La competencia entre los capitales imperialistas mundiales se agudiza día a día, minuto a minuto. El brexit (la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea), y la revisión de los tratados entre ésta y Estados Unidos, no son más que dos de los múltiples vértices visibles a los que hay que agregar las situaciones de contradicciones expresadas en países como Rusia y China, en medio de un mar bravío que asola por la base con pueblos movilizados a lo largo y ancho del planeta.
El propio presidente electo Donald Trump se queja de esta situación al cuestionar el tratado Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), «denunciando» que «El TTIP es una locura, jamás se debería permitir. Es un acuerdo enorme de 5600 páginas que nadie entiende. El TTIP está controlado por los lobbies de las multinacionales de Washington y los acuerdos comerciales han de ser entre países».
Ahora resulta que uno de los representantes conspicuos de la oligarquía financiera mundial «descubre» que las decisiones se toman en los escritorios de los monopolios poniendo a los Estados en el lugar de refrendadores de las políticas que aquellos deciden.
Contradictoriamente, esa oligarquía financiera que disputa palmo a palmo una dirección política única que es imposible lograr dada la concentración económica mundial que ha exacerbado y profundiza toda contradicción existente entre los pesos pesados del capitalismo global y su propia relación con los pueblos, añora los tiempos en que hubo una aparente pax romana asentada sobre una destrucción masiva luego de la segunda guerra mundial. Porque, si bien todos y cada uno de los grandes capitales aspira a dirigir los destinos mundiales y pelean por imponerse sobre el resto, en conjunto prefieren el orden impuesto al caos propio de la disputa a muerte entre pares. El problema es que no se sabe quién puede ponerle el cascabel al gato, ya que además de las disputas entre ellos deben cuidar fundamentalmente el flanco abierto frente a la actitud indomable de los pueblos que arrecian sus luchas.
Pero esta contradicción insalvable es precisamente la condición de existencia del imperialismo que prevalecerá y se intensificará hasta el día de su inevitable muerte.
Sin embargo, los proletarios y pueblos oprimidos del mundo, no podrán esperar ese acontecimiento montados a la deriva de ese mar bravío, pues en ese trance se juegan sus presentes y futuros.
Por eso es menester impostergable, la profundización de las luchas en el camino de la revolución que ponga fin al dominio de la burguesía monopolista.
La unidad de la clase obrera y sectores populares en cada lucha por mejorar nuestra condición de vida a la vez que preparamos las fuerzas para el gran enfrentamiento por la toma del poder, es el camino que deberemos recorrer. Poner al servicio de las grandes mayorías proletarias y populares el proyecto revolucionario es la tarea esencial.
La burguesía monopolista acrecienta su crisis política y enfrenta una situación dual que signará sus días: si bien tiene el poder, le es imposible lograr una unidad de proyecto que facilite su sostenimiento frente al embate del conjunto formado por el proletariado y el pueblo. Esta debilidad, se irá acrecentando pero no caerá sola si no se la empuja.
Por su parte, el proletariado y las mayorías populares, tenderán a unificarse en cada una de sus luchas por las conquistas que le permitan mayor dignidad en sus vidas, pero será necesario e imprescindible dar el indefectible paso de la unidad materializada en el proyecto revolucionario que ponga fin a la opresión del capital monopolista y a la destrucción de este sistema basado en la obtención de la ganancia de unos pocos, porque el poder burgués nunca caerá solo por su propio peso.