Arte y revolución

El arte nació como expresión espiritual inherente a la producción de las comunidades humanas, como una disciplina ligada naturalmente e indiferenciada de la misma.

La música, la pintura, la composición oral de historias y poemas, la propia arquitectura (si pudiera llamarse así a la construcción de las primeras viviendas y/o estructuras, etc.), la actuación, la danza en las rondas alrededor del fuego durante las noches, o en los momentos anteriores o posteriores a la caza, etc. De ello ha quedado evidencia en cavernas y alfarería de la época.

El tema del arte no puede desvincularse de la producción en el sentido amplio de su significado.

La elaboración de los bienes y medios de los que se valía el ser humano para producir y reproducir su vida, incluían la expresión artística que se plasmaba en los productos y sus propios cuerpos. Producción y arte eran una misma cosa. Asimismo, el resto de las actividades, o más bien, todas ellas, incluían las expresiones artísticas que eran practicadas por toda la comunidad pues, el producir y reproducir la vida, era un acto común y el producto de la producción le pertenecía a su productores en forma social.

La estética del arte era la estética de la producción y de la vida de los pueblos.

En la medida en que los medios de producción se fueron separando del productor y fueron pasando a ser de propiedad de la clase dominante no productora, el arte se fue diferenciando de la producción de bienes. Por un lado, el trabajo, la producción para otro, se fue transformando en una carga pesada y obligada para poder subsistir, y el arte, expresión del espíritu, siguió por otra vía.

Hoy, la actividad artística, está totalmente separada de la producción e, incluso, el arte (con excepción de las expresiones de un puñado de artistas profesionales que resultan negocio para la clase dominante), puede verse, a los ojos del burgués, como una actividad secundaria y hasta perezosa e improductiva denostada por la clase dominante, salvo en los casos, en que su producto genere negocios. Pues, así concebido como mercancía, los productos del arte constituyen un bien suntuario de alto valor para la clase dominante.

Por ejemplo, a pesar de que la música llamada popular tiene gran ascendiente en las mayorías populares, contradictoriamente, los músicos que aparecen en los escenarios y medios masivos son una minoría muy evidente en la sociedad. No obstante, ésta es una de las disciplinas que es practicada por mayor cantidad de personas. Muchas de las restantes manifestaciones artísticas aparecen, en manos del mundo de los negocios, como de características más elitista y bajo un halo de superioridad inalcanzable.

No obstante, el sentido estético y la belleza que se expresan en el arte, cada ser humano los lleva en sí mismo y los expresa a diario a pesar de ese proceso de enajenación operado durante milenios. De tal forma que junto al producto artístico devenido mercancía suntuaria para negocio de la burguesía, convive la expresión estética artística que el productor (el obrero, el trabajador) le imprime a su actividad y que se aprecia con mayor o menor presencia en el cuidado de su obra de producción, en el detalle, en el sentido estético…Claro que cuando el producto sale al mercado convertido en mercancía, el sello “artístico”, si cabe el término, se diluye y se pierde en la misma.

Por esa razón, el obrero y el trabajador en general, expresan sus virtudes artísticas en las horas en que no producen para el dueño de la producción, el capitalista. En esas horas en las que encuentra lo mejor de su vida, el proletario une naturalmente las expresiones artísticas que anidan en él mientras produce y reproduce una parte de su vida con las relaciones sociales que él elige, a pesar de que las mismas estén condicionadas por las que rigen en la sociedad capitalista.

Ese arte popular no está mercantilizado y está presente, aunque menospreciado por la sociedad burguesa ya que no constituye negocio y, en consecuencia, no aporta ganancias. Ellos lo denuestan calificándolo de ocio improductivo.

Millones de cantantes, músicos intuitivos, poetas domésticos, dibujantes, albañiles “arquitectos”, actores de teatro para hijos, sobrinos y nietos, ensayistas, pintores autodidactas, etc., transitan anónimamente las calles y caminos de toda la geografía de nuestro país y el mundo.

Paralelamente, las obras artísticas que destacan en la sociedad, son otras. Son las que realizan los artistas profesionales que no se dedican a otra cosa más que al arte. Lo grande y magnífico de ese producto artístico está dado, sobre todo, por el valor mercantil (precio de venta o de exhibición), siendo de un segundo o tercer nivel, su valor estético y/o social que, por cierto, muchas de esas obras contienen y que los seres humanos sabemos apreciar. Pues nos hemos “apropiado” de todas las expresiones artísticas desarrolladas por el hombre durante su historia.

La separación del arte del proceso productivo ha seguido un camino tortuoso signado por la división del trabajo, de la misma manera que ha ocurrido entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Tampoco es ajena a esta separación la ciencia que, en la actualidad, aparece como distante del proceso productivo aunque esté permanentemente presente en el mismo y en su resultado, el producto final.

Mientras las comunidades antiguas estuvieron separadas por infranqueables distancias o fallas geográficas, el arte tuvo el límite de la tribu, luego de la nación y el país. Al ritmo del desarrollo comercial, las anexiones, las conquistas y, finalmente, el desarrollo del capitalismo mundial, el arte fue borrando fronteras y fusionándose en todos sus planos adoptando una configuración cada vez más universal.

Pero, contradictoriamente, es el mismo sistema capitalista el que sostiene la división del arte de la producción haciendo que millones de seres humanos vean frustradas sus capacidades artísticas potenciales sin poder evitar que las mismas se atrofien y destruyan sin poder florecer, pues el arte sigue, inevitablemente, el mismo curso que las fuerzas productivas, las cuales encuentran un dique de contención en las relaciones de producción que las traban y destruyen.

No obstante, a pesar del freno impuesto por las relaciones de producción, junto a la fuerza productiva social, el arte insiste tercamente en renacer y florecer haciendo primavera del tortuoso invierno, pues constituye expresión espiritual indomable de la humanidad que puja por su liberación, manifestándose en sus luchas, en su vida cotidiana, dignificándola, etc. Así, contribuye a acorralar, cada vez más, a las perimidas relaciones de producción capitalista haciendo vaticinar su desaparición por nuevas relaciones de producción.

Por esa razón, la futura sociedad socialista, junto con las fuerzas productivas, desarrollará las capacidades artísticas del ser humano que, al verse liberado del trabajo enajenado, y en la medida en que vaya reconociéndose dueño colectivo del producto social, transitará el camino de reencuentro del arte con la producción en el mismo proceso en que vayan unificándose el trabajo manual e intelectual y en el que la ciencia se reconozca fundida al proceso productivo.

Al ir cobrando conciencia de que su propia producción cooperativa tendrá como resultado un producto social destinado a la satisfacción de sus necesidades y aspiraciones sociales futuras, el ser humano encontrará su posibilidad de desarrollo individual en el colectivo social, a la vez que el desarrollo del colectivo social influirá en un mejor y más elevado desarrollo individual. Resultado de lo cual, naturalmente, empleará sus más intensas energías y mejores talentos en la tarea común.

La producción de bienes se fundirá en una sola cosa con la reproducción de la vida, convirtiendo al trabajo en una actividad creadora y estimuladora del espíritu humano, incluidas sus capacidades artísticas que, inevitablemente, plasmará en el producto final.

De tal forma, millones y millones de seres humanos desarrollarán sus capacidades artísticas individuales y colectivas, haciendo brotar, seguramente, junto con la socialización de los medios de producción y de la producción misma, un nuevo arte colectivo mundial, concepto, hasta hoy, desconocido.

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