El extraordinario desarrollo que adquirió la socialización de la producción, el descrédito a las formas institucionales burguesas (aspecto central de su crisis política), sumado a la histórica experiencia que vienen desarrollando las masas en nuestro país, trajo consigo nuevas complejidades. Pero al mismo tiempo, un gran avance en el ejercicio y/o la aspiración a la democracia directa, traducida en varios aspectos, pero uno sobresaliente: el surgimiento de la autoconvocatoria.
Esta síntesis, realizada por nuestro Partido, fue un acierto. Pero insuficiente, porque no se alcanzó la fuerza suficiente para hacerlo consciente en el movimiento de masas.
Las masas le dieron nacimiento a la autoconvocatoria, en esencia, un estado subjetivo de las masas. Pero al mismo tiempo, tales prácticas son objetivas, al materializarse en acciones autoconvocadas de las propias masas ante diversos reclamos. Una expresión embrionaria de un rompimiento con el sistema, en la lucha por los más diversos reclamos, incluso de grandes gestas como el Santiagueñazo, el Correntinazo o los hechos del 2001.
Pero nuestro Partido cometió el error de interpretar parcialmente que tal instancia subjetiva y objetiva de las masas nos ofrecía toda la base material para orientar, pero fundamentalmente, organizar, donde no supimos ver los grises, colocando la autoconvocatoria de las masas desde lo general, y el partido diluido en ella; el cual también terminaba siendo una generalidad a la hora de una propuesta de organización para las masas.
Es decir, por una lado la autoconvocatoria y por el otro lado, el Partido. Pero partíamos del principio de no “apropiarnos” de lo que las masas venían gestando, y terminamos no desarrollando ni el movimiento autoconvocado ni el Partido. No hicimos perdurar en el tiempo, con organización, la acción de las masas. Ya en sí, el concepto de “apropiarnos” es erróneo, pues partíamos de una defensiva, de subestimación, colocándonos por fuera del movimiento de masas.
Esto nos trajo una serie de males que fuimos arrastrando, como estar ausentes de una política sindical revolucionaria.
Nuestra respuesta en tal terreno fue la asamblea, que es una apreciación correcta. Pero la asamblea es un objetivo a lograr, como el estamento superior de la organización de masas. Atrás de cada asamblea (en una fábrica, por ejemplo) debe subyacer una AMPLÍSIMA ORGANIZACIÓN CON ENRAIZAMIENTO EN TODO EL FRENTE.
Llegar a la asamblea significa haber ganado la legalidad, haberla conquistado, por correlación de fuerzas, por lo menos, de una gran parte de los derechos políticos, donde tal organización no sólo llega a los rincones más remotos de la fábrica o del frente, sino que abarca todos los aspectos de la vida de los trabajadores, que van desde lo reivindicativo, lo económico, lo político, lo social, lo cultural, lo deportivo, etc.
Al carecer de una política sindical revolucionaria esto terminó constituyéndose en un problema político para el Partido, que terminó dejando desprotegido el trabajo político del revolucionario en el frente en el terreno de una política de organización de masas, donde, contradictoriamente le dimos “prioridad” al Partido, y que a la hora de luchar, el militante se vio empujado a la lucha economicista, diluyéndose el Partido en las masas, cuya respuesta fue desde lo propagandístico.
Es decir, no prosperamos como Partido y no dimos respuesta hacia una organización de masas. Terminamos siendo ni una cosa ni la otra.
Ahora bien, hoy para nuestro Partido, adoptar una política sindical de carácter revolucionario (y para que tal política sea revolucionaria) debemos estar parados desde una columna vertebral de la cual no nos deberemos apartar: conquistar con la política revolucionaria todas las herramientas que le pertenecen a la clase obrera, para lo cual deberemos transitar dos aspectos.
En primer lugar, la recuperación de los cuerpos de delegados y las comisiones internas, lo que ya de por sí nos empuja a construir organizaciones de vanguardia y de masas que se planteen tal desafío como política. Y en segundo lugar, la construcción y desarrollo de un movimiento sindical revolucionario de base, cuyo estandarte sea una propuesta de toda la clase obrera y los trabajadores, rompiendo con la construcción por rama, aunque esto también en las particularidades de los casos, tengamos que hacerlo.
Las masas trabajadoras en general y la clase obrera en particular, repudian el sindicalismo burócrata, el cual choca de frente con el orden industrial impuesto y la socialización de la producción (amén de ser propatronales, corruptos y policías de la empresa). Pero ello no significa que adopten hoy otras formas de organización en las fábricas: se intuye, se ensaya y se lucha, y las masas pujan por ser parte de las decisiones (no alcanza, incluso, con ser honesto).
