Nos repiten incansablemente que, para ser competitivos, los costos de producción hay que reducirlos. Desde la cuna al cajón, para utilizar la expresión popular, se reproduce y reproducimos esa idea que se nos hace común y que nos parece de una naturalidad absoluta e indiscutible.
De la misma manera, cuando hablamos de costo, según leemos en los tratados de economía, nos referimos a materias primas, maquinarias, insumos, energía y otros, y salarios. Pero de todos estos elementos, el costo fundamental, el que puede reducirse, según nos explican, es el salario. Los otros costos, según parece, vienen por añadidura en cada materia que va a componer el producto final y, salvo las diferencias de precios que podemos encontrar en el mercado, las cuales resultan ser mínimas entre sí, el resto de los elementos se compran y ahí termina la cuestión. Al final, el eje del problema del costo resulta ser el salario.
Ésta es la fundamentación sobre la que se sostiene la ideología burguesa que nada tiene que ver con la realidad de todos los días. Veamos.
La producción la hacen los que producen. Y esto que parece una perogrullada es la pura verdad. Ahora, los que producen son los obreros y los trabajadores en general. Los burgueses monopolistas dueños de las acciones de las empresas, bancos y grandes comercios no participan, ni de cerca, en el proceso productivo. Su papel, es contar los porcentajes de ganancia que les proporcionan los títulos de propiedad de sus negocios.
Si la producción la hacen los que producen, las pregunta son, ¿cuál es el costo de producción?, ¿qué parte del producto puede ahorrarse para que el mismo sea más barato y signifique menos esfuerzo social?
Obviamente, las máquinas, las materias primas, los insumos, la energía, etc., más el trabajo necesario para producir, no pueden ahorrarse. Lo que sí puede ahorrarse es la ganancia del burgués.
He aquí el verdadero «costo» social para un país como el nuestro. He aquí la verdadera carga social que debe soportar la súper mayoritaria población trabajadora para mantener zánganos que no hacen nada más que disfrutar de sus ganancias a costa del trabajo ajeno.
Tal como lo viene haciendo desde siempre, la burguesía nos miente y utiliza toda la ideología que baja desde el propio Estado, invirtiendo las cosas, mostrando una realidad que no existe y haciéndonos vivir en una «Matrix», al estilo de la conocida película muy difundida hace algunos años.
Para el capital, el costo es todo lo que debe gastar en la producción incluido el salario. Lo demás, es la ganancia que el burgués industrial comparte con el comerciante quien vende su mercadería, con el banquero, a quien debe pagar el interés del préstamo, y con el dueño del inmueble, a quien debe pagar el alquiler del mismo, en caso de que no sea de su propiedad (y en nuestra descripción no nos referimos al pequeño industrial o comerciante quienes también penan en este sistema dominado por la oligarquía financiera).
Para la sociedad, en realidad, el costo social es la ganancia del burgués, el beneficio del gran comerciante, el porcentaje del interés bancario y la renta de la tierra que se debe pagar a quienes son sus dueños.
Cuando el capitalista y el gobierno de turno a su servicio hablan de costos, apuntan a la reducción del salario.
Desde la verdad concreta, desde la posición marxista, cuando hablamos de lo que significa una pesada carga social, un costo que las mayorías laboriosas nos vemos obligados a pagar por imposición de las leyes capitalistas, nos referimos a la ganancia de la parasitaria burguesía monopolista quien es la que maneja los hilos de nuestra sociedad.
Por eso, a la postre, el problema de la lucha por el salario es la lucha contra la ganancia del burgués parasitario y constituye hoy un problema de clases y contra el sostenimiento del sistema basado en la explotación del trabajo ajeno.
Desde ese punto de vista, no es una simple cuestión económica. Se trata más bien de una lucha política y de una lucha contra el sistema que la sustenta. Es una lucha por la liberación del peso de la ganancia de la burguesía monopolista y contra las relaciones de propiedad que la hacen posible, ya que dicha ganancia es posible reducirla hasta cero y la producción puede continuarse sin problemas. Mientras que los ingresos del obrero y el pueblo trabajador (y hablamos de ingresos en un sentido amplio y no de salarios ya que lo que necesita el ser humano para vivir, desarrollarse y reproducirse, es contar con los medios que le permitan obtener los bienes y servicios necesarios para ese fin) son imposibles de reducirlos a cero, por el contrario, deben incrementarse en la medida del desarrollo de la vida de toda la sociedad laboriosa hacia la creciente y continua superación de la humanidad.