Vivimos tiempos de alta complejidad política. El sistema capitalista no da respiro. Más de 7.000 millones de almas sufrimos esas consecuencias.
¿Podrá caerse el sistema tan injusto por sí mismo? ¡No! Al sistema capitalista hay que hacerlo caer.
En cambio, el pensamiento de las corrientes reformistas y populistas actúa preservando el sistema; niegan la posibilidad de una revolución social que libere las fuerzas productivas y que para ello las relaciones de propiedad de los medios de producción y de cambio deben cambiar de manos. Los medios de producción concentrados en las minorías deben pasar inmediatamente a las mayorías explotadas y oprimidas.
Para el triunfo de la revolución el tema de la paciencia tiene mucho que ver; en ese camino de pensamiento juegan en un solo momento infinitos factores, entre ellos la cuestión internacional, la correlación de las fuerzas de las clases, el auge o reflujo de masas en el orden internacional y nacional, si los pueblos quieren o no seguir viviendo como viven, etc.
La paciencia no está asociada, ni mucho menos, a la contemplación de la lucha de clases.
El idealismo asocia la paciencia, en el plano político, a la inmovilidad, a la imposibilidad de cambiar las cosas, al intento de frenar la historia y preservar la dominación de clase. Un canto a la evolución de las cosas.
La paciencia es una bandera de los revolucionarios y nos la arrancaron para desde allí utilizar la crítica, asociándola con la “desesperación” el “inmediatismo” y la “intolerancia” con la que, supuestamente, analizamos los procesos que apuntan a la lucha por el poder.
Por el contrario, la paciencia es un arma fundamental para el avance de la revolución. La misma está asociada a esa complejidad de fenómenos que cuentan día a día; la paciencia arma a los revolucionarios para no perder nunca de vista el por qué luchamos.
La paciencia es como una “gota de agua” que actúa, está en movimiento, que produce cambios cuantitativos y cualitativos permanentemente.
La paciencia hay que asociarla a la acción, tiene una relación directa con las ganas de hacer, de transformar, de revolucionar las cosas. El pensamiento idealista la deformó, tergiversó con un interés de clase este concepto. En las últimas décadas fueron a una ofensiva ideológica en este tema intentando paralizar el movimiento que produce la lucha de clases, que va amasando en infinitas aristas los caminos de todo el complejo proceso de revolución.
La paciencia y la impaciencia son un todo, se atraen y se expulsan, y ello traducido a la política implica el manejo de las contradicciones, la existencia de factores en los cuales hay que actuar para que esa contradicción se desarrolle.
El que pierde la paciencia pierde, reza un dicho popular. Los revolucionarios no perdemos la calma ni la paciencia, actuamos como la gota de agua a la que hacíamos referencia.
La paciencia ayuda a ver cosas que la impaciencia ciega; entre otras cosas, los cambios que se producen en la acumulación de fuerzas políticas de la revolución, la correlación de fuerzas contra la oligarquía financiera, el permanente ir y venir de la lucha de clases.
Al hablar de crisis política de todo el sistema capitalista, podemos analizar un aspecto de la correlación de fuerzas con respecto a los pueblos del mundo. También nos arma para analizar la acumulación de fuerzas en ambas clases enfrentadas. A partir de allí, se derivan las políticas para actuar en cada momento sin especulación de ninguna especie. Nada de esto está asociado a una acción política impaciente o intolerante; por el contario. las acciones que producen los cambios están cargadas de paciencia histórica.
Los revolucionarios entendemos que en nuestro país la existencia de una permanente crisis política de la burguesía está dada por la indomable acción y lucha de nuestro pueblo. Debemos “impacientarnos” por elevar el nivel político de ese enfrentamiento.
Estas labores nos deben impacientar a la vez que con gran paciencia las debemos forjar con la idea de avances y retrocesos, de victorias y derrotas. Son experiencias que hay que pasarlas haciéndolas, para que posibiliten un nuevo cambio cuantitativo y cualitativo del enfrentamiento clasista.
La paciencia está asociada al “puño cerrado”, al golpe contundente y certero en cada momento; la impaciencia, como parte del contrario, ayuda a promover la voluntad en el individuo, en un grupo, en un pueblo.
Es por allí que esa paciencia, para golpear en el sentido revolucionario, está asociada a la permanente acción que lleve a un torrente común toda la acumulación de fuerzas.
Golpear, elevar la calidad política hacia la revolución, acumular fuerzas y volver a golpear, es un acto en sí mismo y en cada momento que apunta a cambiar permanentemente la correlación de fuerzas.
El populismo y el reformismo utilizan la paciencia en el sentido reaccionario de frenar la historia, volverla hacia atrás; utilizan el idealismo como su ideología central, son coherentes a la clase que pertenecen. El concepto de la paciencia lo utilizan en el sentido de sostener o mejorar el sistema capitalista, desclasan el proceso, “sólo se trata de mejorar” lo que es imposible mejorar. Es un llamado a la buena voluntad de los explotadores y opresores a ceder sus riquezas. Descentralizar sus riquezas a favor de las mayorías.
Los revolucionarios utilizamos la paciencia en el sentido materialista de la historia, de la ideología de una clase. La paciencia es un arma letal que nada tiene que ver con el inmovilismo ligado a una caracterización de subestimación de las masas. Otorgarle crédito, en definitiva, a la idea de que “las masas no entienden”, “hay que educarlas primero” y, por lo tanto, “mi” protagonismo es fundamental.
La paciencia es la acción política revolucionaria que se corresponde en cada momento concreto de la lucha de clases. La impaciencia, por el contrario, es un acto de acción involuntaria pero a la vez transformadora. Ambas cuestiones están muy lejos del inmovilismo que pretende la burguesía con su pensamiento estático, necesario para frenar la historia.