El marxismo nos ha enseñado que en la lucha de clases hay una clase que domina y otra clase explotada y oprimida.
En nuestro país, lo más concentrado de la burguesía, la oligarquía financiera o burguesía monopolista, es la que tiene el poder y con él exprime y oprime al proletariado y al pueblo compuesto por sectores medios y empobrecidos.
¿A través de qué herramienta ejerce el poder la oligarquía financiera? A través del Estado compuesto por todas las instituciones gubernamentales, legislativas, judiciales y armadas. Ese Estado está construido a imagen y semejanza de la oligarquía financiera. El gobierno, es la máscara de proa de ese Estado. No hay posibilidad alguna de que la herramienta del Estado, pueda servir a otro sector de clase distinto de la oligarquía financiera que tiene el poder, de la misma manera que una prótesis confeccionada a medida para una persona no puede ser usada por otra diferente.
Es por eso que, cualquier intento de engaño que pretenda generar expectativa sobre un supuesto gobierno popular que pondría al Estado al servicio del pueblo, como lo ha dicho el «kirchnerismo» o, antes, el delarruismo, el menemismo, etc., no es más que eso: una burda mentira. Ellos intentan identificar siempre los problemas de Estado con los problemas del pueblo, pero esto no es así, pues cuando «resuelven», a costa del pueblo, los problemas de Estado, el resultado salta a la vista: Mejoras para el funcionamiento del sistema que les hace reproducir en forma ampliada su capital con mayores ganancias, y penurias mayores a la clase obrera y sectores populares.
Los problemas de Estado, ya sean éstos de índole política, económica o estructural, son problemas que atañen fundamentalmente al funcionamiento del sistema a través del cual esa porción reducida y privilegiada de la sociedad capitalista impone su voluntad a las mayorías laboriosas que todo lo producen y hacen funcionar.
Es por eso, que en una situación de crisis política y estructural tan aguda como la que vive la burguesía monopolista, los sectores populares, principalmente el proletariado, debemos saber diferenciar los problemas del pueblo y los problemas del Estado que son distintos y contrapuestos.
Todos sabemos cuáles son los problemas del pueblo: salarios, salud, vivienda, seguridad, abandono de los jubilados, educación, falta de perspectivas de desarrollo humano, destrucción y contaminación del medio ambiente, falta de libertades políticas que permitan hacer valer nuestra voluntad de mayorías, cargas y ahogo impositivo, etc.
Por otra parte, los problemas de Estado son: Imposibilidad de ejercer el poder de disciplinamiento sobre la clase explotada y los sectores oprimidos que no se dejan explotar y oprimir fácilmente, desajustes económicos, derivados de esa rebeldía y de las leyes del propio capitalismo que restan competencia en el mercado mundial, alto déficit fiscal que obliga a la emisión de dinero sin respaldo, disparidad entre el valor del dólar y el peso, lo cual tiende a disminuir las reservas del Banco Central, incapacidad de control sobre las policías y otras fuerzas de seguridad ligadas a las fuerzas lúmpenes de las que se sirven para reprimir al pueblo, las cuales hacen negocios propios sin pasar por la caja en la que deben depositar el botín, entre otros problemas.
Estos son los problemas que nos quieren hacer creer que son nuestros. Son problemas que no tienen solución más que apretando y ahogando nuestras vidas. Ellos tienen la herramienta estatal con la cual intentan imponer esa solución manteniendo, y en lo posible aumentando, su tasa de ganancia. Es así como los problemas de ellos se convierten en nuestros problemas, porque es mediante ese mecanismo de defensa de sus ganancias como provocan todos los males que padecemos y que describíamos anteriormente. Porque la forma de mantener sus ganancias es disminuyendo nuestros ingresos y calidad de vida en todos los planos. Generalizando la pobreza, expulsando fuerza de trabajo, incorporando trabajadores a nuevas industrias con salarios achatados, restando fondos para la salud, la educación, la vivienda, las jubilaciones, etc. Reduciendo además, las libertades políticas (téngase en cuenta los casi 9.000 luchadores entre presos y procesados judicialmente por luchar contra la explotación y la miseria).
Por estas razones es que quieren perpetuar el sistema capitalista. Y es por eso también que mueven a risa, o más bien generan odio, aquellos intelectuales o fuerzas políticas que le acercan propuestas a la burguesía de cómo resolver los problemas del Estado.
Todo lo dicho nos debe llevar a la conclusión que el bienestar de ellos es el sufrimiento nuestro. Y es por eso que, claramente, cuando ellos tienen una crisis como la actual, nuestro deber como revolucionarios y como pueblo, es profundizarles esa crisis y llevarla a los niveles más agudos. Porque, en la medida en que el sistema se resquebraje, en la medida en que ellos no encuentren la solución a costa de nuestro sufrimiento, nosotros nos fortalecemos y ellos se debilitan aún más. Mientras ganamos en el fogueo de la lucha, nos vamos uniendo y organizando contra su sistema a la vez que vamos plantando banderas de poder obrero y popular en lo local con repercusión y sentido nacional.
Sin dudar, nuestro camino como pueblo es avanzar en las luchas contra el poder burgués, su gobierno y el Estado que le sirve de herramienta para sojuzgarnos. Avanzar en la instalación de la democracia directa y el estado asambleario en fábricas, barrios, escuelas y todo ámbito de trabajo y del quehacer popular para ir logrando conquistas y ganando la libertad política de decidir y ejecutar nuestra voluntad.
El próximo gobierno, máscara de proa del Estado al servicio de la burguesía monopolista, deberá sentir hasta en su médula que este pueblo lo condicionará hasta en la más mínima decisión que pretenda tomar a costa de nuestra calidad de vida.