Vivimos un tiempo histórico de la lucha de clases, como siempre afirmamos, sumamente complejo, donde, dejarnos arrastrar por lo formal o la simpleza de cómo se expresan los fenómenos, no nos permite ver la profundidad y esencia necesaria para que nos lleve, más tarde o más temprano, hacia actitudes que empujen y orienten hacia los verdaderos cambios revolucionarios.
En este pequeño artículo vamos a proponernos en insistir en por qué es imprescindible la necesidad de nuevas formas de organización de masas capaces de estar a la altura que demanda la organización en esta etapa de la lucha de clases. En un momento histórico donde las metodologías se constituyen en una cuestión específicamente política e ideológica. Sin volver a recalcar que, como todas las cosas, durante un tramo de los grandes cambios parte de lo viejo va a convivir con lo nuevo (y no por mucho tiempo) hasta que este se imponga.
Si consideramos importante reafirmarnos en que los niveles de sociabilización de la producción adquiridos son la base material de los cambios que se necesitan dar en el terreno de la organización social y política de la clase obrera.
Como diría Carlos Marx: “La ciencia ha de ser explicada por las transformaciones de la producción material….siendo la producción la base de todas las relaciones sociales”.
El capitalismo en sus casi 500 años a lo largo de su existencia, y producto de la necesidad de incrementar sus ganancias, se vió forzado al desarrollo de nuevos estadios de producción. Cambios en las “formas” de producción de carácter técnicos con el único fin de sobreexplotar aún más a la clase obrera. Así, la burguesía fue pasando, desde la I Revolución Industrial, al taylorismo, al fordismo, y de éste, al toyotismo. Procesos que, por otro lado, nunca fueron tan limpios para la burguesía como ellos pretendían: esto trajo consigo grandes cuestionamientos y condicionamientos por parte del proletariado y sus luchas. Fue en el devenir del toyotismo donde se produjo una revolución tecnológica con la irrupción de la era de la cibernética, donde fundamentalmente el capitalismo la impuso en el desarrollo de la producción industrial de bienes y servicios, con un tremendo desarrollo de la computación, la tecnología y la informática, lo que disparó en un salto descomunal en las comunicaciones.
Lógicamente esto trajo una modificación en las maquinarias para la producción, y por ende en la organización colectiva para el trabajo. El vértice (los planes productivos de la empresa) tuvieron que bajarse a “convivir” al llano de la ejecución productiva, lo cual hizo que en la organización piramidal de una empresa la cúspide tuvo que acatarse en las decisiones técnicas, y en los productores (proletariado) se masificó el conocimiento y la participación de casi la totalidad del circuito productivo de la fábrica. Es decir, una sociabilización del trabajo con un gran desarrollo horizontal pero con una contradicción insalvable: mayor sociabilización, mayor súper explotación.
Tal vuelco tecnológico va a incidir en el desarrollo de una Humanidad interactuada donde las comunicaciones pasan a ser una herramienta que no sólo es exclusiva de las clases dominantes. Ya no se pueden proscribir las ideas como antes; y más aún, se constituyen en herramientas que aportan a la organización social.
Y ahí volvemos a Marx: “El modo de producción de la vida material condiciona en general los procesos de la vida social, política e intelectual. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, al contrario, es el ser social lo que determina su conciencia”.
Tales transformaciones de ninguna manera significan que las masas por sí solas van a orientarse hacia una revolución, pero sí van a adoptar nuevas prácticas donde en su esencia son revolucionarias, constituyéndose en las formas más amplias de organización, participación y toma de decisiones. Estos acontecimientos fenomenales readecuan, acondicionan, reeditan la democracia directa también en un plano más elevado que en otras etapas de la Historia. Una democracia directa que comienzan a ejercer las masas que pujan y pujan contra todo tipo de mecanismos sociales, políticos, hasta de formas, de concebir las relaciones familiares verticales, de aparatos reemplazantes de las decisiones colectivas, y más aún del autoritarismo (se exprese como se exprese) más allá de las “intencionalidades”.
De esto, claramente, el debate de ideas que ser abre es muy grande. Pero un hecho certero es que el capitalismo monopolista de Estado perfeccionó a su sepulturero: el proletariado. Y fue más allá: lo proveyó a éste de elementos extraordinarios de unidad con el resto del pueblo para el inicio y construcción de una nueva sociedad donde la revolución es una obra de las masas que coloca el papel del partido revolucionario en el lugar que le corresponde: el de orientar y organizar la lucha de clases hacia la toma del poder. En otras palabras: la función esencial de pergeñar un proyecto revolucionario. De lo contrario, las utopías son utopías; es decir, un espejo existencial donde un grupo organizado se mira sus bellezas como hoy lo hace el reformismo y el populismo: una nueva forma de contrarrevolución.