Nos encontramos en un momento histórico de la lucha de clases, con un nivel de agudización tan profundo, que emergen múltiples contradicciones como nunca antes y que erequiere mantener firme el timón y, al mejor estilo de los capitanes de navegación, en plena tormenta, no nos deben amedrentar las grandes olas; es necesario poner toda la fuerza de los motores y encararlas al medio para que no se voltee la embarcación.
Y cuando nos referimos a poner toda la fuerza de los motores estamos hablando de un momento en que la lucha política e ideológica van más indisolubles que nunca. Por ejemplo, está dentro de todas nuestras aspiraciones e intenciones avanzar en la unidad de la clase obrera y el pueblo, pero necesariamente, por otro lado, y contradictoriamente, no vacilar un instante en la lucha ideológica contra todo tipo de oportunismo que se monta sobre las necesidades y lucha de las masas que, embanderándose como adherentes de los trabajadores intentan meterse en las filas de las masas obreras y ser portadores de conductas y posturas ideológicas que son totalmente ajenas a los intereses de la clase obrera. Hablan lenguajes similares a las ideas revolucionarias pero se comportan y actúan como contrarrevolucionarios. Si bien es cierto que esto no es nuevo, pues desde el llamado “fin de las ideologías” y todo lo que acompañó a este proceso, esta característica se profundizó aún más.
En nuestro país (sólo por particularizar) pareciera ser que la burocracia sólo es tal si está pintada de fascistoide o de derechista, como el caso de algunos sindicatos como el SMATA, UTA, UOM, y así en casi su totalidad. Pero hay otra burocracia que utiliza un lenguaje progresista, pseudo revolucionario, que encarna un autoritarismo y una intencionalidad que nada debe envidiarle a los mencionados anteriormente.
El autoritarismo, en el fondo, es un método para implementar una política que encarna una ideología que expresa un interés de clase y un interés económico. Por ello no es un problema, a esta altura de la lucha de clases en Argentina de incomprensiones o inocencias políticas la imposición de las estructuras y/o dirigencias por sobre la participación y protagonismo de las masas.
No fue una casualidad que cuando surgió la autoconvocatoria como práctica y actitud subjetiva de las masas que no se sentían representadas por nadie, haya sido el mismo “progresismo” y sectores autodenominados de izquierda que se sumaron al coro de la burguesía monopólica saliendo a bastardear la autoconvocatoria en donde no podían controlar. Terminaron metiéndose (el famoso “entrismo”) para luego pretender desgastar con la intención de destruirla, porque el autoritarismo sea del signo político que sea, lo que no tiene bajo su control, lo que no domina, se constituye en su peor obstáculo y enemigo bajo pretexto de que las masas no entienden; hacen de la decisión de las mayorías su principal enemigo a vencer, atacando, literalmente, la democracia directa. Y terminan haciendo caso omiso del ejercicio de las asambleas al tiempo que se dan baños de pureza principista haciéndose los eruditos, sobre Marx, Trotski, el Che, y hasta se dan el lujo de vociferar contra la burocracia tratando de diferenciarse de la “derecha” pero, en definitiva, ejerciendo en su esencia el autoritarismo.
Cuando son minoría, reclaman asambleas para “rosquear”; cuando están en “mayoría” del aparato (entiéndase) les importa un bledo el sentir y los intereses de las masas, vienen con todo cocinado y no escuchan a nadie.
La búsqueda de protagonismo en el terreno mediático y electoral va en consonancia con tales conductas, y hasta los muy osados se meten en el debate de cómo solucionar la crisis del sistema (como no podía ser de otra manera).
Por eso es que nuestro partido cuando plantea la unidad está muy lejos de hacerla con estos sectores. Estamos hablando de la unidad de la clase obrera y el pueblo por fuera de la institucionalidad de la burguesía. Estamos hablando de las amplias mayorías de nuestro pueblo.
Tampoco es que inventamos nada nuevo.La Historiahacia adelante se escribe parados sobre los hombros de la experiencia del proletariado mundial con la impronta de la ciencia del marxismo y la inmensa creatividad de que son capaces los pueblos.
Los presuntuosos progresistas e izquierdosos se olvidan que los Consejos de Obreros y Campesinos (SOVIETS) no los creó ningún partido ni dirigente político; muy por el contrario, fue obra del proletariado en Rusia, donde al principio eran comités de huelgas surgidos de asambleas multitudinarias, que luego se trasformara en metodología de toda la clase obrera, para más tarde, constituirse en órganos de la insurrección, armando un poder paralelo, y una vez tomado el poder eran el proletariado y el pueblo organizado como poder estatal ni bien destruyeron el viejo Estado.
Más tarde el autoritarismo stalinista se encargó de desvincular tales organizaciones de las más amplias decisiones de las masas.
Sin ir a lugares tan remotos, el 17 de octubre nació de la huelga de la carne de una organización de base encabezada por Cipriano Reyes, entre otros, donde todas las decisiones se tomaban en asambleas en plazas de hasta 15 mil obreros con sus familias incluidas y asi cientos de grandes gestas conocidas.
Por eso insistimos tanto que la base de la contrarrevolución no sólo hay que verla en estos gobiernos títeres de los monopolios que se han venido sucediendo, sino en la “inserción” de los enemigos del pueblo metidos en el propio pueblo. Y aquí no nos referimos a la militancia confundida en estas concepciones. La lucha ideológica en torno a las metodologías hoy, en esta gran tormenta necesita de capitanes firmes que encaren las grandes olas, y esos capitanes son el ejercicio de la democracia directa a través de las asambleas.
Alentar, apoyar, impulsar, y desarrollar las metodologías que las masas vienen ejercitando se constituye hoy en la más importante conducta y la actitud política e ideológica de todos los revolucionarios. No se trata de hacer espontaneismo de las masas, se trata de que haya un proyecto político que sintetice y exprese los intereses de la clase obrera y el pueblo y sepa orientar políticamente hacia la lucha por una nueva sociedad. Este fue el gran acierto (dentro de tantos otros) de Lenin que lejos de observar si la creación de los soviets de parte de las masas era espontánea o no, vio en la creación de los soviets el embrión de poder donde el proletariado se había organizado para la lucha, incorporándole la lucha por el poder y la posibilidad de una nueva sociedad, el socialismo.