Frente a la extrema debilidad de la burguesía, redoblar nuestras responsabilidades

La burguesía argentina se encuentra en un laberinto del que no puede salir. Los tres candidatos mejor posicionados para las elecciones presidenciales de octubre se han visto obligados a explicitar de qué manera y en qué medida van a corregir las variables económicas, proceso en el que ninguna facción de la burguesía monopolista exhibe poder de disciplinamiento sobre las demás facciones.

Entonces, como en un juego de a ver quién dice menos para convencer más, los candidatos y sus economistas ensayan explicaciones acerca de la devaluación que se viene, si será más o menos gradual, etc. Si bien es cierto que el tema incomoda, el tema está sobre la mesa. Lo han “blanqueado” y, de esa forma, ya nadie niega que la devaluación es un hecho después del 10 de diciembre.

Al mismo tiempo, comienzan a producirse (y a agitarse) suspensiones en algunas ramas de la industria; se dejan conocer expresiones empresariales en las que el tema comienza a instalarse, y todas son coincidentes en que 2016 será un año duro y que nadie puede garantizar los puestos de trabajo.

De esta forma, la burguesía monopolista confirma su “hoja de ruta”. Devaluación de salarios y aumento de la explotación (vía achicamiento de puestos de trabajo o vía aumento de la productividad) son los condimentos que sazonan la receta del ajuste; que no es otra cosa que ver cómo se pone en marcha un nuevo ciclo de reproducción y circulación del capital luego de corregir las “distorsiones económicas”; léase: Garantizar la tasa de explotación y, por ende, la ganancia de los capitalistas.

Pero decíamos al principio que esto se convierte en un laberinto para la burguesía por dos factores esenciales. El primero, que ninguno de los que están en condiciones de ganar lo harán con un respaldo electoral que legitime políticamente las medidas que deben llevar a cabo; mucho peor aun cuando sectores de la propia burguesía ponen en cuestionamiento los resultados electorales y agita el fraude. Segundo, toda medida que se intente aplicar para disminuir salarios y aumentar los ritmos productivos se toparán con el férreo rechazo y la persistente lucha de los sectores proletarios y populares.

Luego de doce años en los que la burguesía no pudo resolver su profunda crisis política y de representatividad, con toda la fanfarria populista y reformista de aquí y del mundo haciendo coro, ahora necesita disciplinar el movimiento de lucha en pocos meses. Titánica tarea que va más allá de la decisión de realizarla si no cuenta con el respaldo político de las mayorías. Porque que gane un candidato de la burguesía en octubre no significa que así obtenga ese respaldo. Un resultado electoral no reemplaza ni mínimamente la constante decisión demostrada por el movimiento de masas para defender sus conquistas.

Quien así piense o así lo diga es porque emparenta el complejo proceso de la lucha de clases con la lucha electoral. Los miopes políticos que sostienen estas afirmaciones creen que porque gane Scioli, Macri o Massa las masas obreras y populares quedarán en la mansa espera de que éstos representen sus intereses y subestiman todo el proceso de lucha y organización que se gesta bien desde abajo, aunque todavía dicho proceso no cuente con una expresión política revolucionaria.

Hay que seguir firmemente abocados en los preparativos para orientar el nuevo ciclo de luchas que se viene con una estrategia de lucha por el poder. Para ello la unidad de la clase obrera entre sí y con los demás sectores del pueblo no pueden esperar; debemos profundizar el entrelazamiento y el entretejido de esa unidad un poco cada día, aprovechando las luchas que se están presentando y más allá de las mismas. Se trata de una unidad política del proletariado para ganar terreno en la disputa contra el enemigo burgués (tenga el presidente que tenga) y que la creciente movilización que presentará el movimiento de masas comience a contar con una dirección efectiva en la lucha reivindicativa y política.

Esa dirección solamente será posible si el proletariado levanta la mirada y, al tiempo que presenta batallas en el terreno de sus reivindicaciones, comienza a convertirse en convocante efectivo de los sectores populares. Entonces las tareas para gestar esa unidad no pueden esperar un solo minuto; hay que incorporar a la clase obrera en el debate y la lucha por los grandes temas nacionales que, lejos de ser los procesos electorales, son las políticas cotidianas en las que se visualice cada vez más claramente al enemigo de clase, a su Estado y a sus instituciones, se adopte una política de clase independiente de la burguesía dominante, se avance lenta pero firmemente en la consolidación de las organizaciones propias y se materialice la unidad política en la acción que levante un proyecto de cambio revolucionario para las grandes mayorías.

Esa es nuestra “hoja de ruta” y ninguna política ni ninguna amenaza de ajuste del poder burgués nos deben desviar del objetivo.

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