“Los marxistas votamos a Scioli”, así se escucho en una arenga pronunciada por la decana de una de las facultades de la Universidad de Buenos Aires.
“Votar en blanco es votar por el imperialismo”, afirmó un reconocido intelectual en una de sus columnas (Atilio Borón).
El marxismo es una ideología que tiene como principal orientación ser la doctrina del proletariado para enfrentar a su irreconciliable enemigo de clase, la burguesía. Sus tergiversaciones, sus falseamientos para “acomodarlo” a los intereses de los que lo mencionan pero no lo practican, no son nuevas ni originales. Precisamente, es una copia ajada de los reformistas y populistas de todas las épocas y que nuevamente acometen con su solo fin: cercenar al movimiento de masas ocultando las bases materiales del capitalismo y la necesidad de enfrentarlo abiertamente en todos los terrenos y en todas sus variantes. Y en esa tarea, siempre atacar a las visiones y políticas revolucionarias.
No vamos a discutir aquí a quién votar o no votar. Nuestra táctica es condicionar los planes de la burguesía monopolista que se dispone a que el próximo gobierno, gane quien gane, lleve adelante políticas que apunten a disciplinar a la clase obrera y al pueblo para atacar las condiciones de vida de las mayorías populares. Esta convicción de la clase dominante es directamente proporcional con sus vacilaciones y dudas para ponerlas en práctica. “Devaluar es políticamente suicida” declaró el ex presidente del Banco Central Javier González Fraga (La Política Online, 10/11/15).
En el medio de una situación política de semejante envergadura, los apologistas del progresismo (que no se definen así por apostar al progreso, sino por sostener posiciones políticas “progresivas” en un infinito camino hacia el “cambio”), levantan mentira tras mentira sin siquiera sonrojarse.
La peor de estas mentiras afirma que si no tomamos posición por uno de los candidatos del sistema le hacemos el juego a la “derecha” cuando, exactamente al revés, lo que sirve al sostenimiento del sistema de dominación es no contar con una política independiente que con potencia enfrente abiertamente a la clase dominante.
Sus mentiras y engaños apuntan a que las masas populares tomen el camino del sojuzgamiento y el seguidismo a una de las facciones de la burguesía monopolista, dejando para “mejor oportunidad” luchar por su definitiva liberación.
Pero la conducta política de los revolucionarios ya se ha puesto en marcha, levantando una propuesta independiente de todas las variantes de la burguesía monopolista, interviniendo en la lucha de clases, con el propósito de contribuir a la construcción de una verdadera salida revolucionaria encabezada por la clase obrera junto a las mayorías populares, que ya hoy condicionan los planes del poder.