En el marco de la revolución tecnológica con el paso del llamado “modelo fordista” y el advenimiento del “toyotismo”, y con ello, la inevitabilidad de una mayor socialización de la producción, la polarización entre el trabajo intelectual y el trabajo manual comenzó a achicarse en algunas áreas más avanzadas del proceso productivo.
Como método de aumento en la productividad, la burguesía comenzó a introducir dentro de la cooperación del trabajo la participación intelectual de los obreros aumentando la socialización de la producción y la participación directa en la toma de decisiones. Por un lado, la producción automatizada facilitó las tareas de los operarios relegándolas a simples tareas de control en línea, eliminando con ello una amplia gama de oficios, pero creando otras nuevas especializaciones. Por ejemplo, el tornero manual, donde la pericia del oficial tenía un peso específico fundamental en el acabado final de cada pieza, fue reemplazado por el programador de PLC y CNC. Contradictoriamente, mientras que las tareas de línea, por un lado, se simplifican, por el otro, la modificación de cada tarea, el control de calidad y las tareas de contabilidad en proceso, el aumento de la productividad o cualquier tipo de mejora introducida requiere de un mayor grado de conocimiento por parte del operador. En el caso de la industria química, que es uno de los sectores mas automatizados de la producción, esto se refleja en un plantel cada vez más calificado de trabajadores en las tareas de control y mejora del proceso. Independientemente de la formación formal de los operadores, el proceso de aprendizaje continuo que se lleva adelante en la línea y en los departamentos de calidad supera la barrera de la técnica y la pericia manual, y la transfieren al plano intelectual, a un conocimiento profundo del funcionamiento físico-mecánico de los materiales. Donde antiguamente primaba el conocimiento general (ingenieros civiles capaces de producir cualquier estructura, o químicos capaces de trabajar en varias ramas de la química en simultaneo, etc.) ahora prima el conocimiento especializado, especialización que sólo puede darse en un íntimo grado de relación con la práctica concreta. Por otro lado, la cada vez mayor multidisciplina científica que involucra cada proceso en particular exige cierto grado de manejo general de la ciencia cualitativamente diferente al del profesional del siglo pasado. La unidad entre el conocimiento general y la especialización adquiere hoy otro carácter.
Donde, quizás mayormente, se logra este cometido es en las carreras de ingeniería en materiales (sólo por citar un ejemplo) donde el manejo científico se basa en el estudio de los materiales relacionando de manera amplia y general (para después, en la práctica concreta, profundizar) la química, la física y la matemática. No obstante, y al margen del elitismo al que pertenece esta carrera en particular en el mundo, la cosa está lejos de resolverse, puesto que la matriz y la contradicción fundamental entre práctica y pensamiento sigue siendo la misma.
Esta necesidad de mayor involucramiento intelectual del operario, o técnico, traspasando las barreras del trabajo manual, choca frontalmente con el tipo de educación que ofrece el sistema capitalista. La educación hoy sigue teniendo los mismos métodos verticalistas y enciclopedistas, de manera que el conocimiento se transmite de un modo mecanicista y separado de cualquier proceso dialéctico. Los nuevos métodos de producción, que exigen mayores libertades democráticas en contraposición directa a las relaciones de producción, resultan antagónicos a los métodos de enseñanza actuales. De allí la gran crisis que presenta la burguesía en cuanto a la formación de técnicos especializados y, sobre todo, ingenieros y licenciados. La enseñanza, concebida de ese modo mecanicista y verticalista -en términos educativos, conductista, donde el docente “enseña” los saberes socialmente necesarios para la producción en cada época dada, y los alumnos “aprenden” memorizando y repitiendo, sin ningún proceso de creación del conocimiento y los saberes-, separada completamente de la producción, concebida sólo dentro del ámbito académico (y por lo tanto de lo abstracto; subjetivo) resulta un lastre para el desarrollo de ese profesional en la industria que ingresa premoldeado con una concepción lejana a la producción real.
