La revolución socialista no es un estrecho objetivo hacia la obtención de meras mejoras materiales para la mayoría de la población hoy sufriente. La revolución socialista es mucho más que eso…Es el principio del camino hacia la liberación del ser humano de toda explotación y opresión de una clase de hombres (el proletariado y el pueblo) por otra clase de hombres (la burguesía monopolista) para así llegar a un pleno desarrollo material y espiritual social e individual.
Las virtudes de los revolucionarios no están dadas por la comprensión de la lucha por el salario hacia el logro de mejores condiciones materiales de vida y la orientación política hacia la conquista de una nueva sociedad que distribuya la riqueza material social en forma equitativa a todos los trabajadores y el pueblo. Por el contrario, una vida digna va más allá de la posesión equitativa de mayor cantidad de bienes. Una vida digna social es recorrer hoy el camino hacia el objetivo de alcanzar colectivamente las bases materiales que sean el piso para el desarrollo de la integridad humana en relación armónica con la naturaleza que, vale aclarar, depende de la humanidad.
Luchando y conquistando tras ese objetivo lograremos derribar el vetusto sistema capitalista y construir, sobre sus ruinas, el socialismo. Entonces la virtud de los revolucionarios, y fundamentalmente de nuestro Partido, es saber que la clase social llamada a reivindicar a toda la humanidad, es la clase proletaria, la clase que produce todo lo existente. Es llevar todos los días el plan de la revolución hacia esa clase y a los sectores populares que la acompañarán en semejante objetivo.
Los proletarios, en unidad con todos los sectores populares, deben tomar el poder para hacerse dueños de esa producción y tener así en sus manos los resortes para producir, distribuir, intercambiar y consumir socialmente los bienes materiales destinando parte de ellos a un fondo de reserva y, otra, al desarrollo social para una mejor vida. Con su afirmación como clase en el poder, el proletariado conducirá el timón de la sociedad hacia la extinción de toda clase social.
Ésta es la base material sobre la que se alzará todo el destino posterior de grandeza humana. Porque al adueñarse de la producción y del Estado, las masas proletarias y populares movilizadas, podrán planificar y ejecutar los objetivos a seguir para la satisfacción de las necesidades de todo tipo. Las materiales, en primera instancia, y con ellas, y a la vez, las de orden moral, cultural, social, espiritual, etc.
De esta forma se podrá superar la actual enajenación a la que nos tiene sometido este sistema en donde vendemos la fuerza de trabajo para producir una riqueza enorme que nunca nos pertenecerá ya que a cambio sólo obtenemos nuestro magro salario. Así como no somos dueños del tiempo de nuestro trabajo y de lo que producimos en la inversión de esas horas de nuestras vidas, tampoco somos dueños de nuestro tiempo por fuera del trabajo o, apenas, de pequeña cantidad de minutos. Nuestros proyectos individuales chocan con la organización o, mejor dicho, el caos social al que nos somete el sistema impidiendo nuestro desarrollo o condicionándolo de tal forma que la frustración siempre está presente. Y ni siquiera los más altos sentimientos de amor dejan de estar condicionados por este sistema agobiante. La «ajenidad» de lo producido a lo largo de nuestros días de vida, o lo que llamamos enajenación, nos impide la libertad.
Al hacernos poseedores sociales de nuestro tiempo de trabajo y de lo producido, seremos dueños también de las decisiones a tomar y de la ejecución de las mismas. Nos apropiaremos en forma social de la producción y reproducción de nuestras propias vidas que hoy le pertenecen a la burguesía, lo cual nos potenciará como individuos no sólo más ricos en bienes materiales si no también espirituales.
Junto a la cadena de la enajenación, nos ata la cadena de la alienación ya que en esta sociedad capitalista basada en la competencia, nos enfrentamos en la soledad más absoluta, a las instituciones de la misma, en un triste e inevitable «todos contra todos» furibundo donde nos vemos obligados a desplazar a quienes disputan un mismo puesto de trabajo, un banco en la escuela, una cama en el hospital, una casa en donde vivir, un plato de comida que conseguir, y también a todo lo que producimos ya que cuanto más producimos más decae el valor del salario y entonces los bienes creados se erigen contra nosotros mismos como enemigos que castigan el esfuerzo al que fuimos sometidos, arrinconándonos en un sitio solitario que nos quita la esencia social de nuestra existencia individual y nos hace enfrentar a nuestros hermanos de clase y al pueblo, como competidores potenciales siendo sumamente dificultoso reconocer en la humanidad el ser social al que debemos nuestra individualidad. De tal manera que estamos destinados a enfrentar a la sociedad. La alienación es la imposibilidad de reconocer esa relación fundamental entre el individuo y la sociedad que nos debería cobijar. Es que la sociedad capitalista nos identifica con las mercaderías y por eso es, precisamente, antihumana. Su prolongación nos condena a la alienación infinita.
Conquistando el socialismo basado en la socialización de toda la fuerza productiva social para beneficio de todo el pueblo, y en contra de los enemigos de esa organización social, nos convertiremos en dueños de la producción y reproducción de la sociedad humana logrando con ello reconocernos como humanos individuales en el ser social de nuestra nación.
El ser humano como parte esencial de la fuerza productiva social, no sólo se liberará de los frenos que hoy no le permiten desarrollar toda su potencialidad, sino que al deshacerse de las cadenas de la enajenación y la alienación, el individuo, en asociación indisoluble con la población laboriosa, iniciará el tránsito hacia el desarrollo más enérgico y vital, que la historia haya conocido, en armonía con la naturaleza de la que es parte y, a la vez, constructor y desarrollador.