El colapso ya está presente

En un reciente artículo del “periódico global” Financial Times, titulado “Crece un novedoso conflicto entre democracia y capitalismo” con fecha del 5 de setiembre de 2016, el analista político Martin Wolf se pregunta ¿Es la unión entre la democracia liberal y el capitalismo global perdurable?

Desde una posición en defensa del capitalismo, el análisis se mete de lleno en las profundas contradicciones que atraviesan el sistema capitalista, surcado hoy por tremendas tensiones políticas, económicas y sociales, que acentúan el carácter estructural de su crisis, sin visos de solución y en condiciones de agravamiento.

El autor enmarca la relación natural entre el derecho de compraventa de bienes y servicios, e incluso la venta del trabajo propio, característica del capitalismo, con el sufragio universal y la conquista de los derechos civiles y personales, con la democracia. “Históricamente el ascenso del capitalismo y la presión por tener un derecho al sufragio universal cada vez más amplio iban a la par”, “son un matrimonio” nos dice, identificando las condiciones de prosperidad que supieron tener los países más ricos, con la  legitimación del capitalismo y la estabilidad política momentánea en tales países, con la democracia.

Actualmente, sin embargo, al capitalismo le está resultando mucho más difícil generar tales mejoras de la prosperidad. Por el contrario, la evidencia muestra una creciente desigualdad y una desaceleración del crecimiento de la productividad. Este venenoso brebaje vuelve a la democracia intolerante y al capitalismo ilegítimo».

La realidad es que esta confraternización, este concubinato siempre alentado desde la ideología dominante y monitoreada -por así decirlo- desde el estado al servicio del capital, para contener y amortiguar los choques de clases, está en pleno divorcio.  No es novedoso, como afirma el título del artículo mencionado. En todo caso, lo novedoso es que la crisis es tal que ya no hay “matrimonios políticos” en los “países ricos”, ni “épocas de prosperidad” que sirvan de “modelo” y que puedan constituirse como ejemplo para alentar un nuevo devenir dentro del capitalismo.

«Consideremos el decepcionante comportamiento reciente del capitalismo global y, no menos importante el impacto de la crisis financiera y su efecto devastador sobre la confianza en las elites responsables de los asuntos políticos y económicos. Teniendo en cuenta todo esto, la confianza en un matrimonio duradero entre la democracia y el capitalismo global parece injustificada”.  

La crisis tiene esta manifestación de añoranza de tiempos pasados, y sus adalides ven como la onda expansiva de los conflictos irreconciliables entre las clases fundamentales de la sociedad a escala mundial han quebrantado el concubinato -si es que alguna vez existió- entre democracia y capitalismo. Observan azorados cómo el devenir soñado se les escurre de las manos y ningún anillo de compromiso les garantiza la consumación de aquel matrimonio transitorio de remotos tiempos pasados. Ven cómo, del seno de los propios pueblos, surge por su lucha contra el capital y se desarrolla producto de su experiencia histórica, una democracia propia, más plena, protagónica y masiva, con formas de organización propias, independientes del Estado, que irrumpe contra el orden establecido, cuestionándolo todo en pos de una vida digna.

Al mismo tiempo que ven también, cómo en el seno de la clase dominante -cuya naturaleza es la dominación absoluta, es decir la concentración y centralización del capital y la política mundial, o sea  el imperialismo- se corporiza la ausencia más plena de democracia. Y cómo, desde el altar del Estado al  servicio de su dominación, se consagra también día a día la destrucción de ese “matrimonio político”; representado en un Estado parasitario, con instituciones carentes de representatividad y legitimidad decididamente ineficaces.

Esas políticas acentúan todos los males del capitalismo y por ende el divorcio político de sus representantes de clase, contra la amplitud masiva de la democracia autoconvocada y directa de la clase obrera y el pueblo.

Ven que no sólo el choque de los de abajo contra los de arriba pronuncia este divorcio sino, también, cómo los de arriba frente a los de abajo, imposibilitados de hacer otra cosa, no dejan de «contribuir» ciegamente a su hecatombe.

La globalización, al igualar la desigualdad capitalista, no ha hecho más que crear amplias condiciones para su destrucción, multiplicando las fuerzas que lo enfrentan. El cuadro de contradicciones y tensiones que atraviesa a todo el sistema globalizado, adquiere una dimensión mayúscula que hace saltar resultados no queridos. No sólo en cuanto a la producción y el comercio mundiales,  sino también, expresados en el rechazo de los pueblos a sus variadas formas de dominación política y económica, nacionales y mundiales, adopten las formas que adopten.

La búsqueda de salidas transitorias a la crisis que el capital intenta, es un circulo vicioso. Y este resultado plasma aun más las diferencias entre capitalismo y democracia, entre lo que aspiran los pueblos y las ambiciones del capital.

El abismo que los separa es su identidad. Su contenido representa para el capital la continuidad y la persistencia de su dominación, pero para los pueblos representa  la superación y la destrucción de esa dominación. Por ende, el resultado no querido por el capital, es la espiral ascendente que implica la superación de esta contradicción expresada en la lucha de clases y de los pueblos del mundo por vida digna; que a su vez manifiesta la necesaria transformación revolucionaria del contenido de la democracia.

Las luchas en cada país contribuyen como nunca antes a desatar fuerzas de lucha mundiales y al mismo tiempo,  estas fuerzas mundiales, a robustecer las luchas nacionales. Esta identidad es por lo tanto, la piedra en el zapato que hace renguear la globalización.

Debemos enfrentar serias dudas” comenta el autor y renglón seguido declara:“si la legitimidad de nuestros sistemas políticos democráticos se ha de mantener, la política económica debe orientarse hacia la promoción de los intereses de la mayoría y no de la minoría. Si no somos capaces de hacer esto, la base de nuestro orden político es bastante probable que colapse”.

La fatalidad con que el capital ve esta situación, al no encontrar solución a la crisis, demás está decirlo, se expresa con claridad en todo el articulo. El colapso ya está presente.  Frente a las tormentas desatadas en todos los planos, la clase dominante no sólo denota incertidumbre, sino también, resignación.

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