Esto lo vemos todos los días en las plantas industriales, oficinas contables, departamentos de informática, etc., en la incapacidad orgánica de muchos profesionales a dar respuestas satisfactorias; a la crisis de los departamentos de ingeniería en las fábricas para encontrar profesionales capaces, y al concepto formal de que el conocimiento está dado por un titulo de “ingeniero, licenciado, doctor”, etc.
La burguesía ve este problema pero no puede resolverlo porque es producto inherente al freno del desarrollo de las fuerzas productivas. Por un lado, la educación de la clase obrera se desbarranca cada vez más en la decadencia, donde los colegios primarios y secundarios están destinados a ser contenedores de niños, formadores de mano de obra barata, mientras que las universidades públicas se vuelven súper elitistas, y las privadas, en mercados donde comprar títulos. Por el otro, en la producción real, los monopolios de la industria más avanzada dejan abiertas las puertas de la organización de la producción y de la resolución de los problemas cotidianos de la misma a los obreros organizados en células de trabajo, exprimiendo no sólo la capacidad de trabajo manual combinada, sino también la capacidad intelectual combinada. Esa contradicción entre cada vez mayor pauperización educativa a nivel masivo, y cada vez mayor abstracción con respecto a la producción a nivel universitario es un problema irresoluble en este sistema.
Esto se expresa en las bajas tasas de graduados a nivel universitario; la opresión permanente del alumno, a quien le choca constantemente las metodologías de educación con las necesidades de cada vez mayores libertades en la producción (aquí, producción de conocimiento); en las contradicciones entre los programas y métodos de trabajo que se utilizan realmente en las empresas y con la dificultad de incorporar a los estudiantes y graduados al sistema productivo. En la mayoría de los casos en que los alumnos llevan ligada su práctica laboral con la formación profesional, la terminan abandonando como resultado del pobre aporte de esta última al incremento del precio de su fuerza de trabajo y a las pésimas condiciones de estudio (sea por altas cuotas en la educación privada, o el elitismo en la universidad pública).
Además, al margen de esta contradicción fundamental entre el grado cada vez más social de participación intelectual en la producción en estas áreas de la industria que analizamos, el alto grado de competencia monopolista junto con la crisis estructural del capitalismo, imposibilita cualquier inversión estratégica sobre todo en lo que se refiere a la inversión en mano de obra. En una configuración mundial de los negocios donde los capitales se desplazan de una región a otra impulsados por el alza o la baja de los salarios como factor determinante de la ganancia empresarial – resultado de la crisis política a nivel mundial – invertir estratégicamente en la formación de mano de obra se contradice con la inmediatez de los negocios, apareciendo nuevamente la competencia como un factor de freno en el desarrollo de las fuerzas productivas.
El fin último del capitalismo, su esencia, es la reproducción de plusvalía. Cualquier inversión del producto social es destinada a este fin: la obtención de la máxima ganancia posible con la menor cantidad de capital invertido, y la continuidad de los negocios. El destrabe de problemas tan fundamentales como la educación, al igual que con otros aspectos específicos como la concepción de la medicina, el arte o la ciencia en general, no puede realizarse dentro de este sistema en la etapa a la que ya hemos llegado. Sólo con una revolución social que coloque como centro de la escena la reproducción del hombre para sí, y no la reproducción de la ganancia, pueden destrabarse todas estas fuerzas productivas que anidan en el seno de la humanidad. Con una economía socialista la inversión de parte del producto social en educación en general y, en particular en medicina, arte, etc. no se considerará como un gasto superfluo e improductivo de los hombres, sino como parte de la reproducción misma de la humanidad. Se destrabarán cuestiones como la aquí tratada con respecto a la educación técnica, potenciando aún más las fuerzas productivas del trabajo, y haciendo del estudio, como de la producción indisolublemente ligada al mismo, parte esencial en la vida y disfrute de la sociedad.