“El mundo da por seguro que lo que viene en el país es buenísimo”. Esta declaración textual del Presidente Macri, formulada hace unos días atrás, da cuenta de un optimismo que raya con la estupidez, a la vez que nos intenta tomar de estúpidos a todo el pueblo argentino.
El mundo, que se despierta a la mañana con una nueva manifestación de la crisis estructural que azota al sistema capitalista mundial, y a la tarde otra y así sucesivamente, está patas para arriba. No existe hoy, como en otras épocas, sector de la oligarquía financiera mundial que pueda predecir lo que va a pasar mañana; más bien, todos los pronósticos serios auguran negros nubarrones en la economía y la política mundiales.
Las manifestaciones más serias de esta crisis son los mensajes que, ya sin ponerse colorados, distintos actores de la burguesía monopolista mundial arrojan sobre la posibilidad de una nueva guerra mundial, que vendría a ser la “solución” al estancamiento y la recesión en la que se hunde el “mundo globalizado” capitalista.
En este contexto, la frase presidencial sólo puede ser tomada en cuenta como un pronóstico de que los capitales que decidan “invertir” en el país lo harán porque será el lugar donde puedan realizar sus ganancias más abultadas y en el menor tiempo posible.
Aunque Macri y la burguesía monopolista no se animen a decirlo expresamente, intentan reactivar la promesa de que la llegada de capitales “llenará la copa” y el derrame llegará como beneficio para el pueblo trabajador.
Lo que la experiencia ha marcado es que la copa se llena con el trabajo de millones para que el contenido (y aun lo que se derrama) sea tomado por la burguesía, en una economía cada vez más concentrada, centralizada y trasnacionalizada en la que el capital monopolista busca exclusivamente garantizar su rentabilidad a costa del padecimiento de los pueblos.
Más todavía. Esos capitales por llegar y los que ya se encuentran afincados en el país, exigen que la tasa de ganancia que obtengan sea la mayor posible y ponen como condición disciplinar la fuerza de trabajo y achicar sus ingresos (rebajar los salarios). Aquí y en el resto del planeta este es el eje central de la política imperialista contra los pueblos; en el medio, se topan con la obstinada lucha de clases que pone permanentemente palos en la rueda de esa política.
Por ello debemos ver nuestra lucha como parte de un todo. Sostener el reclamo de aumento salarial del 50%, con o sin paritarias, empujado desde un gran movimiento político del proletariado, implica sentirnos arte y parte de la lucha que todos los pueblos del mundo presentan a la pretensiones de la burguesía monopolista de hacer recaer su crisis estructural sobre nuestras espaldas.
Hacer consciente de esta situación a la masa de obreros y trabajadores en general, es una condición para que la lucha se presente en el terreno político de enfrentar a la burguesía en su condición de clase explotadora que viene por más explotación y sometimiento.