e impotencia política crónica

En su discurso del pasado jueves 20 de agosto a la noche, la presidenta hizo gala de la gran subestimación y desprecio que, como distinguida oligarca, tiene de los trabajadores y el pueblo en general.

Uno de los múltiples temas que abordó fue el de la participación del Estado en varias empresas que actúan en el país.

Según el listado dado a publicidad, son 61 en total, entre empresas industriales, gas y petróleo, servicios y bancos.

Lo más indignante es que admitió que gran cantidad de las acciones con las que cuenta el Estado se adquirieron con fondos del ANSES, es decir con los aportes que, por cada trabajador, se realiza para sostener el sistema jubilatorio. He aquí la razón por la cual ella misma vetó la ley aprobada por el Congreso del 82% móvil a los jubilados.

El argumento que esgrimió fue que, de esa manera, se protegían dichos fondos y todo el pueblo se «adueñaba» de las correspondientes partes proporcionales de esos monopolios. Los jubilados y sectores populares que escuchaban la perorata no podían creer lo que la Sra. presidenta decía. Muchos se preguntarían, con razón, a dónde están las ganancias que les corresponde por dichas acciones.

La lógica de la que se parte para decir semejante e impune afirmación es que si todos somos dueños, todos nos beneficiamos. Pero ésa no es la lógica del capitalismo, y menos, del Capitalismo Monopolista de Estado. Tener un título de propiedad no es igual a tener la propiedad capitalista de una empresa o medio de producción.

La pregunta es: ¿Quién disfruta de todo ese cúmulo de capitales? La respuesta es obvia para todo el pueblo: Los grandes monopolios a través de los pagos de la llamada «deuda externa», de los subsidios «para la producción, comercialización, etc.», de los préstamos a tasas irrisorias, adquisición de bonos estatales a altísimas tasas de interés, y otros mecanismos de apropiación de la riqueza social producida por los trabajadores y el pueblo laborioso.

La propiedad capitalista es de quien explota el medio de producción o la empresa que es quien la dirige, decide sobre el destino de la misma y disfruta sus ganancias. Un ejemplo muy elocuente de ello es el monopolios de las aceiteras y cerealeras que, sin poseer grandes extensiones de tierra, manejan todo el negocio de granos, aceite y biocombustible del país.

En pocas palabras, las inversiones estatales se realizan para beneficio privado de los verdaderos dueños de las mencionadas empresas que no son más que los monopolios dueños de los porcentajes accionarios mayores de las mismas o, en el caso de las que tienen mayoría de acciones estatales, son a favor del conjunto de los capitales monopolistas a quienes van destinados los mayores beneficios obtenidos.

Al total de las empresas con participación estatal, el propio gobierno le asigna un valor en acciones de $ 63.781 millones de pesos con un resultado anual neto de $ 59.216 millones de pesos.

Debido a que la Sra. presidenta sufre de incontinencia verborrágica no pudo evitar preguntar a la claque que siempre la acompaña en sus discursos, «quiénes vivían en Nordelta»… Nadie, como es obvio, levantó la mano, y enseguida dijo: «No se preocupen, todos somos propietarios del 25% de ese barrio». Con ello sintetizó lo que acabamos de decir: El pueblo trabajador genera los capitales para que un puñado de oligarcas se engalanen con sus beneficios.

Ésta es la única fórmula del capitalismo: Un Estado nutrido con los capitales generados por el trabajo agotador de obreros, trabajadores y pueblo laborioso en general, para beneficio exclusivo de una casta de burgueses monopolistas y su ejército de funcionarios corruptos que pululan en sus empresas, organizaciones gremiales, e instituciones estatales (ejecutivas, parlamentarias y judiciales).

Argumentos patéticos que sólo despiertan indignación, odio al irrespeto y la subestimación al pueblo, que colocan a la presidenta y a su clase en una posición que evidencia la falta de iniciativa frente a la crisis política que sufren y que no saben cómo afrontar para sostener el nivel de sus ganancias ante el embate sostenido y creciente de las luchas proletarias y populares que los arrinconan.

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