Pensar en organización de masas por fuera de las asambleas, donde un grupo resuelve por el resto, sería sí caer en lo viejo y retrógrado (como hace la izquierda parlamentaria). Pero de ninguna manera se llega a prácticas sistemáticas, a la institucionalización de las asambleas, sin haber resuelto el problema de que el estamento orgánico siga en manos de la burocracia o de políticas reformistas.
Resuelta esta decisión, ahí sí aparece en toda su magnitud el aporte y riqueza de nuestra visión revolucionaria sobre el papel de las masas (donde incluso este nuevo planteo es inherente a la organización revolucionaria de las masas), y nuestro rol transformador.
No es que conquistadas las comisiones internas, después construiremos el Partido; o cuando tengamos el Partido bien armado nos damos la tarea de conquistar el cuerpo de delegados… Ambos transitan por dos carriles paralelos que no se tocan, pero son como las vías de un tren: un necesita de lo otra, van en la misma dirección, sufriendo los mismos accidentes naturales en el transitar de la lucha de clases, aunque solamente el Partido y su proyecto revolucionario, con el militante en el seno de un frente, es el puntapié fundamental de todo este proceso, para colocar las cosas en su lugar.
El Partido orienta hacia la revolución. Incluso un dirigente obrero revolucionario cuando se gana el corazón de las masas, pasa a constituirse en el principal tribuno político; y el Partido, como el factor fundamental en la organización de la revolución. Organizar es en todos los planos, y en una empresa se necesita tener una política de construcción, de organización de masas, en las masas; lo cual nos lleva a la lucha política en lo particular (lo local) y así hacia las políticas nacionales. No se puede comprender el fenómeno de la revolución si no nos embarramos en las problemáticas esenciales de la organización y reivindicaciones de las masas.
Haber estado ausentes de una política sindical, donde cada compañero terminaba resolviendo como pudiera, sin ser parte de una elaboración colectiva, específica en el ejercicio de síntesis práctica – nueva síntesis, se constituyó en una insuficiencia. Tenemos todo para revertir esto rápidamente aunque cometamos nuevos errores, pero haciendo la experiencia nacionalmente iremos encontrando, sin ninguna duda, nuevos y más ricos aportes y síntesis.
Basta recordar experiencias extraordinarias como las de GM o la de VALEO, por citar algunas, donde nuestra política y esos extraordinarios compañeros marcaron la cancha a la burguesía, pero como dice el dicho: nos faltaron 5 para el peso.
Lejos estamos de llorar por la leche derramada, muy por el contrario, en el marco de todo aquel diversionismo como parte de una ofensiva de la burguesía, nos aferramos a aspectos centralmente ideológicos -a secas- lo que nos llevó a cometer este tipo de errores.
Otro aspecto determinante y que transita en simultáneo partiendo de las ideas mencionadas, donde surge lo sindical como parte de una propuesta política, de una resolución política como anunciáramos más arriba, está en el impulso y la construcción de un movimiento sindical de base, revolucionario, nacional. La unidad con otros frentes, donde habrá que dar muchas batallas políticas, esencialmente en las metodologías que hagan de la democracia directa y la masividad las llaves claves que quiebren la correlación de fuerzas del enemigo. Pues la debilidad de la burguesía no está en condiciones de tolerar la masividad, aspecto central las masas también deben ser conscientes: de su propia fuerza cuando se expresan en masividad.
Ambos objetivos se constituyen en los trazos gruesos del inicio de una propuesta sindical revolucionaria, que no es un paso táctico, sino estratégico. Es decir, esto simplemente es un paso inicial que debe armar a todo el Partido y atravesar la vida y el tratamiento de tales cuestiones en un mismo plano, al igual que la organización del Partido, sus políticas de crecimiento, la propaganda, etc.
Puesta a rodar, esta concepción que se condensa desde la experiencia en los frentes fabriles, los trasciende. En su forma, en su contenido, en su movilidad, en su impronta, en sus metodologías, incidirá en TODO EL MOVIMIENTO DE MASAS en cada barrio, en cada universidad, en cada lugar de trabajo político, sea cual fuese.
Por último, ni por un segundo debemos temer en caer en desviaciones economicistas por dar este paso. Por el contrario, por no haberlo tratado como un tema específico y estratégico, terminamos haciendo un culto a la acción espontánea de las masas: nada más economicista y populista que tal conducta.