La burguesía cuesta abajo

El sostenimiento del empleo y la lucha contra los despidos es una permanente acción de los trabajadores. Es una lucha desde hace años, es parte de la acción contra las condiciones efímeras de empleo que los monopolios han impuesto a la producción industrial. El carácter transitorio y flexible que tiene el trabajo en el capitalismo, se hace más efímero todavía en la época actual y al mismo tiempo hace recrudecer el enfrentamiento entre las clases.

Estas condiciones, impulsadas desde los monopolios, expresan su adecuación a la llamada globalización, a la aguda crisis capitalista, a la guerra intermonopolica y la concentración del capital. Condiciones que de modo cada vez mas exacerbado, exponen la descomposición del capitalismo que los monopolios no pueden evitar, a medida que intentan avanzar con la explotación. En este marco, intentan políticas en función de incrementar sus ganancias, en un clima mundial cada vez más anárquico y enrarecido por su crisis intestina.

Las reformas laborales en Europa, ahora con epicentro en Francia, son un claro ejemplo de ello. Utilizando también estas condiciones para chantajear y extorsionar a la clase obrera con los despidos y sus crisis, buscando profundizar la chatura salarial e imponer mayor productividad para frenar la lucha por sus conquistas. Estas políticas, que chocan contra el creciente movimiento de lucha de la clase obrera, que se dan en el marco de un alza cada día más generalizado de luchas, constituyen un serio escollo para los monopolios que no pueden imponer la paz de los cementerios en las fábricas y frente a cada paso que intentan  la respuesta es más acción.

El problema del empleo es histórico, no es coyuntural y continuará mientras los medios de producción y el poder político sigan en manos de los monopolios y no pasen propiedad social de la inmensa mayoría de los trabajadores. Lejos de ser una política de cada gobierno en particular, el tema del empleo es una política del capital monopolista en general, que cada gobierno de turno ha sostenido en función de sus intereses: el pleno empleo, el salario mínimo vital y móvil, la flexibilidad laboral, el empleo joven,  mi primer empleo, las pasantías, los empleos temporarios, de tres meses y de 6 meses.

La ley de empleo y todo el debate que se pretendió instalar buscó limar con cosmética el indisimulable fondo del problema: el ajuste que se descarga sobre los trabajadores y el pueblo.

Además, que en el régimen capitalista la cuestión del trabajo tiene solución de forma esporádica y nunca en función del trabajador sino del capital, escondiendo que la superexplotacion de la clase obrera y la apropiación de los producido se la llevan los monopolios.  Cuando  el trabajo se sostiene es producto de la movilización y de conquistas de derechos políticos y ello se consigue por la acción de los propios obreros, que obligan a los monopolios a reincorporar y hasta blanquear trabajadores contratados.

Los obreros saben esto con harta experiencia. Como saben que los despidos, los contratos basura, el manoseo laboral a los trabajadores es una política de Estado, que la rotación y el salto de trabajo en trabajo con condiciones de vida postergadas, son precisamente la cara que muestra el capital frente al trabajo. Que todo intento de apechugar a los trabajadores con el tema de los despidos no los amilana, no causa ninguna expectativa la pantomima parlamentaria entre el oficialismo y la oposición por esta llamada ley.

Más bien todo lo contrario, y mal que les pese a estas expresiones al servicio de los monopolios, no calzó. En el marco de estas situaciones de lucha de clases con movilizaciones masivas, paros, estado asambleario, organizaciones independientes de comisiones internas nuevas, listas combativas etc. donde se juegan en la lucha importantes contingentes de trabajadores por sus intereses de clase, lo del veto es un acto circense que no resuelve nada, al igual que si no se hubiera vetado, fue verdaderamente insípido.

Junto con ello, la reunión del  Consejo del Salario, con su declarada burla de un salario mínimo de 8.000 pesos, recién para el año que viene, que con descuentos no supera los 6.500 en mano. Ambos hechos, profusamente difundidos en la prensa burguesa cuan si fueran grandes definiciones, pasan a un segundo plano aunque se esmeren en hacernos creer que son verdaderos actos de audacia política. Y ponen al desnudo que la superestructura gobierno, parlamento, y cúpulas gremiales pisan terreno político muy resbaladizo y cuesta abajo.

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