Que el mundo está “patas para arriba” no es ningún secreto para nadie. El capitalismo atraviesa una crisis que, por estructural, no encuentra salidas ni de largo plazo, mediano, ni de corto plazo.
Las condiciones en las que se desarrollan los acontecimientos muestran a una clase dominante que sólo atina a aferrarse a lo que mejor sabe hacer: explotar y someter al ser humano y la naturaleza en pos de sostenerse como tal. Las consecuencias de esta irracional y anárquica postura develan ante las masas en el mundo la verdadera cara del sistema como nunca antes en la historia.
La lucha de clases en el planeta se tensa y agudiza al ritmo que ese movimiento de masas marca, lo que provoca aun más crisis por arriba; los movimientos por abajo, aunque todavía sin objetivos revolucionarios, son el tembladeral que no deja acomodar a la clase dominante por lo cual la crisis se retroalimenta en todos los planos: social, económico y político.
Queremos decir que existen causas estructurales que son producto del propio desarrollo del sistema capitalista en su faz económica, que en el aspecto político ve limitadas sus posibilidades de engaño y dominación ante el avance de la lucha de los pueblos.
La combinación de la crisis económica del sistema con la crisis política que alimenta el movimiento de masas, son el cóctel explosivo en el que se asienta en la actualidad la lucha de clases a nivel mundial.
Muchos nos dirán: el poder burgués no está cuestionado. Y tienen razón. Precisamente de eso se trata el problema fundamental de esta época para los revolucionarios.
Si en algo nos saca ventaja la clase dominante es que la política revolucionaria ha sido destinada, con relativo éxito, a ser marginada y expuesta como algo del pasado, antiguo, caduco, irrealizable.
En la época de la historia en la que el sistema se muestra como lo caduco, lo retrógrado, lo reaccionario, como nunca antes, instalar y organizar la revolución debe ser, precisamente, nuestro objetivo central.
Esta organización de las ideas y la política revolucionarias debe enraizarse en lo más profundo y amplio de la sociedad. El cambio que se viene no puede ser impuesto “desde arriba” sino debe provenir de un paciente y constante trabajo desde abajo para que el poderoso movimiento de masas que se viene expresando cuente con un objetivo de lucha que cuestione la dominación burguesa y se proponga derrocarla.
Las condiciones son más que propicias. La crisis se seguirá profundizando y las masas serán arrastradas a más y peores padecimientos de los que ya se sufren; los revolucionarios no podemos tener dudas ni subestimar la fuerza que está viniendo desde abajo sino muy por el contrario, debemos recoger el guante y redoblar las convicciones revolucionarias.
No porque seamos deterministas; no porque seamos optimistas sin razón. Sino porque sabemos que la razón está de nuestro lado y que nuestros pueblos esperan claridad y convicciones para lanzarse a una verdadera lucha emancipatoria.
La convicción en el pueblo y la revolución deben expresarse haciendo sin cortapisas las tareas que nos corresponden hacer para que el objetivo de la lucha por el poder sea materialmente posible. En ese camino seremos cuestionados, tendremos triunfos y derrotas, nos tildarán de utópicos y todos los adjetivos que utilizaron los poderosos y sus vocingleros a lo largo de la historia, pero nuestro convencimiento se hace y hará más y más fuerte cuando, al lado de la clase obrera y el pueblo, recorramos todo el proceso que se abre.
Continuamos y redoblamos esta lucha en una época histórica que se presenta, en lo aparente, como difícil; nunca fue fácil luchar contra el sistema. Pero lo complejo y arduo de la lucha debe redoblar las convicciones revolucionarias. Transitamos un proceso magnífico en el que nos toca aportar, piedra sobre piedra, a la lucha de clases mundial con objetivos de cambio revolucionario donde las masas sean las verdaderas hacedoras de los mismos y se abran nuevas perspectivas de lucha y de vida en nuestro país y en el mundo,