Hay que darle gas a los cacerolazos

Allá, por el 3 ó 4 de diciembre del 2001, a las 19 hs. dos mujeres mayores, en una parada de colectivo sobre Rivadavia, en Primera Junta, solitas, con un martillo una, y dos tapas de olla la otra, hacían ruido. Una golpeaba con su martillo la columna de la luz, la otra, con sus dos tapas como si fueran platillos de una banda de música. Se habían sumado a un rumor que corría: había un cacerolazo.

Los curiosos mirábamos con cierta ironía por tal supuesto delirio. Como si estuvieran locas. Otros continuaban su camino con la indiferencia de la gran ciudad.

Así, en cientos de lugares, de a 2, de a 10, de a 100, habían comenzado los cacerolazos que luego se masificarían con los resultados y desenlaces conocidos.

Esta narración de historias aparentemente intrascendentes de la lucha de nuestro pueblo (si lo vemos desde el anecdotario puntual), acostumbrados a recordar los grandes hechos, como serían luego el 19 y 20 de diciembre del 2001, no hace otra cosa que reafirmar, como diría Larralde: “La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena”. Las grandes gestas solo son posibles si nacen de las pequeñas cosas.

Por supuesto que periódicos como La Nación, de forma oportunista, trataron de menospreciar el último cacerolazo, haciendo recordar que es una metodología de la pequeña burguesía y la burguesía chilena para desestabilizar el gobierno de Salvador Allende; e incluso, los muy nefastos, fuera de contexto, citan una canción de Inti Illimani compuesta al respecto.

Ironizando, si se quiere, les recordamos a estos señores que en las mazmorras de todas las dictaduras, y particularmente en las nuestras, la “jarreada” y los golpes con los tarritos de aluminio en las rejas eran acciones de protesta de los presos políticos por un reclamo, incluso se han salvado vidas de compañeros con este método cuando trataban de llevarlos a la muerte. Ni hablar de las batucadas con tachos y fierros en un sinnúmero de fábricas como formas de protesta en la época del Proceso Militar cuando no había posibilidades de ir a la huelga. Las metodologías son de quien las porta.

Días pasados, en reacción a los tarifazos de luz y gas, se volvieron a hacer sentir las cacerolas, hecho que tuvo una importantísima masividad, que no le cayó nada bien al poder, y en donde los medios masivos que son de las clases dominantes (todos) no pudieron esconderlo. Y ese ruido les hizo ruido.

Es que todo descontento que se manifiesta masivamente les hace ruido como en este caso. Por supuesto que existen cientos de formas de lucha, que van construyendo poder popular, que van instaurando verdaderas organizaciones de masas, que es infantil contraponerlo a los cacerolazos, sino que por el contrario las fortalece. Más aún, son tales organizaciones de masas que hoy más que nunca deben impulsar a llevar adelante estas prácticas hacia todo el pueblo, que tienen  la singularidad de la amplitud donde se combina lo organizado con los aparentemente espontáneo, pues con la consigna, si es justa y sentida, más el día y la hora, sumado a la capacidad que tienen las redes sociales, se quiebra con el ruido el silencio de los medios del poder.

Para este jueves circula otro cacerolazo contra las tarifas, a lo cual hay que sumarse.

Este tipo de expresiones erosionan las políticas de estén gobierno, lo sumerge aún más en su debilidad, al tiempo que es un acto agitativo que trastoca a todo el pueblo argentino; motiva y profundiza la necesidad de organizarse en cada lugar para enfrentar al poder de los monopolios e ir en los más diferentes sectores por los más diversos reclamos. Es el verdadero plebiscito político hacia todas estas medidas nefastas.

Por eso, en cada lugar de trabajo, en cada escuela, en las calles, en las plazas, en las paradas, desde una terraza, desde una ventana, desde donde sea, hagamos sentir la voz del pueblo. Hoy de lo que se trata es de hacerlos retroceder en sus medidas, que de 50° pasemos a 80°, y de 80° a 100°, hasta romper el hervor de la rebelión.

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