Mientras la burguesía monopolista pergeña nuevos negocios de la mano de un ajuste descomunal que ha empeorando agudamente las condiciones de vida de los trabajadores y el pueblo, busca ampliar aún más sus ganancias; las mismas que en los últimos meses se han visto favorecidas notablemente por medio de las llamadas «nuevas inversiones». Confían que estos cantos de sirena -que sólo beneficiarán a la burguesía monopolista- operen como un atractivo simbólico y paradigmático que genere expectativas positivas en un régimen social que solamente aspira a sostenerse mediante la esclavitud asalariada y el empobrecimiento de millones de seres humanos, empujándonos a condiciones de vida paupérrimas, inseguras y agobiantes.
Por un lado, la clase en el poder: la burguesía monopolista, con el gobierno de Macri a su entero servicio, trazando planes de ajuste, tarifazos, inflación, limitación de los derechos políticos y laborales de los trabajadores, que concretamente se expresan achatando el salario, profundizando la productividad y la superexplotacion, para beneficiar enteramente al capital monopolista.
Por otro lado, importantes expresiones de la clase obrera y el pueblo en lucha franca contra todo esto, cada día más decididos y profundamente enfurecidos, yendo por lo suyo: salarios dignos y trabajo digno, vida digna. Movilizados, autoconvocados, con iniciativas de acción directa, paros, asambleas, cortes, tomas de empresas etc., agudizando la crisis política y la debilidad en la superestructura y en el gobierno. Y por ello mismo, no solo viéndose obligados a retroceder frente a la movilización de masas sino también imposibilitados de hacer más profundo el ajuste y sus planes de sometimiento. Sin embargo siempre dispuestos, aún a pesar de los costos políticos, de los prestigios embarrados, de sus luchas intestinas, a profundizar la explotación y las políticas que permitan al capital perdurar en el poder.
Este es el marco de fondo en el cual se desenvuelve la lucha de clases en nuestro país. Los discursos de Macri y su séquito tienen esta determinación política, esta realidad objetiva inapelable que los obliga a sostener los intereses de los monopolios y el capitalismo, en una situación de crisis insostenible. Este es el marco del bicentenario, la defensa a ultranza de sistema capitalista. Por un lado lo viejo, caduco y putrefacto que expresa en capitalismo y que representa que será así por siempre, con toda su inmundicia destructiva a cuestas, hasta que no sea barrido por una revolución socialista.
Por otro lo nuevo, que es la búsqueda incansable de la clase obrera y el pueblo expresada en sus miles formas de luchas, en sus experiencias conquistadas, buenas o malas, en sus caminos surcados por el enfrentamiento al capital, en su afanoso deseo de encontrar una salida de este estado de cosas, de esta situación oprobiosa.
En esta situación, el marco de movilizaciones contra el ajuste arrecia, las movilizaciones se entretejen en asambleas vecinales, barriales, entre organizaciones, populares y sociales, en fábricas y escuelas, en incontables expresiones de repudio que ganan las calles cada vez más masivamente.
Desde hace escaso un mes, este torrente de acción se viene ampliando en diversas zonas de nuestro país y cobrando un carácter más organizado, definido en cuanto salir y cómo salir. Para la semana que viene, las convocatorias a movilizaciones masivas se multiplican en toda la geografía de la provincia de Buenos Aires, extendiéndose a todo el país los llamados a las calles. Las redes sociales contribuyen a ello.
Pero la lucha contra el ajuste y los tarifazos esta también circunscripta a la lucha de clases, al marco descripto más arriba y no puede estar desligada de la propuesta de poder y de la necesidad de una revolución. Es decir, de un proyecto revolucionario.
No se trata de hacer del ajuste y los tarifazos un marco de medidas más llevaderas y menos dolorosas. Ni ajuste ni tarifazos, ni explotación: trabajo digno, vida digna. La burguesía monopolista buscará e intentará otros caminos, para hacer más perdurable en el tiempo el sostenimiento de sus planes. Apelara a los recursos legales y a las trampas monetarias, a los comentarios sobre el déficit, los subsidios, a los decretos de necesidad y urgencia, a toda la parafernalia legal y propagandística para sostener los fundamentos del capital monopolista. Por otra parte, el reformismo, tan propenso a los males menos dolorosos, pero males al fin, seguirán batallando junto a las corrientes populistas, para que el carácter de clase de nuestra revolución, de la acción unitaria y transformadora que la clase obrera, queden desdibujadas y terminen como un convidado de piedra. Lo que en los hechos implica más capitalismo.
Hacerlos retroceder implica en todo caso quebrarles no sólo sus argumentos y desde ya sus planes, sino la posibilidad de implementar otros, es decir, construir desde la acción el ejército político de masas dispuesto a imponer sus condiciones.
Esto implica también incorporar al torrente de la revolución más expresiones organizadas de nuestra clase obrera y nuestro pueblo: desde un estado de enfrentamiento, profundizar el desarrollo del poder local y el proyecto revolucionario, con la organización independiente y la unidad por abajo.
La propuestas políticas de nuestro Partido deben estar integradas al torrente de luchas y movilizaciones que se avecinan, y la opción de poder y de revolución socialista, correr como pez en el agua.