Estamos atravesando un momento particular de la lucha de clases en la Argentina. El gobierno de la burguesía monopolista ha mostrado las cartas; las medidas que lleva adelante para sostener su tasa de ganancia está llevando a un profundo deterioro de las condiciones de amplias mayorías de la población. El nivel de vida de las masas se ha agravado sensiblemente y predice una nueva calidad en el enfrentamiento clasista.
Si bien este enfrentamiento no se expresa con formas nítidas y “organizadas”, se hace sentir. Los cimbronazos que cotidianamente sacuden a toda la superestructura de la institucionalidad burguesa, mucho tiene que ver con lo que por abajo está pasando. Un río subterráneo de bronca que se acumula día tras día, un creciente estado de movilización y lucha, hace temblar y no deja acomodarse a la clase dominante.
No se trata que ésta no tome iniciativas y no las lleve adelante. Como clase que cuenta con el poder, las iniciativas son tomadas pero están lejos de llevarse adelante en un marco de consenso y tranquilidad social. No estamos en los 90 cuando la burguesía decía y hacía en un marco de retroceso de la lucha de masas; sólo para poner un ejemplo, el más reciente, los bancarios lograron un aumento salarial de 33% a pagar en una sola vez y la reincorporación de los empleados cesanteados del Banco Central.
La burguesía necesitaría una sociedad que acate mansamente el ajuste salvaje que está llevando a cabo. Y lo que está pasando por abajo condiciona permanentemente sus iniciativas, provocando que el barro de la política burguesa salpique a todos por igual. Nadie se salva, todos tienen un trapo sucio escondido en algún lado que en cualquier momento sale a la luz. Y los condicionamientos tocan a cada uno de los representantes de la burguesía en todos los niveles. Es así que lo que hacen lo llevan a cabo en una mar de contradicciones que agudiza la crisis política del sistema.
En esta situación, como decíamos más arriba, la reacción obrera y popular no se manifiesta unificada políticamente y en una gran demostración. Pero el papel de las clases, muchas veces, parece no verse pero se hace sentir agudizando las peleas por arriba. Los protagonistas no actúan con el libreto que querrían sino con el que pueden.
No podemos descartar que la situación de la lucha de clases provoque explosiones espontáneas de las masas. Esto, por sí solo, determinará una nueva calidad en el proceso revolucionario. En el mientras tanto, debemos profundizar la movilización desde abajo por las reivindicaciones más sentidas del movimiento de masas. Tengamos por seguro que la lucha, más allá del factor particular que la determine, encierra la rebelión que anida en nuestro pueblo ante todas las injusticias cotidianas a las que se ve sometido.
En este devenir estaremos preparando y mejorando la organización y la disposición de las fuerzas obreras y populares para el enfrentamiento de fondo que se viene. La contienda política contra toda la burguesía monopolista necesita de fuerzas organizadas, unidas y preparadas para ofrecer un camino claro que aglutine la rebeldía y la decisión de lucha del pueblo. La movilización permanente corroe, deteriora, desgasta la capacidad de la burguesía para llevar adelante sus planes y prepara nuestras fuerzas de la mejor manera posible: desde la acción revolucionaria de masas donde se irá amasando la alternativa política revolucionaria en nuestro país.